Producto de la crisis provocada por las acusaciones de corrupción, el canciller austriaco, de orientación conservadora, Sebastian Kurz, de 35 años de edad, se vió forzado a renunciar el pasado 9 de octubre. La Fiscalía Anticorrupción de Viena había anunciado el miércoles 6 de octubre haber abierto una investigación por desvío de fondos, corrupción y tráfico de influencia.
Se trata de un caso que se remonta a 2016: se sospechaba que Kurz había pedido un conjunto de sondeos y de artículos elogiosos para con su gobierno a cambio de la compra de espacio publicitario por parte del Ministerio de Finanzas. Kurz, en un primer momento, rechazó estas alegaciones «inventadas», antes de ceder a las amenazas sobre una posible moción de censura y de poner a disposición su renuncia «para evitar el caos».
Abandonado por todos los frentes, el joven prodigio de la política -que se llevaba bien tanto con la extrema derecha como con los ecologistas- ha sido reemplazado este lunes por su ministro de Asuntos Exteriores, Alexander Schallenberg. El nuevo canciller tendrá la ardua tarea de restaurar la confianza hacia el gobierno federal y hacia el Partido Popular Austríaco (ÖVP, conservador).
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