Desahuciados de su vivienda acampan ante una oficina del grupo Bankia, en Madrid. 25 de octubre de 2012.

Testimonio de una desahuciada (1/3)

Hasta 2008 Cristina Fallarás disfrutaba de una vida estable como escritora y subdirectora de un diario. Cuando le despidieron se vio abocada al estado de madre sin techo en paro. Un recorrido trágico en una España en crisis. He aquí su relato en primera persona.

Publicado en 29 julio 2013 a las 10:39
Desahuciados de su vivienda acampan ante una oficina del grupo Bankia, en Madrid. 25 de octubre de 2012.

Me llamo Cristina Fallarás y me he convertido en lo que podríamos denominar la desahuciada mediática española. Aunque preferiría hablar de otra cosa, entiendo que estos tiempos y estas tierras exigen estos temas y que frivolidades como un gemido, del placer que sea, estarían mal vistas. El pasado martes 13 de noviembre, a las ocho menos veinte de la tarde, pocas horas antes de que arrancara en España la segunda huelga general de este año, un tipo del juzgado XX de Barcelona llamó a la puerta de mi piso de la Plaza Universidad. Ya se oían afuera los helicópteros de la policía y los petardos de los primeros piquetes animaban la sensación festiva que siempre trae consigo, en casa, una huelga general. En el momento exacto en el que mi hijo Lucas abrió la puerta y dijo Mamá es un señor, dejé, no sé aún por cuánto tiempo, de ser una escritora, periodista y editora, para convertirme en una desahuciada capaz de narrarlo por escrito, de contarlo argumentado ante una cámara. Un testimonio en primera persona directa resulta muy cómodo y de lo más impactante. Periodismo, por lo visto, de santísima trinidad, objeto, sujeto y análisis, una y trina.

Ahora, usted, lector, imagínese una superficie de terreno tamaño país, una superficie más bien pampa.
Pare aquí y hágalo.
¿Ya?
Bien, entonces observe cómo una enorme, implacable y violentísima grieta, una grieta como de la uña de dios rascándose la tierra, parte esa superficie por la mitad, de punta a punta. De la grieta mana un aliento helado, flor de parca. [[Y entonces atienda a cómo, de golpe también, una de las partes (vamos a convenir por razones sentimentales que la parte izquierda) se desploma hacia el abismo hasta frenar suspendida en lo negro.]] Con esa parte caen todos sus habitantes, evidente, misernautas desnudos, boquiabiertos, apabilados. Y bañados en culpa.

Una de las partes de esa tierra que ha imaginado, y que llamaremos España, ha quedado arriba, con cierto miedo a correr la misma suerte que su otra mitad, incluso con la certeza de que va a suceder, pero con cambios mínimos: recortes en sanidad, en atención social, en derechos recientemente adquiridos por las féminas, supresión de algunas pagas, bajada de sueldos… O sea, limaduras del bienestar que en condiciones óptimas resultarían irritantes. Su descontento es comprensible. Luego, los habitantes del bloque desplomado, en un tiempo menor del que tardó el país en declarar que su democracia era tan indestructible como jacarandosa, se han visto privados de ABSOLUTAMENTE TODO. Por las limaduras que han saltado del bienestar que permanece arriba, estos entregarían sonrientes salud y futuro.

La ruina

Escribo desde abajo, desde la mitad desplomada. Hace ya tanto tiempo que vivo en lo negro que mis ojos se han acostumbrado a esta oscuridad y distingo con claridad a los recién llegados. [...] Entre 2009 y 2010 se fueron al paro dos millones de trabajadores. Esos ya no cobran nada, y poco a poco irán perdiendo un subsidio que en España puede durar un máximo de dos años. Ahora empiezan a caer entre nosotros los cientos de miles de despedidos entre 2011 y 2012. Como en España hace mucho tiempo que no se crea empleo, vamos viéndolos caer y les hacemos sitio. Sabemos, ellos y nosotros, que es inevitable.

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Desde aquí casi no se ve a los que han quedado arriba, es necesario un ejercicio de memoria. Sabemos cómo viven, qué comen, qué compran, cómo visten y se mueven porque hace poco estábamos ahí. Pero la miseria impone sus olvidos, y creo, no podría asegurarlo, que eso nos salva un poco. Los de arriba, en cambio, no nos miran. No pueden. Quedan los periodistas, los informadores, que tratan en vano de narrar la pobreza, los desahucios, el porqué de este o aquel suicidio. ¿Cómo podrían? Nadie que no haya eliminado carne y pescado de su dieta diaria puede. [[Si no te han cortado el suministro de luz, o de agua, o ambos, tu idea de la miseria es de plástico perfumado]]. Por eso yo ahora les sirvo. La desahuciada que narra.

Me sorprende estar aquí abajo, claro. Un desahucio es un proceso larguísimo que arranca en el despido, y sin embargo te sorprende en pelotas. [...] En pelotas y en el centro de la gran avenida aquella que recorrimos en taxi, muertos de la risa, ebrios ya de madrugada. Cada día, hacia las seis de la mañana, se enciende la radio de mi mesilla de noche y, [...] una expresión me arrea el puñetazo que me lanza a la ducha: Ganarse la vida. La vida no la tienes, en efecto, te la tienes que ganar. Y si no te ganas la vida, ¿qué sucede? [...] Que la pierdes. [...] Cada día me pilla, de nuevo, en pelotas.

Continuará.

Este artículo fue publicado el 12 de diciembre de 2012 en la revista argentina Anfibia.

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