Era una tarde de 2018 cuando un nuevo conocido y yo nos estábamos tomando algo en el sur de Ontario, Canadá. En un momento dado, comenzamos a hablar sobre los cambios en la sociedad irlandesa; la conocida narrativa del colapso de la influencia católica y la precipitada liberalización de los valores sociales. Esta rápida transformación puede resumirse perfectamente en dos referendos: en 1995, Irlanda se convirtió en el penúltimo país europeo en legalizar el divorcio (antes que Malta, que no lo legalizó hasta 2011), y en 2015, pasó a ser el primer país del mundo en legalizar el matrimonio igualitario mediante el voto popular (con una amplia mayoría). Mi conocido canadiense no le dio vueltas al asunto: “Vuestro primer ministro es gay e indio, ¿no es así?” Su tono dio a entender que ve esto como un bien intrínseco, otro punto para los buenos. Sin embargo, mi respuesta instintiva fue decirle que el meme más popular de la izquierda irlandesa es una imagen del primer ministro en cuestión, Leo Varadkar, con el peinado de Margaret Thatcher.
Como lo señaló Eoghan Kelly para The Conversation, los primeros años del liderazgo de Varadkar, que inició en 2017, se caracterizaron por unas medidas de austeridad muy impopulares, mientras que en los últimos años se ha visto una economía en auge, lo que hizo que su dimisión en marzo fuese todavía más sorprendente. En esos primeros años, Varadkar se ganó una reputación de enemigo de las clases bajas, y en especial de los desempleados. En 2017, en un contexto de celebraciones superficiales por la llegada al poder del primer Taoiseach abiertamente homosexual del país, la principal página web satírica de Irlanda Waterford Whispers News publicó el titular “Leo Varadkar se ha convertido en el primer líder abiertamente clasista de Irlanda”.
En The Guardian, Rory Carroll indicó que si bien Varadkar estuvo asociado a algunos puntos de inflexión históricos de la política irlandesa, sobre todo el referendo de 2018 sobre la legalización del aborto, nunca fue visto realmente como un actor esencial en aquellos acontecimientos. “Los extranjeros solían embelesarse ante la imagen de Varadkar como una encumbrada encarnación de un zeitgeist liberalizador”, escribió Carroll, pero “los progresistas irlandeses ponían los ojos en blanco, explicando que otros políticos y grupos de base habían hecho el trabajo pesado”. Esta dinámica puede verse en las primeras conversaciones con Varadkar. Cuando fue entrevistado por Niamh Horan para Irish Independent en 2016, la periodista le preguntó si consideraba que el aborto en Irlanda era “una cuestión de clases”. Varadkar se rio con desdén y dijo que ni siquiera entendía la pregunta. Para contextualizar, antes de que el aborto se legalizase, las mujeres irlandesas que querían abortar tenían que pagar por servicios de viaje y aborto en Gran Bretaña, lo que excluía a las mujeres con un nivel socioeconómico bajo (o marginalizado).
En lo que respecta a las fortunas económicas subsecuentes de Irlanda, Eoin Burke-Kennedy, en The Irish Times, no está seguro de si Varadkar puede realmente tomar el crédito “por el pleno empleo, basado en gran parte en una inversión masiva de Estados Unidos, y por un superávit presupuestario impulsado por una recaudación récord del impuesto de sociedades de las mismas empresas”. Sin embargo, como señaló Burke-Kennedy, es ahí donde Varadkar ve claramente su legado positivo, un legado que “se parece mucho a la naturaleza de dos niveles de la misma economía irlandesa, sobrealimentada en algunos aspectos y pendiendo de un hilo en otros.
El politólogo Eoin O’Malley fue menos caritativo, alegando que el legado de Varadkar será “un legado de un perdedor electoral”, según informó Jon Henley para The Guardian. Efectivamente, si bien las razones detrás de la dimisión de Varadkar no están completamente claras, el rotundo fracaso de los referendos de familia y cuidados en marzo fue un obvio factor contribuyente. Estos referendos, apoyados tanto por el gobierno como por partidos de oposición, ONG y organizaciones de la sociedad civil, buscaban actualizar las definiciones “anticuadas” de la mujer y de la familia presentes en la Constitución irlandesa de 1937, en la que las familias se definen por una relación matrimonial y el valor de la mujer yace en su contribución a las tareas domésticas. Como explicó Shawn Pogatchnik para Politico Europe, “esas nociones de una época pasada contrastan fuertemente con la realidad actual de Irlanda, donde dos de cada cinco niños nacen fuera del matrimonio y la mayoría de las mujeres trabajan fuera de casa”.
Quienes apoyaron los referendos tienden a afirmar que el fracaso se debió a una mala formulación de las ideas y a la premura por hacer que la votación coincidiese con el Día Internacional de la Mujer. El pequeño pero influyente Partido Socialista decidió retirar su apoyo al referendo de cuidados a última hora, tras escuchar las preocupaciones de los defensores de los derechos de las personas con discapacidad.
De aprobarse, el referendo podría debilitar la obligación del Estado de proveer asistencia a las personas con discapacidad y otorgar una “expresión constitucional a la posición ideológica conservadora de que la responsabilidad principal de estos cuidados yace en la familia y en los familiares”, sostuvo el senador irlandés Tom Clonan para Irish Examiner en febrero. La respuesta de Varadkar a estas inquietudes fue poco tranquilizadora: “Para ser sincero, no pienso que sea realmente una responsabilidad del Estado, sino más bien una responsabilidad de la familia”. Como dijo Ciarán O’Rourke para el medio de comunicación estadounidense de izquierda Jacobin, “seguramente Margaret Thatcher habría estado de acuerdo”.
Además de estas razones cuestionables que explicarían el fracaso de los referendos, cabe mencionar, por supuesto, la genuina voluntad de simplemente decir no (dos veces) a un gobierno impopular. Mientras que los referendos citados anteriormente sobre el divorcio y el matrimonio igualitario se beneficiaron del resentimiento de larga data contra la jerarquía religiosa —con un sombrío telón de fondo de abuso sexual a menores, fosas comunes, etc.— los referendos más recientes tuvieron lugar en un momento en el que el gobierno mismo era el principal blanco del oprobio público, principalmente debido a la rampante desigualdad económica destacada por Burke-Kennedy y otras de las personas ya mencionadas.
Hasta hace poco, este malestar podría haber encontrado una salida política en el Sinn Féin, la antigua rama política del IRA. Como explicó Agnès Maillot para The Conversation, el partido ha avanzado de manera significativa en lo que se refiere a ganar respetabilidad y convertirse en una alternativa de izquierda fiable. Mas esta respetabilidad es un arma de doble filo: entre más se acerca al poder (y las encuestas sugieren que en efecto está muy cerca), menor es la amenaza que representa para el statu quo. Esto ha puesto al partido en contradicción con su base tradicional.
Como antiguo corresponsal de guerra, Aris Roussinos escribió para UnHerd (en referencia a la reciente encuesta sobre las actitudes de los votantes por partido) que “los votantes del Sinn Feín constituyen —para la aparente sorpresa de sus líderes socialmente liberales— el bloque electoral más nacionalista del país”. Por lo tanto, al carecer de un sentido de representación política, una gran parte de la población ha recurrido a la revuelta populista. Mientras Leo Varadkar se despide de su liderazgo, Irlanda está dándole la bienvenida a “la insurgencia populista más rápida, aunque incipiente, de Europa, para la incomodidad de la clase política”.
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