Mark Rutte, líder del VVD neerlandés. Foto: Sebastiaan ter Burg

Libertad de expresión, sí, pero...¿hasta dónde?

En el mismo momento en que el Tribunal Supremo de Ámsterdam procesa al líder del Partido por la Libertad (PVV) Geert Wilders por "incitación al odio" y "ofensa a un grupo" debido a sus declaraciones antimusulmanas, Mark Rutte, líder del Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), manifiesta su deseo de eliminar del Código Penal "la incitación a la discriminación y al odio".

Publicado en 2 junio 2009 a las 19:17
Mark Rutte, líder del VVD neerlandés. Foto: Sebastiaan ter Burg

Seguramente Mark Rutte creía estar dando un golpe estratégico al tomar una iniciativa para hacerle la vida más difícil al líder del partido de extrema derecha Geert Wilders en víspera de las elecciones europeas. Según Rutte, de ahora en adelante todo el mundo debe poder decir libremente todo lo que le plazca. Ni siquiera ha de sancionarse la negación del Holocausto. Lo único que tiene que seguir castigándose con todo el peso de la ley es la violencia. Desgraciadamente para él, esta vez se ha pasado de la raya, según muchos de sus compañeros de partido.

El jefe del VVD no parece haberse dado cuenta de que incluso en su propio partido se ponen límites a la libertad de expresión. Y el Holocausto es precisamente uno de esos límites. Hans van Baalen, cabeza de lista del VVD a las elecciones europeas, reaccionó afirmando: “Tan liberales no somos”.

La libertad de expresión es el foco de todas las miradas, sobre todo desde que el Tribunal de Ámsterdam decidió procesar a Geert Wilders. El VVD se erige ahora en defensor de este derecho fundamental. Está bien que los liberales se distancien de la interpretación de Wilders, que quiere prohibir el Corán pero reclama para sí mismo el derecho a decir lo que se le antoje, preferiblemente de la forma más insolente posible. Los liberales optan por seguir la línea clásica de Voltaire: cada cual puede decir lo que piense, por mucho que nos horrorice su opinión. Lo que vale para Wilders, vale también para los imanes radicales o los neonazis.

Esta actitud liberal parte de una gran confianza en el debate público. Cuando se proscriben las opiniones extremistas, éstas siguen proliferando en la clandestinidad. En cambio, cuando pueden expresarse libremente, es inevitable que susciten resistencias. Si hay musulmanes u otras personas a las que las ideas de Wilders les parecen groseras y absurdas, más vale que las denuncien públicamente en lugar de pedir a un juez que las prohíba.

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Un debate público de esta naturaleza suele tener efectos más beneficiosos que un proceso judicial, como ha demostrado la reacción tranquila y razonable de los musulmanes a la película [contraria al Islam] Fitna [dirigida por Geert Wilders]. La opinión de los liberales según la cual convendría recurrir lo menos posible a la vía de lo penal merece ser respaldada. En este contexto, resulta deplorable el procesamiento de Wilders, a pesar de que sus ideas sean francamente condenables. Es preferible el dictamen del elector que el del juez.

Pero de ahí a eliminar completamente la incitación al odio y a la discriminación de la legislación penal, hay un trecho. Las autoridades entonces quedarían prácticamente desprovistas de los medios necesarios para actuar contra agitadores partidarios del odio contra los musulmanes, los judíos, los homosexuales o la democracia occidental y que son lo bastante listos como para dejar en manos de la imaginación de su público el último y pequeño paso hacia la violencia. Resulta peligroso. Como dijo en 1919 el juez del Tribunal Supremo estadounidense Wendell Holmes con una frase que ya es un clásico cuando se habla de la libertad de expresión: no se puede gritar "¡Fuego, fuego!" en un teatro abarrotado. Los valores sociales también cumplen su función: en una sociedad libre, no está prohibido decidir que las ideas extremistas, como la negación del Holocausto, están fuera de lugar dentro de un debate civilizado.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN

"Dejad que los negacionistas se expresen...."

En el NRC Handelsblad, el historiador de las ideas Frank Ankersmit escribe que Mark Rutte « tiene toda la razón: la negación del Holocausto no tiene sitio en el código penal”. Ankersmit recuerda las Cartas sobre la Tolerancia del filósofo escocés John Locke, que defienden la libertad de religión. Este texto, publicado en 1689, y sobre el que se fundamenta la ley sobre la libertad de expresión, está más de actualidad que nunca. “Por definición, no se pueden imponer las opiniones por ley”, afirma Ankersmitt, para el que sería incluso peligroso penalizar el negacionismo: “Dejen a los negacionistas expresar su repugnante punto de vista, para que se sepa quiénes son[…] No les den la posibilidad de expresarse a escondidas, puesto que nos impediría conocer las opiniones condenables que nos rodean. Perseguirles supondría hacernos ciegos a sus pensamientos”.

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