Europa ha vivido esta semana una especie de duelo colectivo inesperado y paradójico. Inesperado por la propia naturaleza del acontecimiento —un accidente de avión— y paradójico por la personalidad de su principal víctima: el presidente polaco Lech Kaczynski, famoso por su euroescepticismo. Los medios de todo el continente han dado cobertura a este drama de un modo que ha acercado más que nunca a los polacos a sus conciudadanos europeos. Por supuesto, se proclamó un día de luto en Bruselas, pero también en varios países del Este de la UE, además de en Rusia —donde tuvo lugar el accidente—, en Ucrania y en Turquía. En España, se guardó un minuto de silencio muy mediático antes del partido entre el Real Madrid y el Barcelona. Muchos han sido los gestos de solidaridad emocional.
Pero, no nos equivoquemos. Este pésame unánime, centrado en la persona de Lech Kaczynski, no sólo se limita al presidente difunto. Tras ello, se esconde el drama de Katyn y su reiteración por la pérdida en el accidente de parte de la élite polaca actual, que los europeos han integrado en su memoria histórica común. Tras los gestos de condolencia de Vladimir Putin y Dmitri Medvédev, vislumbramos la posibilidad de una reconciliación entre Rusia y Polonia y, por tanto, de una distensión en las relaciones entre Moscú y la UE, algo que los dirigentes europeos acogerían de buen grado. Tras el duelo generalizado de los polacos, con independencia de sus convicciones, ha quedado patente que, 6 años después de la ampliación, lo que marca profundamente a un pueblo europeo también afecta a sus vecinos. Con su desaparición, el nacionalista Kaczynski ha aportado su granito de arena para la construcción de una identidad europea conjunta.
Ya existen divisiones entre los polacos en torno al legado político de Lech Kaczynski. La decisión de enterrarlo en la catedral de Wawel, en Cracovia, junto a los reyes de Polonia, ha llevado a sus detractores a recordar que nunca fue una figura aglutinadora. Sea quien sea su sucesor, los dirigentes europeos no deben olvidar que el difunto presidente defendió lo que, en su opinión, eran los intereses de su país pero nunca representó a la mayoría de su pueblo, con unas ideas más eurófilas. Con Kaczynski, Polonia ha sido considerada con demasiada frecuencia como una aliada poco fiable. Hemos de aprovechar el sentimiento actual para reequilibrar la relación entre Varsovia y el resto de capitales. Asimismo, los europeos deberán fomentar un acercamiento de Polonia a Rusia, una iniciativa coherente con el curso de la historia y con el interés común. Los sentimientos son pasajeros por naturaleza. Esperemos que las consecuencias positivas del duelo polaco sí perduren. Eric Maurice
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