Análisis Bielorrusia

El destino del régimen de Alexandr Lukashenko depende de la guerra en Ucrania

El dictador bielorruso, vinculado económica, política y militarmente a Vladímir Putin, sabe que una derrota de Moscú en Ucrania provocaría su caída. Con todo, puede contar con la falta de interés de Occidente y la ausencia de oposición interna para seguir adelante.

Publicado en 22 enero 2025

Los analistas se han estado preguntando todo este tiempo si Vladímir Putin obligará a su “hermano menor” a enviar sus tropas a la guerra. Cosa que aún no ha sucedido, gracias a Dios.

¿Por qué el Kremlin no ha intentado apretarle las tuercas? Tal vez tuvieron que considerar el hecho de que Alexandr Lukashenko no tiene muchas tropas bien entrenadas (sus fuerzas especiales tan solo constan de unos pocos miles de hombres), por lo que no habrían supuesto diferencia alguna. Y enviarlos al frente bien podría perturbar la “estabilidad” bielorrusa.

Es probable que Lukashenko haya sido capaz de convencer a Moscú de que Bielorrusia puede servir mejor como proveedora de productos para fines militares y civiles en épocas de sanciones. Y también como país que puede organizar maniobras de sus fuerzas armadas y, con ellas, obligar a Ucrania a retirar del frente una parte de las suyas.

Es perfectamente posible asumir que en conversaciones privadas, el hermano menor haya informador a Putin de la poca disposición de los bielorrusos a entrar en guerra contra Ucrania (algo que muy claramente evidencian las encuestas de opinión). Y en caso de que los soldados tuvieran que ir al frente por obligación, muy bien podrían rendirse y pasarse al otro bando. Y todo el país podría estallar si empezaran a llegar convoyes de camiones cargados de cadáveres.

Sea cual fuere la verdad, Lukashenko tiene ahora en sus manos una poderosa carta ganadora: se posiciona como un perspicaz y fuerte garante de que habrá un cielo de paz sobre el pueblo bielorruso. La propaganda estatal les mete en la cabeza que si los “combatientes nacionalistas” hubieran ganado en 2020, el país ya estaría en guerra. Esto, como han demostrado las encuestas de opinión independientes, funciona en buena parte del electorado. Especialmente cuando la mayoría de los ciudadanos normales están desconectados de los medios de comunicación de masas que no son favorables a las autoridades.

El coagresor está tratando de sentarse en dos sillas a la vez

Al mismo tiempo, el dirigente de Bielorrusia está tratando de sentarse en dos sillas a la vez. Por una parte, tiene que demostrar que sigue siendo un fiel aliado de Moscú a fin de seguir recibiendo sus zanahorias. La guerra ha brindado la oportunidad de que la economía bielorrusa ocupe nuevos nichos en el mercado ruso, que sufre los efectos de las sanciones, con la venta de productos sancionados destinados al voraz complejo militar-industrial de Rusia. Esta situación es, sin embargo, inestable y la turbulencia reinante en el conjunto de la región es una agobiante fuente de tensiones para Minsk.

Por otra parte, y precisamente por esta razón, Lukashenko quiere representar el papel de paloma de la paz para prepararse así un aterrizaje suave sea cual fuere el resultado de la guerra. Incluso ha impuesto algunos ligeros límites a sus propagandistas, porque habían lanzado demasiados improperios contra Ucrania. Una y otra vez recuerda a sus subordinados que “tarde o temprano tendremos que restablecer nuestras relaciones con los ucranianos”. Incluso ha elaborado planes para participar en la reconstrucción posbélica del país vecino, algo que ha provocado el sarcasmo de los comentaristas ucranianos.

Cabe destacar que la guerra ha empeorado la actitud del pueblo ucraniano no solo hacia Lukashenko y su régimen, sino también contra los bielorrusos. En cierta medida su reputación se ha salvado gracias al Regimiento Kastus Kalinouski, una unidad de combate compuesta por voluntarios bielorrusos.

El hielo está empezando a romperse gracias también a los esfuerzos de los opositores, voluntarios, expertos y medios bielorrusos establecidos fuera de Bielorrusia, quienes se esfuerzan por demostrar que el régimen de Lukashenko y el pueblo bielorruso no son lo mismo.

Kiev, sin embargo, no ve ninguna necesidad especial de ampliar la cooperación con las fuerzas democráticas bielorrusas ni de organizar un encuentro entre el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y la presidenta del Consejo de Coordinación de Bielorrusia, Sviatiana Tsikhanouskaya, y se muestra escéptico respecto a las posibilidades de la emigración política bielorrusa.

A Lukashenko le satisfará cualquier asiento en las negociaciones sobre Ucrania

Está claro que Lukashenko quiere asegurarse un lugar en las posibles negociaciones de paz sobre Ucrania: en los últimos tiempos ha dejado apreciar su deseo en varias ocasiones. Le molestan los intentos de sus adversarios políticos de privarle de esa oportunidad, “de apartarlo de la arena de la actividad política” mediante la obtención de una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional de La Haya.

El gobernante de Bielorrusia probablemente esté preocupado ante la perspectiva de que Occidente (sobre todo, EE. UU.) llegue a algún tipo de entendimiento con Moscú sobre la situación en la región y que alcancen un nuevo tipo de acuerdo de Yalta y se desentiendan de cualquier interés de Lukashenko; ¿qué sentido tiene, dirían, tratar de llegar a acuerdos con un estado vasallo?

Sin embargo, para los portavoces de las fuerzas democráticas de Bielorrusia se ha convertido en un artículo de fe decir que el destino de Bielorrusia se decide en Ucrania; si Ucrania gana y Rusia se debilita gravemente, se abrirá una ventana de oportunidad para el cambio.

La victoria de Donald Trump en las elecciones generó temores de que obligara a Zelenski a firmar la paz en términos desfavorables para Kiev. Lukashenko abordó la cuestión desde la dirección opuesta: comenzó a elogiar al presidente electo de Estados Unidos con la esperanza de que pudiera llegar a algunos acuerdos con él.

Sin embargo, para Trump, la cuestión de Bielorrusia obviamente no será el centro de atención. En general, Occidente tiende a considerar a Lukashenko como un títere del Kremlin. ¿Por qué sentar a un títere en la mesa de negociaciones de paz?

El papel de Lukashenko en todo esto depende en gran medida de que Trump sea capaz de cerrar un acuerdo con el Kremlin y en qué condiciones.

Las probabilidades de que los representantes de las fuerzas democráticas bielorrusas estén presentes en las negociaciones sobre Ucrania aún son escasas.

El Regimiento Kalinouski marchando sobre Minsk: por el momento, una quimera

El escenario de una revuelta armada para cambio de régimen ha ganado popularidad entre los oponentes de Lukashenko desde la represión del levantamiento pacífico de 2020. Se han puesto grandes esperanzas en tal acontecimiento, sobre todo pensando en el Regimiento Kalinouski. Hay románticos que sueñan con la marcha victoriosa del regimiento por las calles de Minsk.

Por el momento, semejante escenario no es realista. Lo importante es que Ucrania mantenga su primera línea. Si se ve obligada a firmar un armisticio en el marco de una confrontación militar, es probable que se produzca una profunda crisis política interna en el país: ¿para qué se ha derramado tanta sangre? Dicho sin rodeos, Bielorrusia no va a ser un problema.

Incluso llegando a imaginar que se produjera un milagro y que Ucrania fuera capaz de restaurar las fronteras de 1991 (ni siquiera las personas más fantasiosas sueñan con tanques ucranianos desfilando por la Plaza Roja), eso no significaría el final de la guerra. El Kremlin nunca transigirá con una solución semejante.

Kiev tendrá dolores de cabeza a todas horas sin necesidad de pensar en librar a Bielorrusia de la dictadura que la oprime. Y en lo que respecta al Regimiento Kalinouski, no hay que olvidar que se trata de una formación militar sujeta al control de la Dirección Principal de Inteligencia del Ministerio de Defensa de Ucrania.

Por lo tanto, tal como es natural, el regimiento es y seguirá siendo usado en interés de Ucrania (aunque esto no ha de sembrar duda alguna respecto al patriotismo bielorruso de sus soldados). Podemos observar cómo Kiev, en nombre de este interés, se esfuerza por no molestar a Lukashenko y mantiene con él discretos contactos entre bastidores.

Con objeto de distanciarse del Regimiento Kalinouski, bielorrusos con ambiciones políticas y experiencia militar han formado un movimiento denominado “Kalinoutsy”, pero hasta ahora no han demostrado cuáles son sus inclinaciones.


Pase lo que pase, hay que afrontar la dura realidad: tanto para Washington como para la Unión Europea, la soberanía y la democratización de Bielorrusia no son cuestiones prioritarias, por decirlo suavemente


Hasta el momento no se ha producido una milagrosa unificación de las fuerzas democráticas en torno a una estrategia para la liberación de Bielorrusia. El nombramiento de Vadim Kabanchuk, ex comandante adjunto del regimiento Kalinouski, como miembro del gabinete de Tsikhanouskaya no ha dado resultados tangibles en ese sentido.

Por supuesto, si la autoridad de Lukashenko sufriera una grave crisis, el elemento armado bien podría desempeñar un papel muy importante, incluso decisivo, en un cambio de régimen. Sin embargo, para que esto ocurra, tendrían que cumplirse toda una serie de condiciones tanto dentro como fuera del país.

Pase lo que pase, el debilitamiento de Rusia se considera el factor decisivo. Y esto, a su vez, depende en gran medida del grado en que Occidente apoye a Ucrania.

Algunos analistas consideran que a Washington no le interesa un debilitamiento excesivo de Rusia, y mucho menos su colapso total. Entre otras cosas, existe el temor de que las armas nucleares de Rusia puedan caer en manos de quién sabe quién, así como la esperanza de que Moscú pueda ser utilizado en futuras disputas con China.

La llegada de Trump al poder refuerza la incertidumbre. El péndulo de la política estadounidense podría oscilar en cualquier dirección.

La dictadura es un problema que los bielorrusos deben resolver por sí mismos

Pase lo que pase, hay que afrontar la dura realidad: tanto para Washington como para la Unión Europea, la soberanía y la democratización de Bielorrusia no son cuestiones prioritarias, por decirlo suavemente. Es cierto que los políticos occidentales pueden expresar su profunda preocupación, pero también es cierto que, en sus pensamientos, muchos de ellos ya han entregado Bielorrusia al “Imperio”, separándose ellos mismos del problema con una cortina de hierro.

Ya hemos podido ver que Occidente no se dio mucha prisa en ayudar a Ucrania. Es mucho menos probable que los marines estadounidenses mueran por Bielorrusia. No hay por qué preocuparse: después de todo, la familia es lo primero. 

Hay que recordar que, para el Kremlin, Bielorrusia es una cabeza de puente estratégica de vital importancia. Es sumamente conveniente poder amenazar a Ucrania y a los países de la OTAN desde el “balcón bielorruso”. No es casualidad que Putin lanzara desde Bielorrusia su “blitzkrieg” contra Kiev en febrero de 2022 y que posteriormente instalara allí armas nucleares tácticas.

En cualquier caso, la presencia de estas armas nucleares tácticas en Bielorrusia es una excusa ideal para una eventual invasión rusa en caso de que una “revolución de colores” estallara repentinamente allí: “No podemos dejar que esas armas caigan en manos de extremistas, ¿verdad?”

Lukashenko lleva muchos años metiendo miedo a Moscú con la perspectiva de lo que sucedería si los enemigos de Rusia salieran victoriosos: habría misiles de la OTAN muy cerca de Esmolensko. También ha tenido cierto éxito en esto al aprovecharse de los instintos imperialistas del Kremlin: los dirigentes rusos consideran que un cambio de régimen en Bielorrusia y la pérdida de un estado satélite serían una amenaza existencial.

De esta manera, el temor a perder Ucrania, unido a las fobias anti-OTAN, empujó al Kremlin a adoptar una política agresiva hacia el país. El Imperio ha asestado un duro golpe a Ucrania y Bielorrusia se encuentra actualmente atrapada en el cepo imperial. El mal está ahora en aumento.

Es poco probable que quienes anhelan la derrota del agresor y una posibilidad de cambio para Bielorrusia se sientan reconfortados por consignas primitivas y alentadoras. Más apropiadas en el momento actual son las palabras del Primer Ministro británico Winston Churchill, pronunciadas en 1940 en un contexto de expansión nazi: “No tengo nada que ofrecer excepto sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.

En aquel entonces, 1940, mucha gente debió pensar que no se podía detener a Hitler, pero al final Gran Bretaña y sus aliados salieron victoriosos. Hoy en día, el futuro de Bielorrusia está en gran medida ensombrecido por la niebla de la guerra ruso-ucraniana.

Es importante tener en mente que en cualquier caso “Ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador”. Puede que algún día se den condiciones externas más o menos favorables (no mañana, por supuesto), pero de una u otra manera, el problema de la dictadura es algo que los bielorrusos tendrán que resolver por sí mismos.

👉 Artículo original en Pozirk 

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