"Europa es un vasto continente" constataba esta semana el periodista británico Hamish McRae en The Independent. Si habíamos olvidado esta realidad geográfica es porque el avión ha suplantado al coche y al tren. Tras la liberalización del transporte aéreo y la revolución del "low cost" hace una quincena de años, viajar por Europa es más fácil, más rápido y más barato. Al margen de lo que pensemos de sus prácticas económicas, en cierto modo Ryanair e EasyJet han hecho más por los intercambios entre ciudadanos europeos que los grandes proyectos institucionales y la ampliación de la Unión. Este es el modo de vida que ha reexaminado el volcán Eyjafjalla.
En una semana de bloqueo del tráfico aéreo, hemos tomado conciencia de la dependencia de nuestras sociedades respecto a este tipo de transporte. Hemos igualmente comprobado que algunas regiones, en particular al este de Europa, no son lo suficientemente accesibles por carretera o ferrocarril. Hemos al fin comprobado los beneficios ecológicos -menos ruido y menos emisiones de CO2- que conlleva la limitación del tráfico aéreo.
El desarrollo de una Europa de los ciudadanos está, por tanto, fundamentada en un medio de transporte contaminante, desigual desde la perspectiva de que algunos no tienen alternativa y frágil, ya que una nube puede paralizar numerosas actividades. Para estar a la altura de sus aspiraciones sociales, económicas y políticas, Europa deberá aprovechar la oportunidad de pensar en otro modelo.
La Unión podría, por ejemplo, desarrollar más rápidamente de lo que lo hace los trenes de alta velocidad en el continente, coordinar la actividad de los grandes aeropuertos nacionales para racionalizar y reducir el tráfico aéreo sobre nuestras cabezas y diversificar también de forma coordinada el transporte de mercancías a través del ferrocarril o el mar. Los caminos son numerosos para impulsar a los europeos a trabajar juntos, en dirección a una economía más verde y más sólida. Eric Maurice