Ideas Tras la cumbre europea del 17 de julio

El futuro de Europa se decide ahora

El viernes, los jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea deben pronunciarse sobre el plan destinado a reactivar la economía de la UE de casi 750 mil millones de euros. Con este motivo, los Veintisiete podrán sentar las bases de una reforma a gran escala de la UE, propone Guillaume Klossa.

Publicado en 17 julio 2020 a las 12:28
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El futuro de Europa se decide ahora. No necesariamente en la próxima cumbre europea, en la que, tras meses de videoconferencias, nuestros dirigentes se reunirán el 17 de julio en Bruselas. Estos tendrán dificultades para llegar a un acuerdo en tan solo unas horas sobre el plan de recuperación económica que podría cambiar el curso de la historia, tal y como lo hizo el tratado de Roma tras meses de negociaciones. Sin embargo, en las próximas semanas, se llegará a un consenso, pues todos son conscientes de que, de lo contrario, se añadirá una crisis política profunda a esta crisis económica y social sin precedentes.

Otra razón para defender un acuerdo es que la mayor parte de los ciudadanos europeos, de los actores económicos y sociales, así como de los mercados financieros están a favor de dicho acuerdo. Solo queda superar algunas reticencias vehementes en los Países Bajos, que se encuentran en precampaña electoral; en Austria, donde la extrema derecha está ejerciendo presión; y en los países nórdicos, que temen perder influencia en una UE más continental que atlántica. No obstante, estos países saben que, en un mundo incitado por el proteccionismo, es indispensable reforzar el mercado interior europeo y su crecimiento potencial. Los austríacos, los neerlandeses y los nórdicos necesitan más que nunca a los mercados españoles, franceses e italianos para garantizar su nivel de vida. El dirigente danés y el sueco ya han dado a entender que comparten esta opinión. Angela Merkel, que preside el Consejo de la Unión Europa indicó a los primeros ministros neerlandés y austríaco que su oposición significaría la marginación de Europa.

Por lo tanto, antes del final de verano se llegará a un acuerdo sobre una cantidad de entre 500 mil y 750 mil millones de euros, en su mayoría en forma de subvenciones. Por supuesto, se precisará que tanto el aumento del presupuesto europeo como las cuantiosas transferencias vinculadas son algo puntual y transitorio, pero en realidad, se sentará un precedente como lo hizo el New deal de Roosevelt, un plan, en principio limitado y temporal, que cambió de manera permanente las reglas del juego americano. Este acuerdo romperá tres tabúes mediante la supresión del límite del 1% del PIB de la UE para el presupuesto europeo que se mantuvo fijo por veinte años; la organización de una solidaridad presupuestaria generalizada entre los países más afectados por la COVID-19 y el resto; la vuelta a las conversaciones sobre los recursos propios y un endeudamiento directo de la UE durante varias décadas, instituyendo de facto nuevas solidaridades.

La potencia democrática, social y ecológica del siglo XXI

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Al fin se reunirán las condiciones para una reforma institucional que hasta hace poco era impensable y, contra todo pronóstico, la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que actualmente no aspira a cambiar de tratado, podría convertirse en una nueva oportunidad constitucional. En ese caso, se haría realidad el presentimiento de Emmanuel Macron de refundar la Unión Europa. Esta podría afirmarse como la potencia democrática, industrial, social, ecológica y cultural del siglo XXI.

Esto solo se podrá conseguir si el plan de recuperación funciona. Este debe permitir una recuperación potente y una transformación rápida y profunda de la economía europea que desemboque en una creación de empleo generalizada en toda la UE como valor añadido. Por lo tanto, nos podremos atrever a pensar por primera vez en una modificación del territorio europeo, ya que, de lo contario, los desequilibrios entre el centro y la periferia seguirán aumentado rápidamente. Asimismo, es esencial que los ciudadanos atribuyan este repunte a la recuperación europea, algo que no se puede dar por hecho. Un estudio de la Comisión que muestra el impacto de los fondos estructurales sobre la creación de riqueza y empleo demostraba que la correlación no era evidente para los ciudadanos debido a la ausencia de respaldo político por parte de las colectividades nacionales.

Por su parte, el presidente Roosevelt se dio cuenta de este riesgo al crear planes federales de estímulo sectoriales para que los ciudadanos americanos supiesen a quién le debían la recuperación. Actualmente la Unión Europea se enfrenta al mismo problema. El plan de recuperación no puede limitarse a subvencionar planes de recuperación nacionales, aunque estos cumplan los objetivos europeos de transición ecológica, digital y de autonomía estratégica. Europa debe dotarse de verdaderos planes transnacionales patentados por la UE que demuestren al imaginario colectivo su importancia económica y social. Si no, Europa no existe.

Algunos ejemplos concretos que todos entenderán: un plan continental para reformar viviendas destinado a todos los ciudadanos europeos que favorezca el uso de materiales modernos, sostenibles y reciclables; un plan para equipar a todos los laboratorios y hospitales europeos con microscopios de última generación, digitales y conectados, para que puedan identificar mejor y monitorizar las pandemias y epidemias; una plataforma de distribución digital para los medios de comunicación europeos que les permita recuperar el valor económico (hoy en día monopolizado por los gigantes de internet) y evitar así una quiebra colectiva, etc.

Una nueva forma de proceder

Sin embargo, será necesario que los proyectos no se elaboren únicamente en Bruselas, para que los sectores que deban implementarlos se adapten a ellos rápidamente. El objetivo es que los actores sociales, los ciudadanos, las colectividades públicas y, sobre todo, las regiones los elaboren in situ de manera colectiva y les otorguen una relevancia sectorial. Aquí es donde los 14 ecosistemas industriales europeos anunciados por la presidenta Von der Leyen y el comisario Breton podrían encontrar su papel.

Para conseguir la recuperación, los europeos no solo deben ponerse de acuerdo en la cantidad, sino también en una nueva forma de proceder. Es lo que entendió en su momento Jean Monnet, que el día siguiente a la guerra creó un comisionado del plan que añadía a la administración, al mundo económico y a los sindicatos a la estrategia de reconstrucción. Setenta años más tarde, esto sigue siendo de actualidad. Este es el precio del renacimiento de Europa.

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