Los alemanes acudirán a las urnas a finales de mes. El resultado más probable (la victoria de la actual canciller, Angela Merkel) confirma que los irlandeses deberían apoyar el Tratado de Lisboa cuando acudan a votar cinco días después. Como canciller, Angela Merkel es pionera en muchos sentidos: es la primera alemana oriental y la primera mujer que gobierna en el país y, lo que es aún más importante, es el primer canciller que no ha vivido la terrible historia de Alemania en primera persona.
Sus predecesores, hombres como Helmut Kohl y Helmut Schmidt, sí que vivieron la guerra y este hecho les impulsó a crear la Europa que conocemos en nuestros días. Este apoyo sin ambages por el proyecto europeo incluía a países más desfavorecidos como el nuestro y contribuyó a que creásemos la Irlanda actual. Merkel, o cualquiera de sus posibles sucesores, no se olvidan del pasado de Alemania, pero tampoco comparten el ferviente interés de Kohl por la UE.
Resumiendo, Alemania se está convirtiendo en un país normal, y los países normales siempre hacen lo mismo: intentan ser los primeros. Cualquiera que tenga dudas al respecto debería considerar las relaciones de Alemania con Rusia. Merkel lleva tiempo cortejando a su gigantesco vecino para asegurarse el abastecimiento de gas. Hace sólo diez años, Alemania no se hubiese sentido cómoda negociando exclusivamente para sí misma y hubiese intentado asegurar la provisión de gas para toda Europa. Y también se hubiese opuesto a la actuación de Rusia en lugares como Georgia. Actualmente, Alemania busca satisfacer sus propios intereses tanto como lo hacen Francia o Gran Bretaña. Por algo usamos el término alemán realpolitik en las relaciones internacionales para describir políticas basadas en consideraciones prácticas más que en razones ideológicas o morales.
Tenemos que celebrar que Alemania sea otra vez un país normal. No sólo es uno de los motores de Europa, también es una potencia militar y su ausencia en el ámbito de los asuntos exteriores ha dejado un vacío que han intentado llenar fatuos países vecinos. Está claro que nos tenemos que alegrar de este proceso inevitable e irreversible, pero a los irlandeses nos plantea algunos problemas. Si el que una vez fue el bondadoso motor de Europa se está echando para atrás, nosotros y otros países más pequeños tenemos que ponernos a la altura o prepararnos para ver cómo se marchita el proyecto europeo.
Aquí, en Irlanda, ya estamos sintiendo algunos de los efectos del cambio de actitud de Alemania hacia la UE. En 1990, el canciller Kohl, un político electoralista astuto y algo engreído (un tipo de político que abunda por aquí), hubiese desarrollado alguna subvención agrícola para animar a grupos de interés algo escépticos como los granjeros a votar por el Sí. En resumidas cuentas, hubiese intentado comprar el referéndum sobre el Tratado de Lisboa con dinero y protocolos sin sentido.
Esta vez no ha habido estímulos financieros de este tipo, el resto de la UE sólo nos han pedido fría y educadamente que votemos por segunda vez. Ni siquiera se han molestado en disimular un poco, ahora que están metidos plenamente en campaña, mientras por otro lado su exasperación por nuestras reticencias ante temas como el aborto y los conflictos militares son evidentes.
Esto no quiere decir que Alemania no haya hecho nada para ayudarnos. De hecho, fueron los comentarios que hizo Merkel a principios de año sobre el rescate de Irlanda en caso de que se colapsase nuestra economía los que hicieron que cambiase nuestra suerte en el mercado de bonos y redujo el coste de los préstamos irlandeses. Y aunque nuestro agradecimiento no fue muy apasionado, éste fue un importante punto de inflexión que contribuyó a que el mundo dejase de compararnos encarecidamente con Islandia y apostase en contra de nuestra supervivencia.
Parafraseando a John F. Kennedy, la antorcha está en manos de una nueva generación de alemanes, nacidos después de la guerra y educados durante un próspero periodo de paz, que no quieren seguir pagando por los pecados de sus padres. Esto significa que Europa ya no tiene puesto el piloto automático y que en Irlanda tenemos que empezar a prestarle al proyecto europeo la atención que se merece. Cuanto menos entusiastas sean los alemanes, más tenemos que serlo nosotros. O eso, o aceptamos que Europa se desmorone mientras otras superpotencias prosperan en Extremo Oriente.