En un dique de la Playa de los Perros en Odesa, Elena Sokolovska recoge una muestra de agua del mar Negro. ©Théodore Donguy Voxeurop-blackseapollution

Los ecosistemas del mar Negro están en peligro por la guerra en Ucrania

A partir de febrero de 2022, la guerra ha perturbado gravemente los ecosistemas del Mar Negro, amenazando la supervivencia de especies endémicas. Los científicos ucranianos, abandonados a su propia suerte, se esfuerzan por evaluar el impacto ecológico del conflicto.

Publicado en 24 octubre 2024
Voxeurop-blackseapollution En un dique de la Playa de los Perros en Odesa, Elena Sokolovska recoge una muestra de agua del mar Negro. ©Théodore Donguy

En los largos pasillos del laboratorio de Odesa, en el sur de Ucrania, los pantalones rosas y la cálida sonrisa de Elena Sokolovska contrastan con el equipo polvoriento y las paredes desconchadas. En el quinto piso del Centro Científico Ucraniano de Ecología Marina (UkrNCEM), esta bióloga del fitoplancton trabaja sola. Desde el inicio de la guerra, la mayoría de sus colegas abandonaron la ciudad portuaria, huyendo de la amenaza de la guerra y de la falta de apoyo económico del Estado.

Dominando ya el gesto, la bióloga examina las muestras de agua tomadas una hora antes. Observa atentamente el líquido de color verdoso por última vez. Esas muestras tienen que enviarse a Kiev antes de las 6 de la tarde. “El camión de correos no nos esperará”, insiste mientras se pone la mochila.

Los viales serán recibidos luego en la capital por Alexander Krakhmalny, referente nacional en biología marina. En particular, se comprobará la cantidad de cianobacterias presentes en las muestras, unas algas microscópicas de color verde azulado que provocan un cambio de color en el agua en determinadas zonas del mar Negro. Algunas, como la Nodularia Spumigena, son tóxicas para los humanos.

Para Sokolovska, este trabajo diario es una forma de participar en la guerra contra Rusia. Antes de salir del laboratorio, repite por última vez en tono seco: "No haga fotos de las ventanas, por favor". Una sola foto podría convertir al laboratorio en un objetivo vulnerable a los ataques aéreos rusos.

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Para documentar la evolución de la calidad del agua, Elena Sokolovska hace que cada semana se analicen estas muestras. | Foto: ©Théodore Donguy

 El hecho de que estas muestras sean tan importantes radica en que son indispensables para documentar “una de las mayores catástrofes ecológicas que se han producido en Europa después de la de Chernóbil”, según el viceministro ucraniano de Asuntos Exteriores Andri Melnyk. El 6 de junio de 2023 a las 2:50 horas de la madrugada, la presa hidroeléctrica de Kajovka, en el río Dniéper, se derrumbó como consecuencia de una explosión más tarde atribuida a las fuerzas rusas. Con una longitud de 240 kilómetros, el embalse situado aguas arriba contenía más de 18 000 millones de toneladas de agua.

Algunos días más tarde, el Parlamento Europeo condenó los crímenes de guerra cometidos por Rusia, y calificó de gravísimo caso de ecocidio la destrucción de la presa. Muchas horas después de la explosión, un enorme volumen de agua dulce contaminada por abonos, carburantes y aguas residuales fue a parar al mar Negro, después de haber devastado decenas de pueblos y aldeas, causando la muerte de 58 personas. Ucrania calcula que el coste de esta catástrofe alcanza los 3800 millones de euros.

Vladislav Balinskyy, hidrobiólogo miembro de la ONG Green Leaf, constató inmediatamente las consecuencias de la tragedia. “La concentración de sales de metales pesados y de otras substancias tóxicas eran decenas de veces superiores a las normales”, explica con gesto grave, preparándose para sumergirse en las oscuras aguas del mar Negro. “Este descenso de la salinidad del agua provocó la muerte de organismos acuáticos y crustáceos, como los huevos de peces y sus alevines. Pero son sobre todo las colonias de mejillones, especies endémicas y famosas del mar Negro, las que no han sobrevivido”.

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Vladislav Balinskyy se sumerge junto a unas rocas que solían estar cubiertas de colonias de mejillones, en el fondo del mar Negro. | Foto: ©Théodore Donguy

Provisto de su cámara y sus aletas, Balinskyy se dispone a observarlas a lo largo de las costas ucranianas. A dos metros de profundidad, numerosas conchas de mejillones de un extraño tono blanquecino cubren el fondo del mar Negro. Sólo unas decenas de metros nos separan de las concurridas playas de Odesa. Quitándose de la boca el tubo de buceo, Balinskyy rememora las consecuencias del desastre. “Me he llegado a cruzar con ranas en la arena después del drama en la presa…”

En su canal de YouTube, donde comparte los resultados de sus inmersiones semanales, el científico advierte: “Les aconsejo que por ahora se abstengan de comer mejillones y mariscos locales”. Es cierto que el mar Negro ha recuperado su nivel normal de salinidad y los mejillones están empezando a reaparecer, pero “los metales pesados ​​tardan mucho en eliminarse de los sistemas biológicos y se transmiten a través de las cadenas alimentarias”. Según él, los restauradores ucranianos y rumanos siguen pasando por alto esta advertencia, pues sus establecimientos dependen en gran medida de platos a base de moluscos.

El impacto de la guerra sobre los mamíferos

Los moluscos no son los únicos animales afectados por la guerra. En 2023, científicos del parque natural de Touzly, Ivan Rusev entre ellos, han constatado una mortalidad masiva de cetáceos en casi todo el mar Negro. Tres especies en particular se han visto gravemente afectadas: el gran delfín, el delfín de flancos blancos y la marsopa. A lo largo del primer año de guerra, cerca de 1000 ejemplares resultaron muertos, es decir de dos a tres veces más que en los años anteriores al inicio de “la operación especial”, desencadenada por Vladímir Putin.

Además de las repetidas explosiones que se producen durante los violentos combates entre las flotas de los dos países beligerantes, la utilización del sónar por los submarinos constituye igualmente una amenaza considerable para la vida de los mamíferos. Sus excesivas emisiones hidroacústicas provocan en los cetáceos traumatismos sonoros y perturban su capacidad para desplazarse y cazar, lo que les impide nutrirse correctamente.

La documentación del impacto de la guerra sobre las especies es en gran medida posible gracias al trabajo de Pavel Gol’din, que también es científico en el óblast de Odesa. En un informe publicado junto con cinco colegas en julio de 2023, recalca: “Las actividades bélicas de Rusia han incidido sobre la parte más vulnerable y mejor conservada del ecosistema septentrional del mar Negro, que es un punto clave para unas especies endémicas y localmente distribuidas que son de enorme importancia mundial”.

Cuando la corrupción dificulta el trabajo científico

Ejercer la tarea de biólogo se ha vuelto particularmente arduo desde el inicio del conflicto. Para Vladislav Balinskyy, Elena Sokolovska y Galyna Terenko, su campo de actuación sigue sufriendo una horrible corrupción en Ucrania y la falta de apoyo económico por parte del Estado compromete gravemente el progreso de las investigaciones.

Elena Sokolovska, una de las pocas investigadoras que siguen trabajando en el laboratorio de Odesa, no percibe más que 150 euros al mes. Con un rictus nervioso en la comisura de los labios prefiere tomarlo a broma: “¡Soy la mejor voluntaria de Ucrania!”. Con el paso de los meses, su salario ha ido disminuyendo sin explicación alguna. En octubre de 2024, el salario medio en Ucrania se sitúa en poco más de 470 euros por mes.

Galyna Terenko, que antes de la guerra trabajaba con Elena, se ha incorporado a la Estación Marítima de Concarneau, en Bretaña, al oeste de Francia. Según ella, la corrupción y los déficits son anteriores a febrero de 2022: “Podría escribir un guion de película sobre todo lo que me ha pasado en la vida: ’25 años dedicada a la ciencia ucraniana… ¿Cómo sobrevivir?’ ¡Tendría garantizado el gran premio de cualquier festival!”

La bióloga detalla: personalidades situadas en puestos de altura desvían una parte de los fondos normalmente destinados a las instituciones científicas. Pero Terenko no quiere extenderse más sobre este tema: “Ya he recibido amenazas”. Ninguna de estas personalidades ha querido responder a nuestras preguntas. El ministro de Medioambiente, Rouslan Strelets, ha sido apartado de sus funciones por el presidente Zelensky en la reorganización del miércoles 4 de septiembre de 2024.

Aunque Terenko trabaja ahora en Bretaña, sigue participando en la observación de los ecosistemas del mar Negro: “Exporto a Ucrania equipos especializados de cuya existencia las autoridades ucranianas competentes no tiene ni la más remota idea. El ministerio [de protección del medioambiente de Ucrania] está dirigido por personas muy alejadas de este campo”.

En la playa de Odesa, después de hacer sus inmersiones, Vladislav Balinskyy, de la ONG Green Leaf, destaca también los problemas con que su organización tropieza ante los superiores ucranianos: “La mayor parte de nuestra actividad ante los tribunales va dirigida contra las actuaciones de las propias autoridades que actúan como latifundistas (propietarios de explotaciones agrícolas intensivas) y se apoderan de terrenos pertenecientes a parques naturales nacionales, en contra de la ley”. Las condiciones de trabajo de los científicos, ya difíciles antes del inicio de la guerra, se han visto agravadas en unos momentos a todas luces cruciales.

Las repercusiones de la guerra más allá de las fronteras

En el mar Negro, las consecuencias de la guerra no tienen fronteras. A lo largo de Constanța, en el este de Rumania, Matei Datcu y su tripulación de pescadores se reúnen cada día a las cinco de la mañana para echar sus redes. En esta suave mañana de agosto, la calma aparente no engaña a la tripulación. Con los ojos marcados por una noche de poco sueño, los pescadores no bajan la guardia. Al cabo de dos años y medio, estos rumanos no sufren por la desalinización del agua o por los radares, sino por la amenaza de minas a la deriva arrastradas por las corrientes.

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A unos cientos de metros de las costas de Constanța, Matei Datcu otea el horizonte. | Foto: ©Théodore Donguy

Aunque Datcu está igualmente preocupado por los kilos de pescado que traerá de vuelta al puerto, no oculta su inquietud: "Desde el inicio de la guerra, han aparecido unas diez minas en nuestra zona de pesca". Y añade: “Para pescar nos alejamos de las costas ucranianas”.

Bajo la influencia de las corrientes y tormentas, muchas minas quedaron a la deriva y chocaron repetidamente contra barcos comerciales. El 27 de diciembre de 2023, un carguero panameño que se dirigía a un puerto ucraniano para cargar cereales chocó contra una mina en el golfo del Danubio, y dos marineros sufrieron graves heridas. Estaba en la zona de pesca donde Matei Datcu y sus hombres tienen la costumbre de ir a pescar.

Aunque el agua dulce de la presa fluyó hasta la costa rumana, el pescador dice que eso no afectó a la cantidad de peces en sus redes. Sin embargo, no puede dejar de insistir en que el mar está cada vez más contaminado: "Cuando pescamos en mar abierto, llenamos tres cubos de basura con los residuos que recogemos en las redes".

Hoy en día, es posible que Rusia y Ucrania hayan desplegado cientos o incluso miles de minas. Este equipamiento militar también libera compuestos químicos, residuos y metales pesados ​​al medio marino. Aunque la tripulación de Matel Datcu no se ha cruzado con ninguno de ellos, mantienen la vigilancia. Solo una de esas minas sería suficiente para hacer volar en añicos la frágil embarcación de madera.

🤝 Este artículo se ha publicado dentro del marco del proyecto colaborativo Come Together.
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Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.

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