Las grandes potencias en un callejón sin salida

Para resolver el conflicto sirio, europeos, rusos y norteamericanos vuelven a practicar los equilibrios de fuerza de las grandes conferencias de paz del pasado. Pero esta vez la situación local escapa a su control.

Publicado en 7 junio 2013 a las 13:31

Ciertas crisis pueden constituir auténticos manuales para los que estudian diplomacia y relaciones internacionales. Siria es un ejemplo perfecto de ello. Sobre todo en este momento, cuando de lo único que se habla es de la próxima conferencia mundial, más típica de la diplomacia clásica del siglo XIX y de comienzos del siglo XX que del periodo actual.

Según la conocida máxima de “si quieres la paz, prepárate para la guerra”, ya se están preparando las armas antes de la hipotética “mesa redonda”, en la que supuestamente se reunirán todas las partes y se decidirá qué va a suceder a continuación.

La Unión Europea decidió no prolongar el embargo sobre el envío de armas a Siria (es decir, a los insurgentes). Aunque Gran Bretaña y Francia han sido los únicos países que han intervenido activamente para el levantamiento del embargo, mientras que los demás países de la Unión han expresado en distintos grados sus dudas con respecto a la utilidad de implicarse realmente en la guerra civil, Londres y París han logrado sus propósitos. Pero a costa de la enésima demostración de la inexistencia de una Unión Europea realmente unida en el ámbito internacional.

La guerra hasta la victoria

Es evidente su incapacidad para ponerse de acuerdo sobre intereses en distintos niveles. No se trata de cálculos estratégicos, sino de buena voluntad para interesarse por un problema. Como en otras ocasiones, Gran Bretaña y Francia asumen la función de grandes potencias, porque consideran que deben participar en los acontecimientos de importancia mundial. Los otros países o se muestran indiferentes, o bien temen implicarse en procesos que en parte no les incumben.

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Por lo demás, en los anuncios de ayuda a los oponentes existe una motivación política. La cuestión de enviar o no armas sigue abierta. Y el hecho de mencionar esta posibilidad significa que la apuesta por la fuerza sigue siendo una opción más que real. En otras palabras, si no se llega a un acuerdo durante la conferencia de Ginebra 2, habrá guerra hasta la victoria. William Hague, principal instigador del levantamiento del embargo sobre el envío de armas a los insurgentes, lo dejó claro: hay que presionar al régimen.

Es la misma lógica que impulsa a Rusia, ya que ni confirma ni desmiente el suministro a Damasco de misiles S-300 y otras armas sofisticadas. Es algo que se dice abiertamente: se mantendrá la relación de fuerzas. Por lo tanto, es inútil esperar que en caso de fracaso de las negociaciones políticas, la cuestión pueda resolverse por medios militares.

En principio, una táctica así no está desprovista de lógica: las partes que tienen que sentarse a la mesa deben sentir la espada de Damocles sobre sus cabezas. Las reflexiones públicas de Washington con respecto a posibles zonas de exclusión aérea sobre Siria reflejan este mismo concepto. Por la experiencia de Libia, sabemos qué es una zona de exclusión aérea y en qué acaba este tipo de decisiones. Precisamente para que no se repita esta situación, Rusia protesta y promete enviar (o quizás ya lo haya hecho) misiles de defensa aérea, lo que hace superflua una hipotética operación. Probablemente Estados Unidos no prohibirá sobrevolar Siria, pero establecerá un límite alto, para complacer más a las partes.

Una cuestión de principio

Pero el efecto obtenido puede ser lo contrario. De momento, parece que los adversarios sacan la misma conclusión de los distintos juegos diplomáticos: independientemente de lo que suceda, no les abandonarán, ni quedarán debilitados, por lo que vale la pena resistir. Bachar El Asad y sus oponentes comprenden que Rusia y Occidente, sus respectivos protectores, no pueden negarles su apoyo sin empañar su imagen.

De hecho, tanto para Moscú como para Washington, en Siria está en juego una cuestión de principios. Rusia defiende a los gobernantes de países laicos (independientemente de su nivel de autoritarismo) y la no injerencia en los asuntos internos de un tercer país, con lo que intenta hacer olvidar el desagradable precedente libio al que contribuyó [Medvedev aún era presidente cuando Rusia, contra todo pronóstico, se abstuvo durante la votación de la ONU sobre la intervención aérea occidental].

La parte occidental se debate entre los esquemas ideológicos según los cuales existe un “pueblo en revuelta” y un “tirano sanguinario”, y el deseo de consolidar el modelo de resolución de conflictos que poco a poco se ha establecido tras la Guerra Fría, es decir, elegir a la “parte buena” y ayudarla a llegar al poder. Por lo tanto, el rechazo a apoyar a los “suyos” no es simplemente una forma pragmática de cubrirse las espaldas, sino una concesión ideológica que hiere el amor propio.

¿Hacia una escalada de violencia?

Las conferencias de paz del pasado, hasta las de Yalta y Postdam, trataban un asunto de gran importancia: el reparto del mundo. Las conferencias más recientes fueron las relativas a los Balcanes. Se trata de los acuerdos de Dayton sobre Bosnia en 1995 y la crisis de Kosovo en 1999. Debemos recodar estas dos experiencias, ya que constituyen dos ejemplos de posibles resultados en el caso sirio. El de Dayton es el positivo. Estados Unidos y la Unión Europea, con ayuda de Rusia, entonces debilitada, reunieron a las partes beligerantes y les obligaron a crear un modelo de organización para Bosnia-Herzegovina. Es un ejemplo de lo que prevén los optimistas que creen en la posibilidad del éxito de la cumbre de “Ginebra 2”.

Los pesimistas deben acordarse del inicio del mes de febrero de 1999, cuando se convocó la Conferencia de Rambouillet a costa de enormes esfuerzos diplomáticos, para solucionar el conflicto de Kosovo. Pero no se logró ningún resultado: la obstinación recíproca se tradujo en una tensión extrema, hasta el punto de que el Ejército de Liberación de Kosovo con el apoyo de la OTAN se concentró en la victoria militar, mientras que Belgrado no podía imaginar repartir el poder con “terroristas”.

No obstante, la conferencia no acabó con una verdadera ruptura. Después, la posición de los mediadores (sobre todo los miembros de la OTAN), se consolidó. Se planteó a Belgrado un ultimátum y su negativa a obedecer desencadenó el inicio de la campaña militar de la Alianza, un mes y medio tras el inicio de las negociaciones de paz en Francia. No se trata de establecer un paralelismo con Siria, pero no se puede descartar la posibilidad de una escalada rápida de la violencia si no se realiza ningún progreso (si bien es poco factible que se progrese algo).

Intereses incomprensibles

Hoy, está claro que Rusia desempeña una función totalmente distinta. En 1999, Moscú también había protestado enérgicamente, pero sin oponerse realmente. Recientemente, el Kremlin declaró que participaría en el equilibrio de las fuerzas y que no permitiría la más mínima campaña contra su protegido.

Existe una diferencia sustancial entre la situación siria y los casos precedentes. Al organizar los procesos de paz, al inmiscuirse en los conflictos locales, las grandes potencias siempre han perseguido intereses concretos, con un planteamiento claro de su propio beneficio. Los Estados de Europa Occidental, con el apoyo activo de Estados Unidos, modificaron el paisaje estratégico europeo en función de sus planteamientos después de la Guerra Fría. Y la Yugoslavia de Milosevic era claramente un obstáculo a esta modificación.

Aparte de las cuestiones de estatus, mencionadas anteriormente, los intereses concretos y directos de Estados Unidos, Europa y Rusia en Siria son incomprensibles.

La ampliación de la esfera de influencia en el Oriente Próximo actual es una idea casi utópica. Todas las potencias exteriores intentan frenéticamente reaccionar del modo adecuado, pero siempre a posteriori. Se adaptan a los acontecimientos sin poder aplicar su voluntad y sus deseos y ni siquiera se habla de estrategia. Es curioso que los que tienen intereses en el país, es decir, los vecinos de Irán hasta Arabia Saudí y Qatar, no se pronuncian sobre la conferencia de Ginebra. Y sin embargo, a fin de cuentas, de ellos depende la capacidad de los enemigos para dialogar.

Antes, los juegos de las grandes potencias estaban indisolublemente relacionados con las intrigas de actores locales, que se mantenían en un segundo plano. Ahora sucede lo contrario. Los procesos “locales” tienen su lógica y la participación de los “grandes” tiene lugar en un nivel paralelo y tanto unos como otros cambian de lugar permanentemente. Para los futuros historiadores, lo que está en juego actualmente es una mina sin fondo, mientras que para los diplomáticos, se trata de un problema sin solución.

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