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En vísperas de las elecciones griegas del 17 de junio, Le Soir dedica todo un cuadernillo especial a la crisis del euro y a las maneras de buscarle una solución.
La editorialista del diario de Bruselas, Béatrice Delvaux, constata que el caso griego es más un síntoma que la causa del mal que asola Europa:
Este país ha quebrado. Pero la cura que se le ha impuesto sólo ha servido para ajustar el cinturón, sin concederle ni el tiempo, que irremediablemente necesitaría mucho, ni los medios para reorganizarse íntegramente […] si el problema griego se hubiese gestionado mejor, Europa no viviría ahora sumida en esa caótica deriva de los últimos meses.
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Aunque la crisis griega ha abrumado al resto de la Unión, sería simplista quedarse con esa explicación. “El momento es crucial, pero la coyuntura europea es aún más importante. El plazo griego no hace sino cristalizarlo”, señala Béatrice Delvaux, que constata que Europa ha perdido su encanto, que la complejidad de su funcionamiento hace que sea ilegible, y que necesita un nuevo impulso:
La solidaridad entre países europeos nunca había sido tan necesaria, nunca habíamos sido política y democráticamente tan ineptos […] Por eso nos hace falta encontrar el valor político y las grandes ideas que permitan trazar un camino común y que prometa. Si no, la democracia zozobrará con el hundimiento del euro. Y dicha necesidad será la misma aunque los griegos ‘voten bien’ el domingo (entiéndase como a favor de los partidos que están dispuestos a aceptar las reformas). Repitámoslo: el problema de Europa no es Grecia, es Europa.
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