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El feo
La noticia de la muerte de Alexei Navalni, el principal opositor de Vladimir Putin, ha tenido el efecto de una bomba. Sobre todo porque se ha producido en plena Conferencia de Seguridad de Múnich, en la que cada año se reúne la élite de la defensa y la política para debatir cuestiones relacionadas con las amenazas actuales y futuras.
Un fallecimiento, como señala Lev Kadikis en el diario letón Delfi, “inesperado, pero previsible”. En su largo retrato del opositor ruso, Kadikis observa que “Navalni era el candidato ideal de la oposición para la presidencia de Rusia. Su imagen y su mensaje atraían a todos los sectores de la sociedad rusa”, sobre todo, porque “procedía de la clase media-baja […], esa gran parte de la sociedad rusa totalmente abandonada por el poder y la oposición. Ni Navalni ni sus padres han poseído jamás riqueza ostentosa: coches de lujo, casas de campo, etc. […] Nunca ha formado parte de la clase dirigente. Nunca ha ocupado un puesto en el sistema de Putin. […] Se dirigía al público en un lenguaje sencillo y comprensible en todo el país para la gente de cualquier medio social. Y hablaba de lo que más preocupaba al público: la desigualdad social, la despiadada riqueza ostentosa de la élite gobernante, la corrupción, las principales lacras de la sociedad rusa”. En el mismo diario, Āris Jansons señala que la decisión de Navalni de volver a Rusia tras haberse tratado en Alemania por su envenenamiento demostró que no había “captado la vuelta de tuerca que se produjo en el país durante sus seis meses de ausencia”.
Aunque la muerte del opositor ha conmovido a la prensa occidental, que veía en Navalni como la única alternativa creíble a Vladimir Putin, ha pasado casi en silencio en la prensa rusa en general, como observa Steve Rosenberg, el excelente corresponsal de la BBC en Moscú.
Para la mayoría de los observadores y de los medios independientes en el exilio, la responsabilidad de la muerte de Navalni recae directamente en el hombre fuerte del Kremlin: “Más de 20 años de gobierno de Putin proporcionan un buen estudio de caso para demostrar que el asesinato político es perfectamente lógico y que Putin, siendo un hombre muy práctico, ha adoptado esta estrategia desde hace años. Todo un abanico de métodos de asesinato forman parte de sus herramientas políticas”, exponen en el resumen del grupo de reflexión CEPA Andrei Soldatov e Irina Borogan. Para los dos periodistas rusos en el exilio, “en esta oscura estrategia de marketing, en la que Putin es el producto principal, el dirigente se vende en Rusia como el único líder posible de la nación y como un hombre que debe tener el poder de la vida y la muerte. Nadie lo pone realmente en duda y el Kremlin no hace mucho por rebatirlo”.
Asimismo, Roman Doborkhotov, redactor jefe de The Insider, escribe que “Putin ha matado a Navalni, pero no ha matado a todos los Navalnis, porque hace tiempo que superó su humanidad y se convirtió en un fenómeno. Navalni vivirá mientras nos burlemos del dictador, mientras desenmascaremos a los estafadores y ladrones, mientras encontremos nuevas formas de protestar, mientras creamos de forma verdadera, sincera y convincente en una Rusia mejor y hagamos al menos algo para acercarnos a ella”. Por su parte, Kirill Martynov, su compañero de Novaïa Gazeta Europe, opina que “El asesinato de Navalni significa que los criminales del Kremlin tienen vía libre para hacer lo que quieran con cualquiera, tanto si son rusos como ucranianos o cualquier otra persona. Es otra señal de que hemos pasado el punto de no retorno. Los rusos que hasta ahora han hecho como si la guerra no les incumbiera, ahora se encuentran con una imagen clara de su futuro. Putin exigirá ahora lealtad total a su guerra y destruirá a quienes expresen cualquier duda”.
Desde Ucrania, la muerte de Alexei Navalni presenta otro aspecto, como señala Paulina Siegień en Krytyka Polityczna: “No formaba parte de los que los ucranianos consideraban un aliado en su lucha”, sobre todo por su condena tardía de la ocupación de Crimea y de la invasión rusa. “Las ucranianas y los ucranianos tienen todo el derecho a ser críticos con el carácter y las actividades de Navalni y de las organizaciones relacionadas con él. También tienen derecho a estar resentidos con la oposición rusa por no apoyarles lo suficiente […], o simplemente a no querer tener ninguna relación con los rusos, sean cuales sean sus opiniones”, prosigue.
El malo
¿Estamos ante el golpe mortal del Gobierno “antiliberal” de Viktor Orbán en Hungría? Es lo que podríamos pensar por las multitudinarias manifestaciones en varias ciudades de Hungría después de la dimisión de Katalin Novák, presidenta de la República, y Judit Varga, exministra de Justicia, tras las revelaciones del diario independiente 444.hu sobre la decisión de Katalin Novák de indultar a un condenado por haber encubierto un caso de pedofilia. En Visegrad Insight, Iván László Nagy reconstruye la secuencia de acontecimientos que desembocaron en “algunas de las semanas más agitadas de la política húngara contemporánea”, y recuerda que se trata de la segunda vez que un jefe de Estado respaldado por Orbán tiene que dimitir, después de Pál Schmitt en 2012, tras un asunto de plagio. Por su parte, Szabolcs Panyi (Direkt 36) y Sarkadi Zsolt (Telex) cuentan en VSquare la función crucial que ha desempeñado en la concesión del indulto presidencial Zoltán Balog, jefe de la Iglesia Reformada Húngara, exministro de Orbán y amigo cercano de Katalin Novák. Por último, en HVG, Istvan Mudra Márton reconstruye la historia del caso de pedofilia en el origen del escándalo, que se ha prolongado durante 13 años, y en el que “la brutal injerencia política con la que Viktor Orbán intenta atar los cabos sueltos no puede impedir del todo que encajen las piezas del puzzle”.
El bueno
¿Extraditarán a Julian Assange a Estados Unidos, donde corre el riesgo de que le condenen a 175 años de prisión? El Tribunal Superior de Reino Unido deberá pronunciarse sobre su recurso contra la demanda de extradición de Washington, que quiere juzgar al cofundador de WikiLeaks acusado de espionaje por publicar más de 250 000 documentos militares y diplomáticos confidenciales en 2010. Christophe Deloire y Rebecca Vincent, secretario general y directora de las campañas de Reporteros Sin Fronteras (RSF), respectivamente, cuentan en The Guardian cómo se han reunido en varias ocasiones desde agosto de 2023 con Assange en la prisión de Belmarsh (Londres) donde está recluido desde 2019. Denuncian “los repetidos obstáculos” a los que se han enfrentado en su misión de prestar ayuda jurídica a Assange, así como las dificultades para seguir las vistas de su caso y el hecho de que no se le permita asistir a ellas desde enero de 2021, además de “su preocupante estado de salud metal y el alto riesgo de suicidio”.
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