Bruselas – Kiev – Moscú

Publicado en 5 marzo 2010 a las 15:40

Sus aviones podrían haberse cruzado en el firmamento europeo. El 1 de marzo, el nuevo presidente ucraniano, Víctor Yanukóvich, se desplazaba a Bruselas en su primer viaje al extranjero. Esa misma tarde, Dimitri Medvédev, su homólogo ruso, aterrizaba con gran pompa en París con motivo de una visita de tres días. Un cruce a imagen y semejanza de las contradicciones de Europa.

Prorruso declarado, Yanukóvich afirmó que “la integración en la UE es la prioridad clave de la política exterior” de Ucrania. Por su parte los Veintisiete, que desde la revolución naranja de 2004 intentan atraer al país a la esfera occidental, consideran una victoria diplomática que se haya decantado por Bruselas antes de ir a Moscú el 5 de marzo. Incluso si no se ponen de acuerdo sobre la oportunidad de proponerle la adhesión, les mueve la misma voluntad de respaldar la modernización de Ucrania y la autonomía del país frente a los intereses de Moscú. Poco a poco, esta posición común va dando sus frutos.

Por el contrario, la Rusia de Medvédev (y de su primer ministro, Vladimir Putin) está muy lejos de recabar una opinión unánime. En París, la cuestión giraba en torno a los contratos de gas que ya se han celebrado, y los de índole militar que se tienen en mente. Dos temas que desatan la ira de muchos otros Estados miembros de la UE. “Francia contribuye plenamente al debilitamiento de la unidad de Occidente”, escribía, así, el semanal rumano Dilema Vechea principios de semana. Si vende los cuatro portahelicópteros Mistral que ansía Rusia, rompería de facto un principio de solidaridad fundamental para el buen funcionamiento de Europa. Sin embargo, limitarse a ver a Rusia como una potencia cuyo único objetivo es dividir a los europeos y con la cual no se puede dialogar tampoco es una política.

Pese a la historia, Rusia y Ucrania comparten una característica común: son vecinas de la UE y no pueden ser obviadas. Tanto en Kiev como en Moscú, Europa no cobrará fuerza mostrando una oposición sistemática, ni buscando acuerdos que velen por los intereses económicos de cada país, pero sí lo hará si los Estados que la integran se ponen de acuerdo sobre los valores que quieren defender y definen con claridad los intereses estratégicos de la Unión como tal. Una reflexión que sobrepasa con mucho el propio caso ruso.

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Eric Maurice

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