El nuevo activismo de Berlín

Alemania aprovecha el buen estado de su economía para reforzar su presencia en el ámbito internacional. El comercio es el motor de una diplomacia que aún no ha superado el obstáculo de las intervenciones sobre el terreno, algo que aún le cuesta aceptar a la opinión pública.

Publicado en 2 abril 2013 a las 14:46

Los días 7 y 8 de abril se espera la visita de Vladimir Putin en Alemania. En concreto, en Hannover, donde el presidente ruso inaugurará junto a Angela Merkel la gran Feria Industrial, de la que Rusia es este año el país invitado de honor. Por supuesto, las empresas más destacadas de la economía rusa se han asegurado un stand en dicha feria. En 2012, la canciller realizó el mismo ejercicio en compañía del primer ministro chino, Wen Jiabao. Entonces Pekín era la estrella de este evento. Son dos ejemplos típicos de la ósmosis entre la diplomacia y la economía alemana.

En Alemania, las exportaciones industriales no se consideran únicamente una consecuencia de la competitividad de la economía, sino que se convierten en un verdadero fin en sí mismo. Una marca de fábrica, un objeto de orgullo, incluso para la izquierda y el movimiento sindical. La inversión de los excedentes comerciales también constituye una garantía contra el declive demográfico y en parte permitirá cubrir las necesidades futuras de financiación de los gastos sociales.

En este país que durante varios decenios tras la Segunda Guerra Mundial no se atrevía ni siquiera a reivindicar un interés estratégico particular ("Se suponía que debíamos tener los mismos intereses que nuestros aliados y vecinos", confiesa un diplomático), el comercio constituye la puerta de entrada ideal al mundo.

Unión sagrada en torno a las materias primas

Angela Merkel viaja con frecuencia. Desde 2007, la canciller ha realizado no menos de 274 viajes al extranjero: 168 por Europa, 59 por Asia, 29 por Norteamérica, 11 por África y 7 por Latinoamérica. Incluso la pequeña Moldavia ha tenido el honor de recibirla. En esta apretada agenda, China ocupa un lugar especial. La canciller ha realizado no menos de seis largas visitas oficiales a este país en seis años, dos de las cuales fueron en 2012. En todas las ocasiones, Angela Merkel visita Pekín y la provincia. No es en absoluto una casualidad. En diez años, el comercio entre los dos países ha pasado de los 36.000 a los 144.000 millones de euros. China se ha convertido en el tercer socio comercial de Alemania (por detrás de Francia y Países Bajos) y en los últimos diez años, Alemania ha colocado seis excedentes comerciales.

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Otro ejemplo de la gestión alemana lo constituyen las relaciones con Estados Unidos. Como es evidente, superan ampliamente el ámbito económico. El afianzamiento en la OTAN es uno de los pilares de la diplomacia alemana. Pero en los últimos meses, Berlín ha sabido utilizar sus vínculos privilegiados con Washington para reactivar de un modo espectacular la negociación de un tratado de libre cambio entre la Unión Europea y Estados Unidos. Precisamente en Berlín fue donde el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, dio el 1 de febrero luz verde a esta iniciativa en nombre de la nueva administración Obama. Para favorecer a la industria alemana, Angela Merkel no ha dudado en pasar por alto a la Comisión Europea, responsable de la cuestión, ni en volver a generar un contencioso con Francia, mucho más reservada con este asunto, ni en dar la espalda al multilateralismo, la piedra angular de la diplomacia alemana.

Existe otro aspecto que provoca una especie de unión sagrada en Alemania: el acceso a las materias primas. En este asunto Alemania se juega mucho, pues sin ellas gran parte de la industria teme llegar un día al paro técnico. El resultado es que en febrero de 2012, en plena crisis griega, Angela Merkel desplegó la alfombra roja bajo los pies del presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, con el que firmó un acuerdo sobre la explotación de los terrenos de este país rico en uranio por parte de las empresas alemanas. Los defensores de los derechos humanos protestaron, pero la patronal aplaudió. Según se comenta, en esa ocasión el dictador kazajo estuvo ingresado en una clínica de Hamburgo.

Se acabó el tabú de vender armas

Alemania, que se ha convertido discretamente en el tercer exportador de armas del mundo (por detrás de Estados Unidos y Rusia), también sabe aprovecharse del éxito de sus submarinos (en la marina israelí) y de sus tanques, de los que Arabia Saudí y Argelia esperan adquirir varios centenares, para desempeñar una función diplomática en el mundo árabe y en Oriente Próximo. Tampoco duda en explotar la enemistad de ciertos países contra Francia, como demostró su presencia activa en el Magreb.

Por otro lado, Angela Merkel ha acabado con un tabú: la canciller ya no duda en vender armas a los países amigos, incluso en las zonas de conflicto. La oposición denuncia una "doctrina Merkel" a corto plazo, mientras que la gran mayoría y varios expertos únicamente ven en ella la oficialización de una política aplicada anteriormente por Gerhard Schröder, su predecesor social-demócrata.

En cambio, aunque Alemania participe en operaciones de mantenimiento de la paz en varios países (sobre todo con 4.500 soldados presentes en Afganistán, 730 en Kosovo, 320 en el Cuerno de África, 300 en Turquía, 150 en el Líbano y, desde hace poco, 330 en Malí y en Senegal), el envío de soldados al extranjero es una medida impopular y por lo tanto políticamente arriesgada para la canciller.

"El eterno trauma"

El Spiegel del 25 de marzo, al comentar la conmoción que ha suscitado en el país una serie de televisión que reactiva el debate sobre la participación de los alemanes en los crímenes nazis, recoge en sus titulares: "La guerra y los alemanes: el eterno trauma". De ahí la abstención de Alemania en la ONU cuando se debatió la intervención en Libia en 2011. De ahí su participación mínima en Malí. De ahí su preocupación por no implicarse en Siria. En la mayoría de los casos, los especialistas (y la prensa) critican esta pusilanimidad de Angela Merkel y de su ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, pero la opinión pública aprueba su acción.

Mucho comercio, pocos derechos del hombre y una participación limitada en las operaciones de la OTAN y la ONU: ¿todo esto constituye una política exterior coherente? "No", resalta Frank-Walter Steinmeier, presidente del grupo social-demócrata en el Bundestag y ministro de Exteriores de 2005 a 2009. Se trata de un juicio "exagerado", según Eberhard Sandschneider, uno de los responsables de la fundación DGAP (Sociedad Alemana de Política Exterior). En su opinión, Alemania "se adapta a la evolución del mundo", aunque aún le cueste asumir su poder, sobre todo con respecto a Estados Unidos.

La abstención de Alemania en la ONU sobre el asunto libio se puede interpretar como la falta de valentía de la cuarta potencia económica mundial, pero también como la falta de una relativa autonomía ante sus dos principales aliados: Francia y Estados Unidos. Por lo tanto, la pusilanimidad de Alemania a la hora de enviar tropas a las zonas de combate no debe llevar a subestimar el poder de su diplomacia, aunque a los alemanes a veces les cueste admitir la influencia determinante de ésta y asumir sus consecuencias.

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