Klaus Walher, portavoz de la empresa de aviación Lufthansa, es un hombre técnico. Cuando, frente al vacío del cielo europeo, deplora la falta de intuición y de sentido común, todos escuchamos con atención. Todo lo que Walher quiere es volar. Y sin embargo, su airada protesta contra la prohibición de circular en el espacio aéreo es un evento en cuanto a la crítica de la tecnología de la era digital recién nacida y un capítulo de la historia de una sociedad moderna que se priva a sí misma de su poder creando modelos. Es bien cierto que las compañías aéreas defienden sus propios intereses. Pero hasta ahora, la reputación de Klaus Walther no era la de sacrificar la seguridad en pos del beneficio. Aun aquellos que no quieren subirse a un avión en estos días, harían bien en comprender que la nube invisible que paraliza el tráfico aéreo no está formada por cenizas y polvo sino por un nubarrón de datos. Aquello que hoy en día provoca una explosión volcánica, mañana puede ser provocado por otras erupciones, ya sean geológicas, económicas o sociales. **Lea el artículo completo en el sitio web de Frankfurter Allgemeine Zeitung**
Opinión
Naturaleza contra modernidad
“Es costumbre ponerles nombre a los tornados o ciclones que asolan regularmente la región del Caribe como, por ejemplo, el Niño o el Katrina. Así pues, la nube islandesa se merecería recibir el nombre de Hibris —estima Jean d’Ormesson en Le Figaro—. “Los antiguos griegos llamaban ‘hibris’ al orgullo que invadía a los hombres embriagados por su ingenio y su poder”, recuerda el escritor francés señalando que los acontecimientos actuales “han afectado a uno de los principales eslabones del entramado tecnológico que recubre y sustenta nuestro mundo a día de hoy: el transporte aéreo”. Para el escritor francés, “la nube Hibris nos recuerda con vehemencia lo que ya habíamos olvidado: que la naturaleza es violenta y que esos hombres que se creen maestros y poseedores de este mundo no pueden dar nada por seguro. Creen haber dominado y sometido al planeta. No obstante, la naturaleza les recuerda que sigue ahí golpeándoles con ironía y sin demasiada crueldad, no en su talón de Aquiles, sino en el propio núcleo de su imperio y de sus ambiciones.
“Hemos de reconocer que esta enfermedad infernal no hace acto de presencia sin motivo alguno sino debido a unos motivos que no podemos controlar —opina por su parte el escritor rumano Adrian Păunescu en Jurnalul Naţional—. Los trastornos e inquietudes de la Tierra se nos vienen encima allá donde estemos, ya sea Haití, China o Grecia, y fomentan cada vez más la sensación de que, en cualquier lugar y a un nivel de decisión mundial, no queremos que la gente sea consciente de la terrible verdad: nos enfrentamos a un elevado nivel de peligro planetario (…). Estábamos muy orgullosos de nuestra condición humana, ¡la arrogancia por bandera! El capitalismo, el socialismo, el futurismo… todo eso, se nos ha quedado obsoleto.”