Mario Monti dedicó un día a reflexionar. Luego, hizo el único gesto coherente con su persona, su vida y su manera de gobernar: garantizar el presupuesto de 2013 y luego presentar su dimisión.
No sólo no podía aceptar que le acusara aquel que le había entregado un país en plena desbandada, no sólo no tenía intención de mendigar durante semanas la confianza sobre cada medida, sino que tampoco deseaba recorrer un metro más de camino con el que ahora ha decidido que la culpa de todos los males reside en la moneda única. “No voy a Bruselas para cubrir a los que realizan declaraciones antieuropeas. No quiero tener nada que ver con ellos”, dijo claramente Monti al presidente de la República el 8 de diciembre, cuando anunciaba su intención de dimitir.
Un gesto claro y transparente, que obliga a cada uno a asumir sus responsabilidades y que deja a Berlusconi solo con sus convulsiones y sus cambios de opinión. Nadie discute el derecho del Cavaliere a presentarse de nuevo (aunque durante un año asegurara lo contrario), pero es intolerable que el accionista mayoritario del Gobierno técnico, que recordemos es también el primer ministro que había dejado a Italia al borde del abismo, se despierte una mañana y se distancie.
El retorno a la urgencia y a las convulsiones
No es tolerable que acuse a Monti de ser el responsable de todos los problemas de Italia, sin reconocer el trabajo realizado en un año. Ante la incapacidad de gobernar y ante la profunda desconfianza de los italianos en el sistema de partidos, el Gobierno de Monti debía servir para asegurar las cuentas del Estado y para llevarnos a unas nuevas elecciones. El pacto era que cada uno asumiera su parte de responsabilidad (y de impopularidad) para intentar evitar el colapso del país, sin ceder a las sirenas del populismo y aprovecharse del malestar social.
Ante estas premisas, ¿cómo podía pensar Angelino Alfano, jefe del Pueblo de la Libertad, el partido de Berlusconi, que Monti podía seguir gobernando si acababa de retirarle oficialmente su confianza en la Asamblea Nacional? Sólo un político de la vieja escuela y acostumbrado a los compromisos habría hecho como si no hubiera ocurrido nada. En cambio, Monti tomó nota y decidió devolver las llaves del Gobierno.
De este modo, acudiremos a las urnas en invierno, por primera vez en la historia de la República. Quizás incluso en la primera quincena de febrero, si se adelanta la votación del presupuesto y si se disuelve el Parlamento la víspera de Navidad.
Después de haber intentado hacer las cosas en orden durante doce meses, hemos vuelto a la urgencia y a ser presas de las convulsiones de la peor política. Con todos los esfuerzos y los sacrificios que hemos hecho, no nos merecemos algo así.
Ya es hora de que Italia se convierta en un país normal, previsible e incluso aburrido. Un país del que no nos avergoncemos, que pueda ocupar un lugar en Europa y se haga escuchar. Durante un año casi lo hemos sido.
Contrapunto
Recuperemos la soberanía nacional
“Quiero ser sincero y no unirme a quienes se sumen en la tristeza, que suplicaron a Monti que no dimitiese, y que le agradecen el trabajo que ha hecho”, reconoce Alessandro Sallusti al día siguiente de que el jefe de Gobierno italiano anunciase su voluntad de dimitir. El director de Il Giornale, diario que pertenece al hermano de Silvio Berlusconi,
quiere estar del lado de miles de trabajadores y empresas que, bajo el iluminado Gobierno Monti, han perdido su empleo y han cerrado. […] No vivimos de la supuesta credibilidad internacional. Restablezcamos la democracia suspendida hace poco más de un año por el abandono relámpago del presidente de la República. Recuperamos la soberanía nacional delegada estúpidamente en unos bancos y en una Europa alemanes. Retomemos la libertad de decidir, de hacer, de sufrir si es necesario. Que no sea únicamente por el capricho de una casta que los diarios de los poderosos ponen por las nubes, sino porque nosotros lo hemos decidido. Salgamos del bosque y votemos, pase lo que pase. […] Deberíamos estar orgullosos de tener el valor de desencadenar poner fin a un Gobierno de tecnócratas. No nos ha aportado nada, ni nos habría aportado nada. Bien al contrario, aún nos hubiese perjudicado más.
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