Rusos en Georgia: extranjeros en su antigua patria

Un viaje entre la capital Tiflis y el otrora centro metalúrgico soviético de Rustavi, narrado por el periodista ruso Maksim Cernikov para el medio independiente Republic. Georgia, meta exótica y familiar, es un refugio para muchos rusos que huyeron del reclutamiento y del régimen de Vladímir Putin.

Publicado en 16 mayo 2023 a las 18:20
La statua equestre del re Gorgasali, Tbilisi. | Foto: Marina Stroganova/Pixabay Tiflis. | Foto: Marina Stroganova/Pixabay
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Llegando al aeropuerto de Tiflis, inmediatamente te das cuenta de que estás en un lugar particular. Georgia. El Cáucaso. Una oficial de aduanas con gafas modernas revisa mi pasaporte con indiferencia y me lo devuelve sellado. Un tranquilísimo taxista de mediana edad que habla ruso pasa por delante de edificios en ruinas de la era soviética en una carretera perfecta, enmarcada por montañas y colinas, que conduce a la ciudad de Rustavi, a media hora de la capital. El vacío y el abandono se perciben claramente. A veces vemos ovejas pastando y otras señales de vida, pero el taxista dice: "Todos viven en Tiflis. Ya no queda casi nadie en estos lugares; ya no se cultiva, no queda nada".

La dueña de la pensión donde me hospedo, Marika, es una maestra de escuela primaria que lleva enseñando desde los tiempos de la Unión Soviética; sus alumnos la adoran y siempre ha vivido aquí. Su marido, Avtandil, trabaja en el famoso Establecimiento Metalúrgico de Rustavi, en la Georgia oriental, uno de los mayores en tiempos de la URSS. Avtandil tiene 74 años y se levanta todas las mañanas a las seis para ir a la fábrica: es el cerebro de la laminadora para tubos, dicen sin ironía sus compañeros de trabajo. Sin él se iría al garete porque no hay continuidad generacional, tal como sucede en Rusia y otros países postsoviéticos en este tipo de producciones. Los salarios son bajos, más bien ridículos, por lo que nadie quiere ir a trabajar para aprender estas perlas de sabiduría industrial.

Marika y Avtandil vienen regularmente a visitarnos: traen vino casero, chacha (una especie de aguardiente de orujo o de frutas) que nunca había probado antes, otros licores excelentes... y tortas, que prepara Marika. Además de cantar, tocar el piano y saberse de memoria toda la poesía georgiana y rusa, Marika también es una excelente cocinera.


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