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Hace nueve años, Maidán, la plaza mayor de mi ciudad natal, Kiev, estaba rebosante de gente con banderas de la UE y banderas nacionales ucranianas. Maidán, o la Revolución de la Dignidad, fue la última revolución democrática europea que tuvo éxito. Los manifestantes ganaron. Ellos –nosotros– supieron derrocar un régimen que ya entonces estaba preparando activamente la anexión política de Ucrania a Rusia.
Exactamente estos días, hace nueve años, la marea humana de Maidán llevó a hombros los ataúdes de los activistas que habían sido tiroteados por la policía. La tragedia de tanta gente asesinada fue inmensa, pero los espacios para el duelo se redujeron inmediatamente al producirse la anexión de Crimea y resultar evidente que el Kremlin había desencadenado una guerra contra Ucrania, contra nosotros.
Aprendimos entonces que conseguir lo imposible podía resultar idílico en canciones o películas, pero en nuestra realidad, se consiguió a un precio demasiado alto desde su mismo inicio. Pero Maidán seguía siendo un lugar para el cambio y un punto de referencia. Se mantuvo allí la imagen de personas firmes en su postura con banderas ucranianas y europeas. Nuestras metas oficiales eran la solidaridad y la comunidad sociales, la democratización y la ciudadanía responsable. Pero estos ciudadanos, estas personas con banderas, se están hundiendo en el océano de una guerra de exterminio y, ahora, solo son las banderas las que ondean por encima del suelo.
¿Cuáles son hoy en día esos lugares llenos de banderas ucranianas? Los cementerios de nuestras ciudades y pueblos donde los funerales tienen lugar uno tras otro, sin descanso.
En estos momento mi país está sufriendo un genocidio atroz que se supone es un castigo dirigido contra aquellos ucranianos que persistieron (y todavía insisten) en su propia subjetividad política. Las tumbas con banderas ucranianas brindan una buena imagen de la idea de contrarrevolución propia de Putin. Visto desde el Kremlin, el deseo de cambio tiene que ser aplastado. Maidán debe descansar en guerra. El odio físico de Vladimir Putin contra Ucrania no es sólo étnico, es político. La visión revolucionaria del futuro ha de ser enterrada. Lo que estamos presenciando es el exterminio físico de la vida y el tiempo.
Desde el momento en que nuestras autoridades militares mantienen silencio respecto a las bajas ucranianas, evitando esos datos horrendos por razones estratégicas, los cementerios con sus bosques de banderas recién plantadas son el lugar donde se hacen visibles estos números en concreto. Y esta concreción guarda relación con la verdad: la verdad mortal.
¿Cuál es la verdad de lo que está sucediendo hoy en día? Hay un país en Europa donde la muerte de centenares de personas cada día se considera soportable. Los cuerpos vivientes de este país –si no son varones de edades comprendidas entre los 18 y los 60 años, o si no están viviendo bajo el régimen de ocupación ruso– pueden cruzar libremente las fronteras. Otros estados europeos los aceptan. Al mismo tiempo, la muerte se concentra cada vez más en Ucrania, dentro de sus fronteras.
La cuestión de superar esa frontera pasa a ser una cuestión de paz. Integrar a Ucrania tan pronto como sea posible, aceptar a Ucrania, significa integrar a los reprimidos dentro del propio ser
Durante los últimos nueve años, incluso antes de la invasión rusa a escala total, he oído frecuentemente describir a Ucrania como el patio trasero de Europa. Hoy en día, este patio trasero se está convirtiendo cada vez más en una especie de cementerio, donde la propia guerra trabaja a modo de enterrador (los misiles y los obuses forman enormes boquetes, cavando así tumbas para los propios ucranianos.
En este cementerio se pueden ver flores hermosas –símbolos de infrangibilidad, valor y resistencia–. Y símbolos también de las aspiraciones de Ucrania a llegar a ser un jardín pacífico y reconstruir todo lo que se ha destruído. Estas flores han de darnos esperanza, una promesa de que la vida es posible después de todos los horrores.
Del mismo modo que en el siglo XX los cementerios pasaron a ser lugares de desplazamiento de la muerte, ocultándolos tanto de los lugares céntricos del espacio urbano como de nuestra vida cotidiana, mi país se está convirtiendo en un cementerio desplazado; aunque también sea un campo de batalla que debe mantenerse delineado por una frontera muy clara. Y ayudar a Ucrania en este contexto significa, más que preservar esta frontera, preservar el estatus de este espacio.
Pocas semanas atrás, crucé la frontera entre Ucrania y la Unión Europea. Hoy en día no hay conexiones rápidas hacia o desde Ucrania. Viajar consume mucho tiempo y este largo viaje tiene su propia lógica: la transformación mental humana necesita tiempo. A fin de trasladarse de la paz a la guerra o de la guerra a la paz uno tiene que pasar por cierto proceso. Para salir de un tiempo acelerado donde la cuenta atrás no se aplica a segundos sino a vidas humanas. Incorporarse al tiempo en el que hay lugar para la reflexión, la discusión y a veces incluso para malgastar palabras. Y lo que es más importante, donde hay tiempo para elegir.
Esto es una metamorfosis mental que no se produce así como así. Conmueve, crea ansiedad, temores, turba el sueño y priva a uno de la más básica confianza en el terreno en que pone los pies, incluso cuando este terreno no está excavado por los obuses y las palas de los enterradores.
Es algo que prácticamente roza el trastorno mental. Y creo que los límites entre Ucrania y Europa no tienen que cruzarse físicamente para que esto se evidencie, se ha hecho tan profundo y fundamental que los límites se están haciendo sentir mucho más apartados que la frontera en sí misma. Hoy en día no es necesario conocer personalmente la experiencia ucraniana a fin de sentir la volatilidad del presente europeo, un momento ocupado con una gran catástrofe que todavía no ha recibido su visado para incorporarse a la realidad.
Puede ser que en la situación actual la estrategia de apoyo dosificado a Ucrania en esta guerra se pueda ver a través del prisma de la fatal lógica política del trastorno límite. Los reprimidos pueden esperar. ¿Pero cuánto tiempo? Para mí, estar dentro de ese límite significa estar atormentada por una pregunta: ¿Cómo serían las políticas contra la guerra si el derramamiento de sangre no se estuviera produciendo en los límites de Europa?
Espero poder refrenar mis ansias de hacer reproches morales. Pero aun así, todavía me gustaría formular algunas cuestiones éticas. La verdad de la muerte es que la vemos sin los adornos de la retórica heroica y la admiración por la dignidad y el valor de otros. Se dice muy a menudo de los ucranianos (y también ellos lo dicen muy decididos) que han perdido el miedo. Sí, perder el miedo a la muerte puede ser la clave para la libertad.
Pero, ¿por qué estas virtudes de valor e indomabilidad se atribuyen a otros? ¿No será porque estas increíbles e incomprensibles personas viven en un territorio que es terriblemente espantoso en su proximidad? Espanta con una identidad que en modo alguno puede ser aceptada en el fuero interno de cada uno y que se ha de mantener al otro lado del límite.
Por lo tanto, la cuestión de superar esa frontera pasa a ser una cuestión de paz. Integrar a Ucrania tan pronto como sea posible, aceptar a Ucrania, significa integrar a los reprimidos dentro del propio ser. Cuando la catástrofe del genocidio, desplazada por la pesadilla de la guerra, pase a formar parte de la experiencia europea, el deseo de superarla o detenerla puede tener manifestaciones completamente diferentes. Reconocer la concreción e irreversibilidad de la muerte significará acceder a la verdad, mientras que la verdad en su aspecto performativo significa superar la muerte y detener su multiplicación.

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Traspasar la frontera significa también reconsiderar los límites de lo que es posible. Lo que parecía increíble hace un año ha pasado a ser algo normal hoy en día. Es tiempo de pensar en los límites y limitaciones personales de cada uno.
Cuando mis colegas comentan la actual guerra rusa contra Ucrania, recurren a nuestra historia secular, hablan del imperialismo, de la rusificación, del estalinismo y la colonización. Para mí, esta guerra tiene un punto de referencia bastante claro: el Maidán.
La voluntad para luchar por Ucrania supondrá retar a la muerte de la que Rusia está tan fatalmente enamorada hoy en día
Acaso valga la pena retornar a este lugar para hallar el futuro. Nuestro futuro común. La última revolución europea que no ha recibido –todavía– su propio lugar en la historia general y común de Europa. Una señal procedente de algún lugar en los márgenes de Europa indicativa de que la paz y la justicia, metas clave de la Unión Europea, conforman una construcción compleja, sensible y receptiva.
Pero ¿se pudo oír algo desde allí? ¿Se reconocieron las señales procedentes de Maidán? ¿Tuvimos nosotros, las personas que estábamos en las márgenes, capacidad suficiente para hablar de trasgresión, del futuro, de la revolución de la idea de cómo construir el proyecto europeo?
La idea de una transformación radical parece flotar en el aire, pero el proceso político y estratégico para la toma de decisiones está ahora influido por el miedo. Este miedo corroerá. Ejercerá presión y ahogará lentamente los nuevos impulsos. La voluntad para luchar por Ucrania supondrá retar a la muerte de la que Rusia está tan fatalmente enamorada hoy en día.
Pienso que la Europa colectiva imaginaria está actualmente en el umbral, que está dispuesta a entrar en el futuro. Se está redescubriendo, repensando la subjetividad de su parte oriental, mirando más allá de sus propias fronteras, tan bien consolidadas y protegidas a lo largo de los años. Creo en el potencial europeo para superar su propia indiferencia. Y lo que es más importante, creo en una victoria europea, es decir, en una victoria conjunta sobre el fascismo ruso contemporáneo que, en cierta medida, se manifiesta como la culminación del crecimiento en Europa de los movimientos y sentimientos radicales de las derechas.
Lo que deseo hacer es dar voz a una posición desde la zona fronteriza en aras de superar los trastornos límite.
Hoy en día las ciudades europeas están repletas de banderas ucranianas. Pero ¿qué significa su presencia? ¿Representan estas banderas el futuro revolucionario o más bien su conmemoración? ¿Se supone que Ucrania es un héroe muerto o un socio vivo? Ahora es tiempo de decidir.