Once días de negociaciones no habrán servido prácticamente para nada. A pocas horas del final de la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático, nadie parecía creer que se pudiera alcanzar el objetivo fijado. Un acuerdo vinculante para reducir las emisiones de dióxido de carbono y para limitar el calentamiento a dos grados parecía una posibilidad políticamente remota. Los responsables de esta situación son múltiples, comenzando por el gobierno danés, anfitrión de la cumbre. “Los daneses son incompetentes” titula el periódico Politiken, resumiendo la valoración internacional de la presidencia de la conferencia. En el punto de mira se encuentra sobre todo la ministra del Clima Connie Hedegaard, concreta Berlingske Tidende, “que ha recibido críticas por su falta de paciencia y cortesía.” Sin embargo, el periódico asegura que si los grandes países no han permitido que los daneses consiguieran un acuerdo ha sido porque no querían que “la gloria de un acuerdo sobre el clima fuera a parar al gobierno danés”.
La conferencia de Copenhague va a concluir como un “gran fracaso”, anticipaba el periódico español ABC. “La opinión pública internacional asiste perpleja a una especie de mercadeo entre posiciones incompatibles”, escribe el periódico conservador, que echa la culpa al “ecologismo oficialista” de ciertos dirigentes, ecologismo “que desvela sus puntos más débiles” al quedar claro que “por mucha carga ideológica que ponga en el empeño no consigue resultados eficaces cuando están en juego grandes intereses económicos”. “China chantajea al mundo”, denuncia desde Londres The Independent, que se lamenta de que Pekín se niegue a asumir sus responsabilidades como nuevo país contaminante. Pero tal y como observa el diario suizo Le Temps, en estos últimos años se ha producido un “cambio profundo”. Antes, el mundo estaba dominado por la tríada Estados Unidos – Europa – Japón, que imponía sus acuerdos sobre los demás, en especial sobre los países del tercer mundo. Hoy, “Brasil, India, China, Malasia y otros países han abierto escuelas de relaciones internacionales y producen diplomáticos temibles y francos en la defensa de sus intereses nacionales. Mejor preparados y más seguros de sí mismos, los negociadores del Sur han perdido finalmente sus complejos frente a sus homólogos europeos y americanos”.
Una cumbre desastrosa
¿Estamos pues ante el fracaso de una forma de diplomacia que no ha sabido adaptarse a la época actual? El filósofo británico John Gray [explica en Dziennik Gazeta Prawna](http:// http//www.dziennik.pl/) que “el mundo no habla con una sola voz ni sobre el calentamiento global ni sobre otros temas. Más que un nuevo orden mundial, lo que contemplamos hoy es un caos global”. “Cada país busca cumplir con sus objetivos a corto y largo plazo, que sitúa por encima de los objetivos globales”, añade Gray, para quien es un sinsentido creer que podemos salvar el planeta. Libération, por su lado, trata de ver el lado positivo de las últimas horas de esta calamitosa cumbre. Para el periódico francés, la asistencia de Barack Obama a Copenhague —rompiendo con el “egoísmo imperial practicado sin vergüenza por su antecesor”— ha hecho renacer “el sueño de una cooperación internacional abierta y eficaz”. “Esta reunión mundial debe servir de precedente”, confía el periódico de izquierdas. “En una palabra, hay que pasar de una realpolitik a otra. La simple componenda entre los intereses nacionales, marco conceptual en el que se mueven los viejos estrategas, no basta para asegurar el futuro del planeta. El futuro de la humanidad depende hoy del avance hacia un directorio democrático mundial.”
Pero después de todo, y como [opina Naomi Klein en The Guardian](http:// http//www.guardian.co.uk/commentisfree/cif-green/2009/dec/17/copenhagen-no-deal-better-catastrophe), “es mejor que no haya acuerdo a un acuerdo que sea sinónimo de catástrofe”. Para la ensayista canadiense, “África ha sido sacrificada” durante las conversaciones. “La postura del G77, que incluye a los países africanos, era clara: un aumento de 2 grados en la temperatura global se traduce en un aumento de 3 a 3,5 grados en África”. Citando a “Matthew Stilwell, del Instituto para la Gobernanza y el Desarrollo Sostenible, uno de los consejeros más influyentes en estas negociaciones”, Klein señala que “en realidad las conversaciones no tratan sobre la forma de impedir el cambio climático, sino que son una batalla campal sobre un recurso muy preciado: los derechos sobre el cielo. El CO2 sólo se puede emitir en cantidades limitadas. Si los países ricos no reducen sus emisiones, engullirán la parte ya insuficiente del Sur”.
El mercado verde está en juego
Tras la decepción de Copenhague, es necesario cambiar la forma de pensar con respecto al planeta. Tras constatar que las economías de China y EE. UU. “están tan unidas que los inconvenientes para una significan automáticamente inconvenientes para la otra”, el Spiegel-Online sostiene la idea de que esta “interdependencia económica debe reflejarse en la política climática”. Así, en lugar de enfrentarse entre ellas, como han hecho durante la cumbre, “las dos potencias económicas deberían lanzarse a una competición por el mercado verde del futuro”, ya que es una fuente de empleo y de inversiones. En el Standaard, un experto económico asegura que “el interés personal y la idea de que la actitud y el empresariado verdes pueden aportarnos algo, tendrán más éxito que las medidas impuestas o un sentimiento de culpabilidad colectivo”. Geert Noels, fundador del gabinete de asesoramiento económico Econopolis, explica que “la economía verde experimenta un crecimiento tan fuerte como la economía china. Un país que adopta una economía sostenible, tiene impulsos de crecimiento fuertes. Dinamarca y Alemania lo han entendido bien [...] y no han esperado a las medidas apremiantes por parte de Copenhague o Bruselas [...] No consideran el desafío verde una cruz, sino un salvavidas para la economía”.