¡Que mande Alemania!

Más que soñar con una Unión federal a merced de países con resultados discutibles tanto democrática como económicamente, convendría reforzar la función de los Estados más virtuosos y confiarles la dirección de los asuntos, argumenta un politólogo neerlandés.

Publicado en 26 abril 2012 a las 10:35

Ahora que la crisis financiera parece haberse contenido de manera provisional en Europa, se expresan con prudencia ideas sobre el futuro de la Unión Europea. El debate es intenso sobre todo en Alemania. Angela Merkel desea sustituir el Tratado de Lisboa y aplicar “importantes reformas estructurales”. Y el ministro alemán de Exteriores, Guido Westerwelle, se muestra a favor de una nueva “constitución europea” con fuertes características supranacionales. La eurodiputada Sophie in 't Veld [perteneciente al D66 neerlandés, de centro izquierda], también aboga en el Volkskrant por una “unión política poderosa”, por la supresión de los “vetos de bloqueo” y por un presidente de la Comisión Europea elegido mediante sufragio directo.

Son fórmulas ya conocidas, sacadas de la antigua caja de ideas federalistas. Sin embargo, ya va siendo hora de guardar esa caja en el desván. Efectivamente, Alemania ha demostrado durante la crisis financiera que su peso económico y político en Europa puede beneficiarle. Además, se han dejado atrás varios principios sobre los que se basaba la integración europea de la posguerra.

El papel de tesorera de Europa

En primer lugar, se trata de la idea de que la integración europea es necesaria para controlar a Alemania. Este motivo sin duda era legítimo justo tras la guerra; pero el control de Alemania mediante instituciones europeas (supranacionales) constituía ante todo un interés económico para Francia. Dentro del mercado común, los tratados europeos servían para proteger la agricultura y la industria francesas del dinamismo de las exportaciones alemanas. Durante decenios, una República Federal consciente de su culpa, bajo la presión (moral) de Francia, hizo las veces de Zahlmeister, de tesorera de Europa.

Del desarrollo de la crisis financiera claramente se deduce que son los jefes de Gobierno europeos los que hacen y deshacen a su antojo en Bruselas. En la jerarquía europea, el Consejo Europeo constituye la dirección de la UE, cuyo secretario es Herman Van Rompuy; el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, es su asistente. Por lo tanto sería un tanto curioso elegir a este último por sufragio universal, como desean los neofederalistas en Berlín y Estrasburgo. Sería más lógico seguir reforzando el Consejo Europeo, obteniendo no obstante más garantías para los países pequeños.

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Una “unión política” puede parecer atractiva, pero incluirá inevitablemente también a Estados miembros de la UE más débiles, que no destacan en ámbitos como la lucha contra el fraude, la corrupción, el pluralismo, la apertura y la libertad de prensa. Por ejemplo, Francia e Italia, las dos grandes economías europeas de la eurozona después de Alemania, según la ONG estadounidense FreedomHouse se califican como “democracias defectuosas” (flawed democracies), y no como democracias totales. Italia, debido al conflicto de intereses en el país entre las autoridades y los medios de comunicación [con Berlusconi], tan sólo se califica como “parcialmente libre” y se encuentra, junto a Bulgaria y Rumanía, también miembros de la UE, en la misma categoría que Indonesia y Bangladesh.

Un líder que apueste por la cooperación

En estos aspectos, Países Bajos registra una puntuación notablemente superior a la media europea. Según Freedom House, es la democracia parlamentaria que obtiene los mejores resultados entre los diecisiete países de la eurozona (la evaluación se realizó en 2010 y por consiguiente tiene en cuenta el apoyo del populista Geert Wilders al Gobierno). Por lo tanto, para Países Bajos no resulta muy tentador compartir el poder en Bruselas con países que, en el ámbito de la democracia y el ejercicio del poder, apenas son competentes.

Mientras nos limitemos al comercio y a la composición de las tabletas de chocolate, puede ser soportable. Pero no sería así si, dentro de una verdadera unión política, los Estados miembros cuyas prácticas democráticas dejan mucho que desear pero que son mayoritarios tomaran las decisiones sobre los impuestos, el presupuesto o las pensiones. Por no hablar de la eutanasia y otros aspectos que Países Bajos tiene muy claros y que podrían ser objeto de un “veto de bloqueo”.

En Berlín, ahora son conscientes de que Alemania puede y debe desempeñar una función de líder en Europa. UlrikeGuérot, del grupo de expertos European Council on Foreign Relations [Consejo Europeo de Relaciones Exteriores], habla a propósito de este aspecto de un “despertar alemán” e incluso de una “catarsis”. Pero aún no se atreve a sacar la conclusión lógica: con un liderazgo así, sería necesaria otra organización de la cooperación europea. Con menos elementos federales y más lugar para una concentración de las fuerzas de los Estados europeos mejor cualificados en una economía mundial abierta.

El pasado de Alemania durante la guerra ya no debe ponerse como excusa ante la organización política de la futura cooperación europea. En Berlín y en Estrasburgo tendrán que despertarse para que se den cuenta de ello.

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