Cuando Europa le pregunta a sus ciudadanos si sigue siendo la más bella del reino, solo un 49% (¡49%!) responde “Sí”. El último Eurobarómetropublicado por la Comisión desvela que menos de la mitad de los europeos considera que pertenecer a la UE es “algo bueno” para su propio país. No se supera el umbral del 50% desde 2004 y, además, en 2008 había un 58% de euro entusiastas. Estamos al nivel más bajo desde que Europa cuenta con 27 miembros. La época de la mayoría absoluta está temporalmente en suspenso.
¿Se trata de una derrota de la Unión? Por supuesto que sí. ¿De una derrota de Europa? Claro que no. ¿De una victoria de los euroescépticos? ¿Bromeas? Este mismo sondeo indica que existe un creciente deseo de reunir y consolidar la energía política europea. El número de personas que consideran que Europa debe resolver los problemas relacionados con la recesión es cada vez mayor. Tres cuartas partes de los europeos piden más coordinación en ese sentido.
Muchas personas desearían además saber mejor qué puede hacer Europa por ellas, ya que cuentan con que lo haga. Si muchos europeos llegan a pensar que Europa no es “algo tan bueno”, no es porque estén en contra de la integración, sino porque se sienten traicionadas por los Veintisiete y por la forma en que han concebido el proyecto de integración. Exigen más. Se sienten abandonadas por los juegos de poder que se urden entre Bruselas y el resto de los países europeos. Quieren saber y quieren participar.
Problemas de comunicación con la ciudadanía
La solución que hay que adoptar es evidente. Es necesario dejar de dar la impresión de que no es más que un simple juego de mesa, como hace en la actualidad la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, de concierto con los Veintisiete, con el lanzamiento del servicio diplomático. Se trata de un problema de comunicación, de un problema que tiene que ver con la forma en que Europa se expresa hacia sus ciudadanos y la forma en que las instituciones lidian su guerra fratricida. Es un problema de enfoque nacional, ya que nadie quiere realmente formar equipo hasta el final.
La manera en que se ha gestionado en Francia el tema de los gitanos es un testimonio perfecto de ello. París los ha perseguido porque Nicolás Sarkozy sufre un declive de popularidad y, luego, ha invitado a una cumbre sobre inmigración a seis países miembros, sin invitar, sin embargo, ni a la Comisión ni al Consejo. La Comisión, furibunda, denunció los riesgos relacionados con la falta de diálogo y, a cambio, obtuvo una invitación a la cumbre parisina, al término de la cual anunció: “Tenemos la sensación de que la cuestión de los gitanos no era el orden del día de la cumbre que deseaban los franceses”. ¡Venga!
La cuestión de los gitanos es un problema serio. Por una parte, porque concierne a personas a las que hay que proteger y tranquilizar. Por otra, porque también puede dar inicio a un recrudecimiento de la micro criminalidad. Y, por último, porque los romaníes tienen los mismos derechos y los mismos deberes que cualquier otro ciudadano.
Europa debe afrontar el problema unida y compacta. Debe responder a aquellos que desean una Europa más concreta, a los que desean más seguridad, a los que preconizan la igualdad de los ciudadanos, sea cual sea su raza, su etnia o su religión.
Europa debe enfrentarse a sus responsabilidades. De lo contrario, seguirá bajando en los próximos sondeos, abandonada por aquellos que la aman.