El germen de la esperanza todavía puede germinar en el régimen crecientemente autocrático de Putin

En pleno invierno de la guerra a gran escala de Rusia contra Ucrania, el régimen de Putin parece inexpugnable. A pesar de esto, la sociedad civil sobrevive, como lo demuestran las multitudes de partidarios del opositor Alexei Navalny y el activismo de los exiliados políticos, escriben Andrei Soldatev e Irina Borogan desde el exilio.

Publicado en 21 marzo 2024 a las 11:37

Después de más de dos años de guerra a gran escala, dos cosas quedan sobradamente claras: que la paz no se puede lograr sin un cambio de régimen en Moscú; y que incluso la victoria ucraniana en el campo de batalla es sólo uno de los muchos factores que podrían contribuir a la caída de ese régimen.

Durante los últimos dos años, la Rusia de Vladímir Putin se ha convertido en un régimen formidablemente enraizado.

El ejército ruso se ha adaptado plenamente a la guerra, aunque por medio de una estrategia de enormes pérdidas materiales y humanas, tropas pudriéndose en las mismas trincheras durante meses, brutalidad institucionalizada entre el cuerpo de oficiales hacia los soldados rasos y un total desprecio a la difícil situación de los civiles y las leyes de la guerra.

Los servicios de seguridad se han reagrupado tras la humillación de la primavera de 2022 y han encontrado un nuevo rumbo en lo que ven como la tercera ronda de su lucha con Occidente (después de anteriores contiendas en el siglo XX).

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En la Rusia continental, el ejército, el complejo militar-industrial y los servicios de seguridad están entrelazados en el tejido de la sociedad: desde contribuir a la repentina prosperidad de las regiones más pobres de Rusia hasta financiar empresas militares y pagar a soldados mercenarios, incluidos los muertos.

Los servicios de seguridad han perfeccionado sus técnicas para propagar el miedo entre las personas corrientes y la burocracia. La gente ha vuelto a los antiguos hábitos tales como hablar en voz baja acerca de la guerra y de la política en los sitios públicos tales como los medios de transporte y los cafés. 

En dos años, Putin ha dado a los rusos multitud de razones para creer que él todavía cuenta con un gran arsenal de medidas para aumentar la represión. La muerte de Alexei Navalny, anunciada el 16 de febrero, fue precisamente otra lección recordatoria de que los métodos del gulag aplicados por Stalin bien podrían hacer un triunfal retorno.


A pesar de la terrible presión, las detenciones y la persecución de la disidencia, la sociedad civil rusa ha sobrevivido


Dos años de guerra demuestran también que todos nosotros probablemente aprendimos unas lecciones equivocadas del colapso de la Unión Soviética. El relato ampliamente aceptado fue que la derrota militar en Afganistán contribuyó al colapso porque el ejército y la KGB, confusos y humillados, optaron por esperar y ver a medida que las fuerzas democráticas se iban afianzando en las repúblicas soviéticas a partir de finales del decenio de 1980.

La realidad era mucho más compleja. La KGB apoyó activamente la perestroika porque los servicios de seguridad querían poner fin al control del partido comunista. Cuando las cosas fueron demasiado lejos para el gusto de los generales de la Lubianka, intentaron derrocar a Gorbachov y apartar a Yeltsin, pero fracasaron.

Pero cuando los demócratas de Yeltsin trataron de saldar las cuentas pendientes, la KGB consiguió distraer la atención hacia el partido comunista (imaginemos que si esto hubiera sucedido en la Alemania Oriental, el partido comunista alemán habría acabado ante los tribunales y la Stasi se habría mantenido intacta.


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Es cierto que el ejército quedó humillado por la retirada de Afganistán en 1989, pero el papel político de los militares siguió siendo considerable, incluso en los años más tumultuosos de la década de 1990.

No en vano Yeltsin eligió a un general, Alexander Rutskoy, como vicepresidente y que este oficial gozara de una enorme popularidad debido a su historial en Afganistán. Seis años más tarde, durante las elecciones presidenciales, el principal rival político de Yeltsin fue otro general y también héroe de la guerra en Afganistán, Alexander Lebed.

Esto simplemente demuestra que ni siquiera una guerra desastrosa y humillante extingue el papel de los generales en la política. Los generales de hoy entienden que cuanto más envuelva la guerra a la sociedad, más importantes se volverán ellos.

Los servicios de seguridad tampoco renunciarán fácilmente a su poder: para ellos es una cuestión de supervivencia.

Para ganar y mantener el apoyo popular a la guerra, Putin recurrió a despertar los sentimientos más viles en la población: xenofobia contra los ucranianos, codicia entre los soldados mercenarios y sus familias, odio -especialmente contra los homosexuales y los liberales-, todo ello envuelto en un manto de miedo.

En esencia, se propuso corromper el alma del pueblo ruso y ha tenido un éxito deprimente.

¿El resultado? En parte, significará que cuando llegue el momento del cambio de régimen, gran parte de la población se sentirá asustada. Será menos probable que apoyen el cambio porque serán cómplices de lo que sucedió antes; no se podrá culpar a los de afuera. Pero señalarán con el dedo a algo o a alguien que no sea ellos mismos: a un partido político, a los servicios de seguridad o al dictador, y se negarán a aceptar su propio papel.

Esta es una noticia desalentadora, pero hay algunas buenas noticias.

A pesar de la terrible presión, las detenciones y la persecución de la disidencia, la sociedad civil rusa ha sobrevivido. Los miles de personas que han depositado flores en honor de Navalny son un desafío abierto para las autoridades que pueden decidir encarcelarlos por su desafío, ahora o en el futuro. 

La sociedad rusa también está viva en el exilio. Existen vínculos muy activos entre los emigrantes (que suman un millón o más) y los que todavía están en Rusia y a pesar de todos sus denodados esfuerzos el Kremlin no ha podido romper esos vínculos. Ha endurecido la censura en Internet, a la vez que persigue e intimida, pero eso no ha sido suficiente.

Por ahora, en medio de un oscuro invierno de una larga guerra, es difícil imaginar un futuro mejor. Y, sin embargo, el germen está ahí en la sociedad civil rusa. En última instancia, la posibilidad real y sostenible de un futuro mejor en Rusia y una paz duradera en Europa estriba en el apoyo a la sociedad civil rusa, tanto dentro como fuera del país.

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