Ideas Una mirada a Europa

¿Está preparada esta Europa más fuerte para los desafíos venideros, tanto globales como internos?

Los Estados miembro de la UE han mostrado una unidad sin precedentes respecto a la guerra en Ucrania y la opinión pública ha expresado su confianza en las acciones de la UE. Sin embargo, la Unión se enfrenta todavía a mayores retos, desde los nacionalismos populistas que buscan una reforma de la Unión desde dentro hasta la crisis climática y otros asuntos globales, advierte el historiador británico Timothy Garton Ash.

Publicado en 12 abril 2023 a las 12:59

Es primavera en Bruselas y la Unión Europea avanza con renovados bríos. Sus líderes e instituciones han entrado decididamente en acción por la guerra en Ucrania. “La guerra nos ha recordado para lo que Europa existe en realidad”, me decía constantemente la gente en una reciente visita a la capital de la UE.

Hay una teoría popular según la cual la integración europea progresa a través de crisis. La verdad es que a veces esto parece cierto y a veces no. Hay que ser un ingenuo eurooptimista para proclamar, por ejemplo, que la unidad europea progresó con la crisis de los refugiados de 2015/16. Pero en las dos últimas y descomunales crisis, la pandemia del covid y la guerra en Ucrania, hemos visto en acción el mecanismo de “desafío y respuesta” que el historiador Arnold Toynbee identificó como una de las pautas creadoras de la historia.


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Después de un lento arranque y una acusada reversión inicial a las acciones nacionales unilaterales, la UE respondió a las consecuencias económicas de la pandemia del covid con un decidido paso al frente: más de 750 000 millones de euros de fondos de recuperación para los Estados miembro, que se denominaron NextGenerationEU. Dos viejos tabúes noreuropeos fueron derribados de golpe. Había ahora una deuda europea compartida y una gran parte del dinero se distribuiría en forma de donaciones, no como simples préstamos, a países duramente castigados como Italia. Los líderes europeos hicieron finalmente lo que debían haber hecho una década antes: reaccionar a la crisis de la Eurozona que se agudizó por primera vez allá por 2010.

Más notable incluso ha sido la respuesta a la guerra en Ucrania. A pesar de todos los esfuerzos de nacionalistas acérrimos tales como los de Viktor Orbán de Hungría, la solidaridad de Europa se ha mantenido a lo largo de diez rondas de severas sanciones económicas a Rusia. Los refugiados ucranianos han sido bien recibidos en todo el bloque, dejando en vergüenza los miserables y obstruccionistas procedimientos británicos para visados.

Después de otro lento comienzo –los comienzos lentos son lo que se consigue con una comunidad de 27 diferentes estados que todavía sigue siendo sustancialmente intergubernamental– la UE está dando 18 000 millones de euros de apoyo económico a Ucrania este año. No solo han sido muchos Estados miembro los que individualmente han ofrecido niveles impresionantes de apoyo militar a Ucrania. En un movimiento que habría sido impensable antes de que Vladímir Putin iniciara la invasión a plena escala de Ucrania el 24 de febrero de 2022, también está siendo utilizado el denominado Fondo Europeo de Ayuda a la Paz para poner en marcha compras a gran escala de armas y municiones para las fuerzas armadas de Ucrania, cuya principal contraofensiva se espera que tenga lugar dentro de unas pocas semanas.

Y lo que es más, hemos visto un liderazgo estratégico procedente de las instituciones europeas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von den Leyen, ha encontrado su gran causa en el tren a Kiev. Josep Borrell, jefe de la política exterior de Unión, ha abogado decididamente por la ampliación del alcance del Fondo Europeo de Ayuda a la Paz. El Parlamento Europeo ha contribuido decisivamente a que se lleve adelante la agenda de ampliación hacia el este. La Unión tiene ahora un gran proyecto geoestratégico en una ronda de ampliaciones, para incluir a Ucrania, Moldavia y posiblemente Georgia, así como los Balcanes occidentales y otro en los ámbitos interrelacionados de seguridad energética y transición ecológica. 

Esta Unión goza también de un apoyo sustancial. La última encuesta de opinión del Eurobarómetro da a entender que, tomando una media de  los 27 Estados miembro, la mayoría de los ciudadanos europeos “tiende a confiar” en las instituciones de la UE más que en sus propios gobiernos y parlamentos nacionales (47 % a 32 % y 33 % respectivamente). El 45 % tiene una imagen generalmente positiva de la UE, contra un 18 % que la tiene negativa. El 62 % dice que es optimista en cuanto al futuro de la UE, en contra del 35 % que se manifiesta pesimista. Y para colmo, otra reciente encuesta muestra que, desde el Brexit, incluso los británicos han llegado a tener más confianza en la UE que en su propio gobierno y parlamento.

Y ahora llegan las malas noticias. Los políticos de muchos Estados miembro individuales cuentan un relato mucho menos bonito que estas cifras de los titulares, relato en el que los desafíos externos a que se enfrenta esta Unión son mayores que en cualquier momento anterior. Si se escarba un poco más a fondo en esos datos del Eurobarómetro, se encuentra una cuestión habitual que siempre me ha intrigado. Se trata de preguntar a la gente por su conformidad o disconformidad con esta afirmación: “(Nuestro país) podría afrontar mejor su futuro fuera de la UE”.

Cuando se preguntó esto antes del referéndum del Brexit de 2016, se mostró conforme una media del 34 % en toda la Unión de 28 miembros. Este año, en una UE libre ya de esos tercos británicos, sigue estando conforme un 27 %. En Eslovenia la cifra llega al 42 %, en Croacia al 41 %, en Polonia al 40 % y en Austria al 38 %. Incluso en Bélgica, que gentilmente comparte su capital con la UE, se llega al 33 %.

Esto no significa que alguien vaya a seguir el ejemplo británico en cualquier momento próximo. Lo que ha sucedido en Gran Bretaña desde 2016 apartaría de ello a la mayoría de la gente. Pero sí que significa que hay muchos europeos que están a disgusto en la UE y sus populistas líderes nacionalistas desean transformar la UE desde dentro, en vez de abandonarla. No deja de ser fascinante que menos húngaros (27 %) que franceses (28 %) digan que se sentirían mejor fuera de la UE. Después de todo, Orbán es el líder que realmente está viviendo el sueño de Boris Johnson. Quiere nadar y guardar la ropa en cuanto a Europa.

Hungría, un Estado miembro de pleno derecho de la UE, ya no es una democracia. Los actuales líderes de Polonia están dispuestos a ganar las cruciales elecciones de este otoño por las buenas o por las malas y seguir con la “orbanización a la polonesa”. En los Países Bajos, donde acabo de pasar una jornada deliciosa por la publicación de la edición neerlandesa de mi personal historia de Europa, un partido populista rural amenaza con desbaratar los planes de la política neerlandesa después de obtener unos resultados extremadamente buenos en las elecciones provinciales.

En Austria, el Partido de la Libertad de extrema derecha y contrario a la inmigración lidera las encuestas de opinión. Italia tiene una primera ministra neoposfascista aun cuando se esté comportando de forma más bien responsable en asuntos europeos clave tales como Ucrania y la Eurozona. Las protestas multitudinarias en Francia no pronostican nada bueno para el futuro del centro liberal de Emmanuel Macron. Avezados observadores de la política francesa ya dan a entender que la más probable ganadora de las elecciones presidenciales de 2027 bien pudiera ser Marine le Pen. Aunque la media de las cifras totales de toda la UE respecto a la confianza en la UE se mantiene bastante alta, el 57 % de los encuestados franceses dijeron que “tienden a no confiar” en la UE.

Y todo esto se da antes de que entremos en el campo de unas amenazas externas sin precedentes. La mayor guerra en suelo europeo desde 1945. Un bromance de dictadores entre Xi Jinping y Putin. Otras potencias no occidentales tales como India, Turquía, Sudáfrica y Brasil mantienen buenas relaciones con la Rusia de Putin, aun cuando esta haya emprendido una guerra neocolonial contra Ucrania, con claros elementos genocidas. Y unos Estados Unidos que podrían volverse trumpianos, una vez más, en las elecciones presidenciales del próximo año, con o sin Trump.

El calentamiento global que todavía sigue subiendo más allá de 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, con consecuencias que ya se están materializando en sucesos climáticos extremos; la población mundial que ya se ha disparado por encima de los 8000 millones; las enormes desigualdades entre los países más ricos y más pobres; y todo lo que antecede que no deja de contribuir a las presiones migratorias que luego son explotadas por populistas xenófobos en Europa. ¡Ah, sí! Y el riesgo significativo de un conflicto armado entre EE. UU. y China a cuenta de Taiwán en algún momento dentro de esta década. ¿Sigo?

El estado de esta Unión es fuerte. Pero necesitará ser muchísimo más fuerte para dominar estos enormes desafíos, tanto internos como externos.

El último libro de Timothy Garton Ash, Homelands: A Personal History of Europe (The Bodley Head, 2023), acaba de publicarse y estará disponible en al menos 18 lenguas europeas, entre ellas el español.

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