Lech Walesa en el 70º Festival de Cine de Venecia, en septiembre de 2013.

Lech Walesa, o la viva paradoja

El legendario líder de Solidaridad que contribuyó a la caída del comunismo en Europa Central y del Este ha cumplido 70 años. El estreno de una nueva película en Polonia del director Andrzej Wajda destaca que sigue siendo una figura polémica en su país.

Publicado en 4 octubre 2013 a las 14:30
Lech Walesa en el 70º Festival de Cine de Venecia, en septiembre de 2013.

“Dentro de cien años, habrá un monumento a Lech Walesa en todos los pueblos y ciudades de este país”: esa fue la famosa frase que pronunció el expresidente de Polonia y líder de Solidaridad. En megalomanía, prácticamente no tiene rival. [El dramaturgo polaco] Witold Gombrowicz con su “Lunes, yo. Martes, yo. Miércoles, yo” palidece a su lado. Pero desde que se convirtió en una figura pública, a Walesa no le han faltado aduladores.

Ha sido un personaje extremadamente polémico en su Polonia nativa. Sus oponentes, como [Adam] Michnik [un líder de la oposición anticomunista y editor jefe del diario Gazeta Wyborcza] y su bando y Jaroslaw Kaczynski [del partido de la oposición Ley y Justicia], así como el resto de la derecha polaca actual, han hablado de él en términos de lo más severos. Se le ha descrito como una figura diabólica, como un ogro, pero también como la encarnación de la mediocridad. Como si el expresidente no fuera un ser humano. Pero lo es. Y además de gran trascendencia: con muchos defectos, pero también con logros con los que se ha ganado un lugar en la historia polaca. Aunque en muchos sentidos sea un hombre normal, como tantos millones.

Aún así, los que hablan mal de Walesa hoy o lo hicieron en el pasado apenas reconocen los méritos de sus líderes, tanto de la izquierda como de la derecha. ¿Por qué? Porque durante años sólo han sido parte de su trasfondo. No les daban importancia y los utilizaban únicamente cuando los necesitaban, como un maestro necesita a sus aprendices.

Un fanfarrón supremo

Pero fue Walesa quien tomó personalmente decisiones clave, desde la huelga de agosto de 1980 en el astillero de Gdansk hasta la partida final con los comunistas a finales de los años ochenta, que culminaron con las conversaciones que desembocaron en la disolución del comunismo.

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Con su actitud presuntuosa, es difícil que se tengan opiniones equilibradas sobre Lech Walesa. Es un fanfarrón supremo. Y por supuesto a muchas personas les cuesta aceptar que haga alarde de que conquistó al comunismo prácticamente solo y de que desempeñó la función más importante a la hora de liberar a Europa Central y del Este del dominio soviético. Pero ¿no sería mejor dejar a Walesa solo con toda su vanagloria? Quizás deberíamos reconocer que no hubo una oposición organizada masiva en el bloque soviético y que en Polonia a finales de los ochenta los anticomunistas activos quizás representaban un 0,01 por ciento de la población, es decir, una de cada 10.000 personas. El comunismo se derrumbó en Europa porque tenía que ser así.

No es fácil comprender cómo un electricista anónimo de 37 años con una apariencia nada llamativa y al que a menudo le costaba expresarse en su idioma nativo, se convirtiera primero en el líder de la huelga del astillero y luego de Solidaridad, un sindicato que en sus mejores momentos contó con casi 10 millones de miembros. Pero cualquiera que recuerde el periodo de 1980 a 1981 tiene que admitir que [[Walesa era el líder indiscutible para la amplia mayoría del público. Atrayendo a las masas era igual que Lionel Messi en el fútbol o Krystian Zimerman entre los pianistas]]. En este sentido, superó a los demás, tanto a los activistas de Solidaridad y sus consejeros, como a los “apparatchiks” del Partido como Stanislaw Kania y Wojciech Jaruzelski.

El nacimiento de una superestrella

El 30 de noviembre de 1988, a las 8 pm, Polonia se quedó paralizada. Una posterior encuesta reveló que ocho de cada diez encuestados en Varsovia había visto el debate televisado entre Walesa y su oponente, Alfred Miodowicz, líder de los sindicatos afines al régimen. Y en todo el país esto podría haber equivalido a una audiencia de 20 millones de personas.

El debate marcó un punto de decisivo. El líder de Solidaridad sembró esperanza en el corazón y la mente de muchos de sus compatriotas. Había regresado a lo grande. La gente se sentía identificada con él. Su intervención fue excelente desde el primer momento, cuando miró al público directamente a los ojos y dijo “Buenas tardes. Encantado de saludarles. Y gracias a todos aquellos que no ha perdido la esperanza en los últimos siete años”, [haciendo referencia al 13 de diciembre de 1981, cuando el ejército aplicó la ley marcial, se prohibió el sindicato Solidaridad y encarcelaron a Walesa y a otros miles.] Cuando Miodowicz comenzó a enumerar los logros de Polonia bajo los comunistas, Walesa respondió, “Están caminando hacia la modernidad paso a paso, mientras el resto del mundo avanza corriendo. Si continúan así, los efectos se notarán en doscientos o trescientos años”. Walesa dio en el clavo. Y así nació la superestrella.

Y el poder era algo que deseaba. Al leer los recortes de periódicos del periodo entre el debate televisivo y la formación del primer gabinete no comunista dirigido por Tadeusz Mazowiecki, es obvio que Walesa era una especie de dictador para Solidaridad. Se solía contar el chiste, nada infundado, de que si “Lechu” se fotografiaba con un perro durante la campaña de las memorables elecciones del 4 de junio de 1989 [al igual que se fotografiaba con cada uno de los candidatos de Solidaridad], el perro también obtendría un escaño.

Egocentrismo al tiempo que astucia

Pero no podía dejar de pensar que la nueva superestrella, el líder del primer Gobierno no comunista en Polonia en medio siglo, el primer ministro Mazowiecki y sus asesores querían marginar su función. Walesa formó rápidamente un equipo, con Jaroslaw Kaczynski como uno de sus principales “delanteros”, se unió a la carrera presidencial en 1990 y ganó. Durante la campaña, recurrió incluso al populismo, al prometer a todo el mundo 100 millones de zlotys [en forma de créditos de inversión no reembolsables, alrededor de 2.500 euros actuales] y triplicó la cantidad cuando luchó por la reelección en 1995.

Walesa parece ser la única persona que considera su presidencia de 1990 a 1995 como un éxito. Aunque no se puede negar el hecho de que fue una figura fundamental en la negociación para que las tropas soviéticas se retiraran del territorio polaco en 1993. También regaló suficiente vodka al presidente ruso Boris Yeltsin para que firmara un protocolo con el que Rusia se comprometía a no oponerse a los planes de Polonia de unirse a la OTAN, aunque la cuestión ni siquiera estaba en la agenda.

Lech Walesa es una verdadera paradoja. Por un lado, se muestra lleno de acritud, virulencia y egocentrismo, pero por otro, demuestra astucia y persistencia a la hora de luchar para conseguir sus objetivos. Asumió grandes riesgos y fue también un oportunista. Está orgulloso de su intuición, porque con ella logró numerosos éxitos, aunque al final llegó un momento en que le falló. Con 52 años, un hombre en la flor de la vida, se retiró de la política, tras sólo 15 años en la escena política y al menos diez de ellos en el máximo nivel. También tuvo el don de fascinar a las masas, aunque eso también llegó a su fin.

Puede que Walesa aún tenga defensores y aduladores, pero la última vez que fue un líder carismático fue hace unos 20 años.

Cine

Una leyenda recuperada

“Con esta película, [Andrzej] Wajda acude en ayuda de Walesa. Acusado con diversos cargos y culpable de echar por tierra su imagen, Walesa ahora recupera su leyenda, y ninguna historia de una nación carece de leyenda,” escribe Gazeta Wyborcza sobre Walesa. Un hombre para la esperanza.

El biopic sobre el exlíder de Solidaridad, realizado por el director y ganador de Oscar Andrzej Wajda, fue mostrado [en los cines polacos el 4 de octubre] y puede que no sea la mejor obra de su director, pero aún así “el resultado es una gran obra”. El diario sugiere que

Lech Walesa debería mandar a Robert Wieckiewicz [que le caracteriza en la película] una caja de champán, si es posible Dom Pérignon.

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