Ahora que el presidente checo Václav Klaus parece resignarse a firmar el Tratado de Lisboa, la Unión Europea respira con alivio. Los optimistas dirán que el proyecto europeo se podrá culminar al fin, que la Unión Europea podrá hacer realidad sus ambiciones y pronunciarse con una voz fuerte.
La misma semana, otros destacarán que la Unión, una vez más, ha demostrado que es incapaz de hablar con una sola voz. El 20 de octubre, fracasaron las negociaciones entre los ministros de Finanzas europeos sobre la ayuda económica que la UE debía asignar a los países en vías de desarrollo para que puedan participar en la lucha contra el calentamiento climático. No llegaron ni a aceptar una cantidad reducida con respecto a los cálculos de los expertos (30.000 millones de euros), ya que demasiados Estados temen que las contribuciones no sean equitativas. Con toda razón, Wouter Bos, ministro de Finanzas neerlandés, calificó de "vergonzoso" esta falta de consenso, mientras que su homólogo sueco Anders Borg dijo sentirse "muy decepcionado".
Al día siguiente, la historia se repetía: los ministros de Medio Ambienteno llegaron a un acuerdo con respecto a la cuestión más importante, la de los derechos de emisión de CO2 no utilizados por los Estados de Europa Central. Las negociaciones también demuestran que los Estados "pequeños" tienden a cargar la responsabilidad sobre las espaldas de los Estados "grandes". El fracaso de los ministros de Finanzas se debería sobre todo a la reticencia de Alemania, que espera la formación de su gobierno nuevo. Es inevitable pensar que, como suele ser en muchos casos, todo esto es un pretexto para aplazar la adopción de una posición común, o una falta de voluntad política de llegar a un consenso. Pero se trata sobre todo de la falta de conciencia de que, si no logra hablar con una sola voz, nunca se escuchará a Europa. J.S.
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