Desde la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania, una pregunta ha ido resurgiendo continuamente: ¿qué actitud tienen los “rusos de a pie” ante la guerra?
Según Serguéi Medvédev, –que rechaza la etiqueta de intelectual ruso en el exilio y, por tanto, el término intelectual público sería más acertado–, los rusos han asumido la guerra. Algunos pueden agitar la mano mientras afirman que no les interesa lo que ocurre en Ucrania en un intento de mantener una especie de neutralidad caricaturesca. Otros están en contra de la guerra, pero solo de puertas para adentro, en una especie de exilio interno. Pues en el mundo exterior, cualquier crítica se verá recompensada con ostracismo, persecuciones, castigos o incluso, la cárcel.
Según Medvédev, todas estas actitudes que huyen de la acción no son más que diferentes matices en la paleta del consentimiento a la guerra, de la aceptación de la guerra como una nueva realidad. Para los rusos, la guerra es como un pesado e incómodo abrigo que deben ponerse a falta de otra cosa en su armario. O como un profundo agujero negro en una esquina, al que intentan no mirar, pero que de vez en cuando absorbe algo para siempre, dice Medvédev en una entrevista que me concedió para Nowa Europa Wschodnia ("Nueva Europa del Este").
No sería realista esperar una revuelta popular de carácter antibelicista y democrático en Rusia, como tampoco tiene mucho sentido esperar que la muerte de Putin solucione todos nuestros problemas. Con todo, la guerra ha ocasionado cambios importantes en la sociedad rusa. Para comprender mejor esta transformación, Public Sociology Laboratory (PS Lab, una organización con el estatus de "agente extranjero" en Rusia) ha llevado a cabo varias investigaciones desde el comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania. Los últimos resultados, basados principalmente en encuestas cualitativas realizadas en el otoño de 2023, acaban de publicarse.
Los investigadores de PS Lab pasaron un mes en tres regiones de Rusia –Krasnodar Krai, el óblast de Sverdlovsk y la República de Buriatia– observando de cerca a la población local, escuchando y entrevistando a los locales sobre la guerra; y también participando en su vida cotidiana. Los medios de comunicación independientes rusos se han interesado por el tema y han citado las principales conclusiones del informe de más de 200 páginas.
“¿Quién necesita la guerra? Nadie”
Se detectó una tendencia obvia: los rusos eluden el tema de la guerra. Evitan hablar de ella tanto en público como en privado, incluso cuando la ocasión parece apropiada. El informe da un ejemplo bastante chocante de una fiesta de despedida para un ruso que se había alistado en el ejército. Su círculo de amigos se encargó de organizar el evento, al que asistió uno de los investigadores. Este observó que la reunión se parecía más a una fiesta de cumpleaños que a una despedida de alguien que va a entrar en el ejército en tiempos de guerra. Durante el evento solo se mencionó la guerra una vez, y fue una cita de una canción popular: "¿Quién necesita la guerra? Nadie".
En las regiones donde se realizó el estudio, los investigadores también se percataron de otra cosa: el simbolismo bélico está disminuyendo. La letra "Z" ha desaparecido de las fachadas de los edificios, incluidos los gubernamentales, así como las pegatinas a favor de la guerra de los coches particulares. Por otro lado, los movimientos de voluntarios para apoyar a los soldados en el frente están aumentando, especialmente en Buriatia. Esta humilde república rusa de pequeño tamaño proporciona un gran número de soldados contratados y movilizados y proporcionalmente tiene un número de víctimas muy alto. Por eso, las mujeres se reúnen para tejer redes de camuflaje y en oficinas y lugares de trabajo se organizan colectas para "operaciones especiales".
Sin embargo, esta zona tampoco está exenta de paradojas. Incluso quienes se oponen a la guerra se lanzan a ella. Ya sea para conservar su bienestar mental, porque no quieren desmarcarse del grupo, o simplemente para ayudar a sus seres queridos en el frente, estas personas eligen donar o preparar paquetes para el frente con otros voluntarios. Los lazos comunitarios son muy importantes en Buriatia. En un comentario sobre la investigación, la revista en línea Holod escribe:
"El investigador, que estuvo viviendo en Buriatia, llegó a la conclusión de que para los locales, el ejército ruso y los residentes movilizados de la república no son iguales. Para ellos, estar en contra de la guerra no significa abandonar a sus familiares o amigos que están en esta guerra involuntariamente". Un residente antibelicista de Ulan Ude contó al investigador que él mismo estaba dispuesto a ir al frente ‘en solidaridad con otras víctimas de esta guerra injusta’".
Los investigadores también observaron que la tensión entre opositores y partidarios de la guerra que se han quedado en Rusia ha disminuido, mientras que el resentimiento hacia quienes se han ido de Rusia está en aumento. Esto se debe a que quienes se han quedado están unidos por su nueva experiencia de vivir y habitar en la incómoda situación de un país en guerra.
Asimismo, los autores del informe no dividen a los rusos en opositores y partidarios de la guerra, sino en opositores y no opositores. Según las reflexiones de Serguéi Medvédev, la última categoría no solo incluye a quienes apoyan abiertamente la guerra, sino también a quienes tratan de justificarla o evitan manifestar su opinión. Cabe destacar que los investigadores concluyen que el grupo social más numeroso (y que sigue en aumento) es el de los que tienen actitudes ambiguas ante la guerra. Y correlativamente, también apunta a otra conclusión: la sociedad rusa sigue desmovilizada y desideologizada ante la guerra.
Este hecho es motivo de gran enfado en la denominada comunidad Z: los más fervientes partidarios de la guerra, no solo con Ucrania, sino también con Occidente y con todo el mundo si es necesario. El comentarista Ivan Filippov sigue de cerca la esfera mediática de este grupo y comparte sus observaciones en las páginas de Holod. Recientemente, ha observado una oleada de gran descontento entre los blogueros Z relacionado precisamente con la actitud de la sociedad rusa.
Filippov cita un extenso post del experto militar y miembro del Club Izborsky Vladislav Shurigin, quien escribe que el principal enemigo no es EE. UU., ni la OTAN, ni siquiera el ejército ucraniano, sino "un funcionario aburrido, indiferente, al que solo le importa su bolsillo, su sillón y la voluntad de su superior, de quien depende su bienestar". Y junto a la caricatura de este funcionario, también expresa odio a otro personaje: el ruso de clase media, gordo, de vacaciones en Turquía, que está deseando hablar de las operaciones especiales con los de su clase, pero solo después de preguntar cuándo se producirá por fin un alto al fuego.
En los círculos probélicos, el post de Shurigin provocó reacciones enérgicas y una oleada de quejas sobre la actitud equivocada de la nación rusa. También en Hоlod, Filippov comenta: "Los rusos en el frente y aquellos que los ayudan empiezan a darse cuenta de que nada va a cambiar. Durante los casi tres años de guerra a gran escala, la sociedad no se ha movilizado y es poco probable que lo haga. Y es porque rechaza categóricamente la guerra. Esto causa furia y una comprensible ansiedad sobre el futuro en los círculos favorables a la guerra".
Los fascistas rusos esperaban una movilización popular masiva que volcase todos sus recursos en la guerra, que dejase de trabajar, comprar, jugar e irse de vacaciones para ganar la guerra. Parece que esta idea es el reflejo de la –también ingenua– creencia de Occidente de que tras la invasión, los rusos iban a rebelarse contra la guerra y restablecer la democracia y el estado de derecho en su país.
Estas dos predicciones vanas se remontan a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Con gran perseverancia, Rusia ha transformado su denominada Gran Guerra Patriótica (de 1941 a 1945) en una auténtica religión de Estado, intolerante con la crítica y la oposición. Uno de los principios de esta religión es la creencia de que, pase lo que pase, Rusia ganará. Ganará porque dispone de recursos ilimitados, incluyendo personas, que movilizarán hasta el último frente.
Esta leyenda rusa se ha extendido tanto que es capaz de distorsionar la realidad. Ni aquella guerra se parece en nada a la actual guerra rusa contra Ucrania, ni la Rusia actual es la URSS estalinista. La Rusia de Putin no dispone de recursos ilimitados –ni humanos ni financieros– para estar en guerra indefinidamente.
No obstante, también es cierto que Ucrania dispone de muchos menos recursos. Es Ucrania la que está soportando la ocupación, la destrucción de ciudades e infraestructuras, los desplazamientos de población y pérdida de vidas (tanto en el frente como la población civil víctima de bombardeos).
Actualizado el 8 de julio
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