Una política en manos de los funcionarios (Imagen: PE, Minifig)
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En Berlín, Europa no es un juego de niños

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La elaboración de la política europea de Alemania responde a un funcionamiento particularmente complicado. Y el refuerzo de las competencias del Parlamento alemán reclamado por el Tribunal Constitucional no arregla las cosas. Pero ¿cuál es el papel en este asunto del ministerio alemán de Asuntos Exteriores?, se pregunta Die Zeit.

Publicado en 30 julio 2009
Una política en manos de los funcionarios (Imagen: PE, Minifig)

Hace tiempo que no se vivía un verano sin descanso estival en Berlín. El Bundestag está castigado sin vacaciones, pues el Tribunal constitucional federal acaba de ordenarle que revise exhaustivamente su política europea. Para el otoño, dicha política deberá ser más eficaz, más transparente y más democrática.En el futuro, el Parlamento debe ejercer más influencia en Bruselas. No debe supervisar únicamente el dispositivo bruselense, sino también a su homónimo alemán: el ministerio fantasma de Asuntos europeos.

A propósito, ¿quién se ocupa de la política europea en Berlín? ¿A quién debe controlarse allí? Berlín es complicado, al menos cuando se trata de Europa. La capital federal se ha "bruselizado", con centros de toma decisiones dispersados, múltiples responsables, acciones enmarañadas. Prácticamente no existe ningún ministerio sin secretario europeo ni casi ningún asunto político sin dimensión europea. El Bundestag ya tiene algo que decir al respecto, como el Bundesrat, las representaciones de los Länder, los municipios y los diferentes grupos de interés. Los representantes de los 1.400 grupos de trabajo, comités y reuniones de coordinación deben delegarse a Bruselas. Si realmente existiera un ministerio de Asuntos europeos en Berlín, sería de dimensiones desproporcionadas.

El gobierno federal desea dirigir una política europea incluso sin un ministerio de Asuntos europeos, al menos esa es la versión oficial. "Con frecuencia no se llega a un acuerdo a tiempo sobre una posición común y Alemania debe abstenerse en Bruselas", confiesa Joachim Würmeling, anterior secretario de Estado en el ministerio de Economía. Desde hace tiempo en Bruselas se ha inventado un término para designar la lentitud de los alemanes: el German vote (voto alemán). Así es como se denomina en la jerga de los eurócratas la abstención de un país de la UE cuyo gobierno no es capaz de ponerse de acuerdo.

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Es Berlín contra Berlín. ¿Será precisamente eso lo que el Bundestag debería controlar a partir de ahora? Entre los burócratas, el Parlamento alemán no goza de muy buena reputación: "Asume mucho trabajo, quiere saberlo todo, pero no desempeña ninguna función en la política cotidiana", estima un funcionario gubernamental.Todo está condenado a complicarse aún más, lo que no beneficiará necesariamente a Alemania, tal y como explica un experto en los debates de la UE. Pone como ejemplo la cuestión de la política climática. El Parlamento alemán se posicionó durante la fase candente de las negociaciones sobre el clima en Bruselas: en ningún caso el gobierno federal debe aprobar las peticiones especiales formuladas por las industrias cuyo consumo energético es elevado. Cuando más tarde los jefes de gobierno lograron un compromiso, precisamente fue lo que reclamó Polonia.

Alemania acabó por aceptar. Por tanto, Angela Merkel hizo caso omiso del veto opuesto por el Bundestag, oficialmente por motivos de política exterior e integración. Tenía derecho a hacerlo. Si el Bundestag hubiera involucrado al gobierno con su voto con tanta firmeza como desearía la CSU (Unión Social Cristiana de Baviera, hermana de la CDU de la canciller Merkel) en el futuro, quizás el compromiso habría fracasado a causa de Alemania.

Pero ¿cómo pueden decidir exactamente los diputados sobre política europea y ejercer de forma más acertada su influencia en un ministerio de Asuntos europeos imaginario? El mayor éxito logrado durante la presidencia alemana del Consejo Europeo se debe a negociaciones gubernamentales secretas que dieron lugar a la Declaración de Berlín, lo que allanó el camino para el Tratado de Lisboa. Sólo algunos críticos han defendido sus posiciones: hubiera sido mejor elaborar el documento en el contexto de un debate parlamentario abierto y público, en lugar de hacerlo mediante conversaciones telefónicas secretas. La política europea merecería un debate de este orden. Pero, según replican algunos, seguimos discutiendo sobre ello. Al parecer, resulta difícil encontrar el equilibrio entre un poder ejecutivo eficaz y una participación democrática. En lo que respecta a la política europea, sigue siendo especialmente complicado.

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