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En la tierra del cultivo intensivo, Joke Wierenga es una excepción. Su pequeña granja en las afueras de la ciudad de Zwolle, en la zona oriental de los Países Bajos, no depende de subsidios o productos químicos para mejorar la cosecha, sino que más bien recurre a la comunidad para conseguir apoyo, con residentes locales actuando como miembros del huerto.
“La gente paga por anticipado por los productos y luego tienen que confiar que como agricultora, haré lo mejor que pueda para que el producto cumpla sus expectativas”, explica. Wierenga trabajó como profesora de matemáticas y ciencias hasta hace siete años, cuando tras visitar un huerto urbano decidió hacer ella misma algo por el estilo.

Actualmente, gestiona un huerto comercial, una forma de agricultura que es respetuosa con el medio ambiente y que busca mejorar las cosechas mediante una alta rotación y una amplia gama de cultivos. En la mayoría de los huertos comerciales, los hortelanos venden sus productos directamente a sus clientes, si es posible. La tradición de los huertos comerciales se remonta a la Edad Media, explica Wierenga, cuando los alimentos se producían en torno a las ciudades. Con el desarrollo de las tecnologías agrícolas y el crecimiento de las poblaciones, la producción de alimentos se separó de las ciudades y el sistema de cultivo se vio fuertemente mecanizado a fin de asegurar unas mayores cosechas con las que poder alimentar a la población.
Los huertos comerciales representan un intento de volver a traer la producción de comida más cerca de la población. Cada semana, Wierenga notifica a los miembros el progreso de las cosechas y ellos acuden a recoger la parte que les corresponde. Algunos echan una mano como voluntarios en el huerto y ayudan a la hora de plantar y desherbar. Pero este sistema también proporciona la seguridad que algunos pequeños hortelanos necesitan para sobrevivir.
“Un agricultor corre un montón de riesgos en lo que concierne a las cosechas”, dice Wierenga. “En un ‘sistema de agricultura apoyado por la comunidad’ (CSA, por sus siglas en inglés), los clientes son también miembros de un huerto al menos durante un año y comparten los riesgos. [Dado que los miembros pagan por adelantado], yo sé cuáles van a ser mis ingresos ya en marzo, y eso marca toda la diferencia”, explica ella.
Creación de comunidad
Los terrenos de Wierenga son propiedad del gobierno local y ella los arrienda por sólo 1000 € al año. Hoy en día tiene una comunidad de 100 miembros y con el dinero que obtiene de las membresías y unas actividades educativas que organiza con las escuelas en el huerto, ella obtiene unos ingresos de aproximadamente 15 000 € por año. Sin embargo, no tiene garantías de que podrá trabajar en el huerto durante cinco o diez años. El gobierno local lo compró inicialmente con la intención de construir viviendas, pero tropezó con la oposición de la comunidad local que quería mantenerlo como uno de los pocos espacios verdes en la zona.
