Está claro que Angela Merkel es la sentencia del Tribunal Constitucional alemán sobre el fondo de rescate europeo.
Sin el “Sí” de los jueces de Karlsruhe, se decía que no había salvación posible para Grecia, España o Italia. Es decir, que, la suerte de al menos 117 millones de europeos dependía de la decisión de 8 magistrados de un país distinto al suyo, en virtud de un procedimiento que la mayoría desconocen. Esto se debe en gran parte a una evolución de Alemania, tanto en su funcionamiento político como en su peso en el mundo. Una evolución que podría calificarse de 'a la americana'.
Porque de la misma manera que la acción o inacción estadounidense tiene a menudo consecuencias en el devenir del resto del mundo, en estos momentos Europa vive muy pegada al ritmo que marca Berlín. Y de la misma manera en que el presidente norteamericiano se encuentra a menudo con obstáculos en un Congreso cuyas votaciones dependen de coyunturas meramente nacionales, incluso locales, y de la presión de los lobbies, cada vez más la canciller debe transigir con un Bundestag cuyos diputados responden a lógicas fijadas por los Länder [regiones] y los partidos o los grupos económicos. El diputado de Baviera se convierte para Europa en lo que para el resto del mundo constituye el representante del Medio Oeste de Estados Unidos: una persona electa cuyas decisiones tienen repercusión más allá de sus fronteras, pero cuya Weltanschauung [visión del mundo] se reduce cada vez más, al ritmo de su enfado por las supuestas insuficiencias de otros europeos.
Y de la misma manera que el Tribunal Supremo de Estados Unidos es el juez en última instancia de los enfrentamientos políticos y culturales (sobre la protección social, las armas de fuego o el aborto), el Tribunal de Karlsruhe se convierte en el juez de paz de las luchas de poder en la Alemania federal. Esto apenas puede sorprender en el país de Jürgen Habermas, el teórico del patriotismo constitucional. Pero suscita una paradoja que, en este caso, supera la propia situación acaecida en Alemania.
En nombre de la democracia, se ha conminado a los jueces a zanjar un debate político, dado que los demandantes consideraban que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) socavaba la soberanía del Parlamento, el representante del pueblo, en materia presupuestaria. Y en nombre del derecho se pronunciaron y han pasado la pelota al tejado de los políticos, porque piden que el Bundestag vuelva a votar si se produce un aumento de la aportación al MEDE. Respecto a la pregunta esencial de la toma de decisiones y del control democrático en Europa, los alemanes responden con un equilibrio precario entre jueces y representantes electos, que excluye de hecho al resto de los europeos. Pero tiene el mérito de llevar el debate hasta el final.
Ahora los representantes electos y los líderes europeos deben tomar el relevo y establecer un verdadero sistema de equilibrio de poderes y de control democrático para la Unión Europea. Para que Alemania no se convierta, como a veces Estados Unidos, a la vez en el líder recalcitrante (y replegado sobre sí mismo) y en el chivo expiatorio de nuestra impotencia.
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