Análisis Elecciones en los EEUU

Hay mucho en juego para Europa en «las elecciones más importantes de todos los tiempos»

¿Cuál será el resultado de las elecciones más importantes del año y quizás de la década? El politólogo holandés Cas Mudde, profesor en el estado de Georgia, comenta las posibles situaciones a las que nos podemos enfrentar y sus consecuencias en Europa.

Publicado en 2 noviembre 2020 a las 13:09

La sociedad estadounidense parece estar dividida prácticamente por todo, pero la mayoría de los americanos está de acuerdo en que su «gran» país se ve amenazado por el «fascismo» y en que la «democracia» está en juego en las próximas elecciones. Esta omnipresencia del «fascismo» en el debate político es relativamente nueva, pero la idea de que las próximas elecciones son cruciales para el futuro de la democracia no lo es. Desde las «elecciones robadas» del 2000, cada presidente ha sido considerado ilegítimo por una parte cada vez mayor del otro bando, desde George W. Bush y Barack Obama hasta Donald Trump. Aunque Joe Biden gane indiscutiblemente, como indican la mayoría de los sondeos, ocurrirá lo mismo.

No es tan exagerado decir que las próximas elecciones presidenciales son «las más importantes de la historia de los Estados Unidos»; retrospectivamente, las elecciones de 1932 en la República de Weimar también parecían muy importantes. Nos jugamos mucho este próximo 3 de noviembre, y no solo en Estados Unidos. Al ser una superpotencia, aunque en declive, el electorado americano tiene una gran influencia no solo en su política nacional sino también internacionalmente, incluyendo la política europea. Por lo tanto, es importante que los europeos sepan lo que está en juego en Estados Unidos, tanto en política interior como exterior.

Las elecciones

Siempre es difícil escribir un artículo semanas antes de su publicación, pero lo es aún más cuando trata sobre sondeos en un contexto político tan volátil como el de Estados Unidos. Aun así, parece bastante seguro que el candidato demócrata Joe Biden ganará el voto popular. De hecho, es casi incuestionable decir que ganará con un mayor margen que Hillary Clinton en 2016 (a menudo nos olvidamos de que Clinton superó a Trump con un 2 % más de votos, casi tres millones). De todas formas, el Colegio Electoral, un sistema político antidemocrático, que da más importancia a los votos de la América rural, eligió por una clara mayoría a Trump.

Algunos encuestadores creen que Biden necesitaría ganar el voto popular por más de 5 millones para poder ganar en el Colegio Electoral. Según casi todos los sondeos, a mediados de octubre, esto no parece ser un problema. En muchos de estos sondeos, Biden supera a Trump con números de dos cifras por todo el país, incluyendo los sondeos de Rasmussen, que suelen ser más favorables para los republicanos y por eso los suelen utilizar Fox News y el propio Donald Trump. Por lo tanto, las predicciones atribuyen indudablemente la victoria a Biden; de hecho, la página web de Nate Silver, FiveThirtyEight, cree que el antiguo vicepresidente tiene un 88 % de posibilidades de convertirse en el nuevo presidente en enero de 2021. Aun así, predicciones similares daban cifras parecidas a Clinton… y ya sabemos cómo terminó aquello.

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Hay razones para creer que esta vez acertarán. Los datos en los que se basan estas predicciones como la economía de cada estado y el partido que gobierna en cada uno de ellos favorecen a los demócratas, mientras que en 2016 favorecían a los republicanos. Quizá aún más crucial es el hecho de que Biden supera significativamente a Trump en muchos de los llamados «estados pendulares» (que oscilan entre ambos partidos en cada época electoral), entre ellos algunos de los más importantes que habían perdido los demócratas en 2016 (como Míchigan o Wisconsin). De hecho, los demócratas tienen opciones de ganar en varios estados que siempre se habían considerado sólidamente republicanos (como Georgia, Iowa y Carolina del Norte).

Aunque la pandemia de la COVID-19 haya afectado a las campañas electorales de ambos candidatos, no parece que vaya a influir en los resultados significativamente. Casi todos los americanos (el 94 %) ya se han decidido y saben a quién (no) votar. De hecho, la opinión que tienen los ciudadanos de Trump se ha mantenido sorprendentemente estable, sobre todo teniendo en cuenta la inestabilidad de su mandato. Ni siquiera la pandemia le ha hecho perder muchos seguidores, a pesar de las más de 225 000 muertes y el desempleo, que llegó a las dos cifras. De todas formas, ha habido otros factores menos importantes pero que podrían ser decisivos para el resultado de estas elecciones, sobre todo para las mujeres blancas con estudios que votarían esta vez a Biden y las personas no blancas que saldrían a votar en mayor número que anteriormente ya que han sido los más afectados por la pandemia.

Aunque todo apunte a la victoria de Biden, quizá incluso aplastante, el recuerdo de 2016 y la supresión del voto de los republicanos están demasiado presentes para desestimar completamente que Trump vuelva a ganar gracias al Colegio Electoral.

El factor más importante en las elecciones en Estados Unidos siempre es la participación. No sólo quién vote, sino quién puede votar. Desde siempre, los resultados de las elecciones en este país siempre han estado condicionados por la supresión del voto, tanto legalmente (como por ejemplo la exclusión de los afroamericanos y los nativos americanos), como ilegalmente a través de la obstrucción o la disuasión al voto, como ocurre hoy en día. La supresión del voto que está llevando a cabo la campaña republicana actual no es algo nuevo, pero ha llegado a niveles nunca antes vistos. Desde la limitación a un único buzón de entrega de votos por condado (incluso en los que tienen una población de millones de personas) en el estado de Texas hasta buzones falsos en California. Los republicanos están esforzándose al máximo para limitar la participación, sobre todo en distritos no blancos, que tienden más a votar a los demócratas. Además, ha habido largas colas de personas esperando para votar; el primer día que se pudo votar anticipadamente, en Georgia, mi ciudad universitaria (de tendencia política liberal), un amigo mío esperó 4 horas en la cola y se han escuchado testimonios de hasta 12 horas de espera.

Aunque todo apunte a la victoria de Biden, quizá incluso aplastante, el recuerdo de 2016 y la supresión del voto de los republicanos están demasiado presentes para desestimar completamente que Trump vuelva a ganar gracias al Colegio Electoral. Sin duda, desde 2016, hay ya muchos votantes de Trump que le han abandonado, pero no son tantos como los medios de comunicación quieren hacernos creer. Además, aquellos que le siguen siendo fieles, le defienden ciegamente. Saldrán a votar y, la gran mayoría, no se verán afectados por ningún intento de supresión del voto. Por lo tanto, me estoy preparando para ambas posibilidades, tanto para una prolongación de la situación actual, Trump en la Casa Blanca, los Republicanos controlando el Senado y los Demócratas la Cámara de Representantes, como para una victoria demócrata aplastante que consiga el control del Senado y de la Casa Blanca (lo más probable en mi opinión); aunque tampoco hay que desestimar cualquier otra fórmula intermedia.

¿Qué ocurrirá ahora en Estados Unidos?

Independientemente del resultado, el bando perdedor criticará las elecciones (en los medios de comunicación, protestas en las calles y, sin duda, hasta en los juzgados). Ambos bandos aseguran que el otro no aceptará la derrota, mientras los sondeos muestran que, cada vez más, los americanos creen que la violencia está justificada si el otro bando gana. Por eso no es sorprendente que se especule en los medios de comunicación con  «violencia poselectoral» o incluso con una «segunda guerra civil». Muchos progresistas están convencidos de que Trump no solo no aceptará los resultados electorales, sino que se negará a dejar el puesto, cometiendo un autogolpe de estado. Cualquier cosa es posible en la tan complicada situación actual de la democracia estadounidense, pero aun así comentaré a continuación las tres situaciones hipotéticas más probables y sus consecuencias.

La primera sería que Trump perdiese las elecciones, pero se negase a ceder y a dejar la Casa Blanca. Aunque sea lo más improbable, es una posibilidad, sobre todo porque Trump lo ha insinuado (en varias ocasiones). Teniendo en cuenta el comportamiento del Partido Republicano para con Trump durante los últimos cuatro años, podríamos asumir que le apoyarían, o al menos no se opondrían activa o abiertamente. Dependerá principalmente de la respuesta ciudadana, tanto en los medios de comunicación como en las calles, para que las fuerzas de seguridad y los militares elijan el bando del presidente electo en lugar del presidente en funciones. Sin embargo, dada la experiencia de Biden en política, incluyendo sus ocho años como vicepresidente, sus conexiones con las fuerzas de seguridad nacional son por lo menos igual de buenas, si no mejores, que las de Trump. De hecho, un sondeo reciente del Military Times mostró que, aunque Trump tenía la mayoría del apoyo de los militares en 2016, Biden le supera en 2020, si bien es cierto que también influye en estos datos el sexismo contra Clinton.

Pero incluso si Biden consigue llegar a la Casa Blanca, su mandato será una continuación del de Obama, principalmente obstaculizado por un Senado insurrecto, dominado por el Partido Republicano, y bloqueado por la mayoría de los estados federales, gobernados también por los republicanos. Igual que Obama, Biden intentará colaborar con los republicanos «moderados», dando mucho, pero recibiendo muy poco a cambio. Al mismo tiempo, los demócratas que controlan la Cámara estarán cada vez más frustrados e impacientes, fortaleciendo la actual rebelión interna que está inclinando al partido hacia la izquierda, sobre todo en los estados más fieles a los demócratas, como California y Nueva York. Sin embargo, Biden como presidente acabaría con los ataques a la democracia liberal, tanto prácticos como verbales, que han caracterizado el mandato de Trump, y conseguiría reinstaurar la financiación, el apoyo y la confianza en organismos federales importantes como la Agencia de protección del medio ambiente (EPA) o el FBI. Su vicepresidenta, Kamala Harris, se centraría en la reforma democrática y judicial, cambiando, aunque sea ligeramente, leyes que pueden tener un gran impacto a largo plazo.

La segunda hipótesis sería que Trump perdiese el voto popular, pero ganase el Colegio Electoral. Aunque sea de manera reticente, y quizá incluso tras apelaciones judiciales, Biden y los demócratas cederían, recibiendo muchas críticas por parte de la izquierda demócrata, que argumentaría que esta derrota es culpa de los «demócratas fieles a Wall Street» y que Bernie Sanders habría ganado. Asimismo, habría importantes protestas en las ciudades más grandes, acompañadas indudablemente de vandalismo y algo de violencia. Veo improbable una oposición mediante las armas. Trump vería su reelección como un apoyo a su campaña política autoritaria y racista y usaría las protestas para organizar un ataque contra la discrepancia ideológica y el derecho a la protesta, apoyado sólidamente por los republicanos, que ya sea con entusiasmo o reticencia, aceptarán la hegemonía de Trump durante los siguientes cuatro años. En general, Trump gobernaría de una forma similar a su mandato actual pero incluso más desatado y con menos oposición. 

Lo más importante sería que un segundo mandato de Trump podría transformar completamente al Partido Republicano, a la democracia estadounidense y al propio país. Habiendo ganado las elecciones por sí solo, ya que el partido ha decidido hacer de él el protagonista, Trump no creerá necesario colaborar con el poder establecido de la élite Republicana. Al mismo tiempo, cada vez más Republicanos afines a Trump formarán parte de organismos oficiales de legislación, poniendo por encima del partido la lealtad a Trump, sin hablar ya de lealtad a la propia democracia. Además, los jóvenes fieles a Trump, de grupos como Students for Trump o Turning Point USA, empezarán a ser incluidos en los puestos de los funcionarios experimentados dentro del Partido Republicano y de la administración del país que se nieguen a trabajar bajo el mandato de un presidente que no confía en ellos o les ignora. Aunque Trump probablemente no será capaz de destruir la estructura institucional de la democracia americana, la puede debilitar reduciendo financiación, liberalizándola y reemplazando a personal crucial para su funcionamiento (desde funcionarios de bajo nivel hasta jueces del Tribunal Supremo). A través de estas medidas, su legado podría seguir afectando al país durante décadas. 

La tercera opción es que Biden gane las elecciones aplastantemente, como predicen las encuestas desde hace varias semanas. The Economist afirma que Biden ganará con una probabilidad del 99 % y estima que podría ganar hasta 415 de los 538 votos del Colegio Electoral. Una victoria así sería muy significativa para el Partido Demócrata en general, incluyendo la consecuente victoria de representantes demócratas secundarios, como las legislaturas estatales y el Senado. Esto significaría que los demócratas tendrían asegurada la presidencia y controlarían el Senado y la Cámara, como en 2008. La diferencia sería que esta vez el presidente no sería un novato en Washington, sino un experimentado burócrata que no perderá los dos primeros años intentando entender cómo funciona el sistema ni intentándose ganar a republicanos reacios a colaborar.

Biden está preparado para empezar e instaurará cambios significativos durante los primeros meses. Cuanto mayor sea la derrota para los republicanos, menos cohibido estará y menos tiempo perderá intentando ganar apoyos republicanos. Tendrá que trabajar para sanar el daño que Trump ha causado, como la «prohibición migratoria a los musulmanes», deberá implementar medidas a corto plazo para conseguir controlar la pandemia de la COVID-19 y tendrá que empezar a trabajar en la recuperación económica del país. Pero además tiene que considerar medidas de gran importancia a largo plazo, como apoyar la situación federal de Puerto Rico y el Distrito de Columbia, una decisión que pertenece al Congreso, y que podría conseguir que los demócratas tuviesen cuatro escaños más en el Senado durante décadas. Los principales obstáculos a los que se enfrentará Biden serán el Tribunal Supremo, (dos tercios del cual son republicanos, tras el reciente nombramiento de Amy Coney Barrett) y los estados gobernados por los republicanos, aunque muchos sufrirán gracias a la victoria demócrata en noviembre. 

Una victoria aplastante desestabilizaría al Partido Republicano, ya que Trump no ha construido una infraestructura afín a él, ni dentro ni fuera del Partido, y su influencia disminuiría rápidamente. Muchos de los republicanos elegidos recientemente y que se consideraban pro-Trump eran más oportunistas que fieles y le repudiarán, tanto a él como a su política, tan rápido como le juraron fidelidad (como por ejemplo Marco Rubio o el Tea Party). Estallará un conflicto interno entre los «nacional-conservadores» como Josh Hawley (Senador republicano, representante de Misuri), más partidarios de la extrema derecha; y los «unificadores» como Ben Sasse (Senador republicano, representante de Nevada), que quieren un partido más inclusivo e intentan recuperar el optimismo y positivismo de Ronald Reagan. Aunque este último bando tiene una buena proyección, sobre todo si apelan a los americanos de origen hispano y asiático que se consideran social-conservadores, los «nacional-conservadores» aún triunfan entre los votantes del partido, al menos a corto plazo y sobre todo en las primarias de los estados del Medio Oeste y el Sudeste.

La victoria de Biden sería también un obstáculo para los partidos de extrema derecha que no están ahora mismo en el poder, como el Frente Nacional de Marine Le Pen o la Liga de Matteo Salvini.

Biden heredará una extrema derecha agresiva y movilizada, y grupos armados fuertemente, incluyendo «milicias» independientes como los Oath Keepers y los Three Percenters, que, tras apoyar a Trump durante estos años, volverán a tomar una posición política «en contra del gobierno». Además, grupos similares al antiguo Ku Klux Klan (KKK) y neonazis, y los grupos nuevos de derecha alternativa como los Proud Boys seguirán instigando a la violencia, sobre todo en ciudades como Portland (Oregón). Aunque supongan un problema de orden público y sean agresivos hacia ciertos grupos sociales, no son una amenaza para la democracia nacional. Aunque bien es cierto que tienen un apoyo significativo de las fuerzas de seguridad por todo el país. Tanto el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), como el FBI admitieron que los «supremacistas blancos» son (uno de) los problemas más importantes de terrorismo nacional. Cuando los agentes y líderes de estos organismos de seguridad tengan el apoyo político de Biden como presidente, podrán actuar más eficaz y estrictamente para contener la potencial violencia por parte de estos grupos de extrema derecha. Esto servirá para conseguir el rápido declive de estos grupos, como ya vimos tras el atentado en la ciudad de Oklahoma en 1995, aunque siga habiendo casos puntuales de violencia.

¿Y qué ocurrirá en Europa?

Aunque esté en declive y sea cada vez más reticente, los Estados Unidos siguen siendo una superpotencia, por lo que sus elecciones tienen consecuencias significativas en el resto del mundo, Europa incluida. A pesar de los artículos absurdos hablando de la «creciente base europea proTrump», el presidente es muy impopular en Europa, tanto para la élite como para los ciudadanos. Uno de los pocos seguidores de Trump es el primer ministro húngaro Viktor Orbán, que ya le apoyaba en 2016, principalmente para su propio beneficio, más que por tener una conexión ideológica real. Mientras que Trump protege a los líderes autoritarios de las críticas y las sanciones del Congreso y del Departamento de Estado, Biden ha dejado claro que reinstaurará las políticas de defensa y promoción de la democracia y los derechos humanos por todo el mundo. Por muy imperfecta y oportunista que haya sido siempre la política externa americana, estos últimos cuatro años han dejado claro que eso era preferible antes que el apoyo tácito de Trump a líderes autoritarios.

La victoria de Biden sería también un obstáculo para los partidos de extrema derecha que no están ahora mismo en el poder, como el Frente Nacional de Marine Le Pen o la Liga de Matteo Salvini. Trump nunca ha intentado relacionarse con estos partidos, solo creó una conexión personal con el líder del partido del Brexit, Nigel Farage, pero es cierto que los ha apoyado y normalizado a todos abiertamente. Además, algunos de los embajadores estadounidenses que ha nombrado estaban sospechosamente cerca de los partidos de extrema derecha de los países donde estaban destinados, desde el antiguo embajador en Alemania Richard Grenell hasta el actual embajador en los Países Bajos, Pete Hoekstra. Obviamente, los europeos no necesitaban que Trump apoyase a los políticos de extrema derecha, que ya estaban teniendo bastante éxito antes de que él apareciese, pero su derrota podría cambiar el contexto político, ya que la prensa internacional desataría una avalancha de artículos sobre el «fin del populismo».

Fundamentalmente, la relación entre la UE y EE. UU. no sufrirá una gran transformación, como parece que muchos creen. Es cierto que Biden no socavará la autoridad de la UE o de la OTAN, como hizo Trump de palabra más que en la práctica, pero tampoco hará mucho más que recuperar el apoyo internacional. En un artículo más bien insípido del Foreign Affairs, Biden explicó cuál sería su política exterior, y solo mencionó a Europa dos veces. La primera vez dijo que la UE y Canadá son unos de «los aliados más importantes de EE. UU.». La segunda, también de paso, aunque más importante, decía que EE. UU. tiene que invertir más allá de Norte América y Europa, y prestar más atención a Australasia. 

Esta nueva perspectiva no solo disminuiría la importancia de Europa para Estados Unidos, sino que podría poner a la UE en una posición difícil entre las presiones chinas y americanas. Aunque China fue hace tiempo considerada por los republicanos como una amenaza, Biden está completamente alineado con las políticas en contra de China de Trump. De hecho, aunque Trump suene más agresivo y racista, Biden tienen una política más hostil contra China, fundada en la tan expandida idea de que este país es la mayor amenaza económica y de seguridad a la que se enfrenta Estados Unidos. Esta contención de la influencia china en el Pacífico presionará cada vez más a la UE y a sus miembros, que renunciarán a oportunidades económicas para satisfacer las estrategias americanas, como ocurre ahora con Huawei.

Conclusión

El 3 de noviembre un número récord de americanos votarán para elegir a un (nuevo) presidente. El resultado tendrá importantes consecuencias nacionales e internacionales, más incluso que de costumbre. Según parece, Trump será derrotado, incluso aplastantemente, no por sus políticas autoritarias y nativistas, sino porque su (in)acción para con la pandemia de la COVID-19 ha puesto en peligro la vida de gente mayor (blanca), su circunscripción más fiel hasta ahora y que siempre ha ayudado a los presidentes republicanos. Lo aplastante que sea la victoria será significativo por varios motivos: (1) la resiliencia de la oposición a Trump; (2) la extensión y rapidez de la transformación del Partido Republicano; y (3) la solidez de los primeros años de la presidencia de Biden. La violencia a gran escala y el intento de autogolpe son poco probables, aunque posibles, una situación bastante ilustrativa del estado de la democracia estadounidense tras cuatro años con Trump.

Lo que los europeos pueden sacar en claro es que ya sea Trump o Biden, Europa debería por fin empezar a luchar contra su propia dependencia de EE. UU., tanto política como militarmente.

Las políticas de extrema derecha no empezaron con Trump, y no terminarán una vez que se haya ido. La extrema derecha sigue teniendo una influencia significativa dentro del más amplio movimiento «conservador» y el Partido Republicano, sobre todo en los estados del Sudoeste, y sigue suponiendo una amenaza, aunque no tienen nada que hacer contra las fuerzas de seguridad o militares. Estas provocaciones violentas se tolerarán menos y se aumentarán medidas de contención que disminuirán la movilización y el apoyo de grupos de extrema derecha como los Proud Boys y los Three Percenters, como ocurrió tras el atentado en la Ciudad de Oklahoma en 1995.

La victoria de Biden llegaría antes de las elecciones presidenciales de varios países europeos en 2021, incluyendo a los Países Bajos y a Alemania, y podría cambiar el ambiente político, ya que la prensa proclamaría (prematuramente) el «fin del populismo». Los partidos mayoritarios podrían marginar a la extrema derecha y enfocar sus esfuerzos en los problemas socioeconómicos como la recuperación económica y minimizar otros problemas socioculturales como la inmigración. Pero incluso si estos partidos mayoritarios contasen con un presidente americano más colaborador, éste parece más interesado en el Pacífico que en el Atlántico.

Lo que los europeos pueden sacar en claro es que ya sea Trump o Biden, Europa debería por fin empezar a luchar contra su propia dependencia de EE. UU., tanto política como militarmente. No solo los dos últimos presidentes republicanos ignoraron a los países europeos y sus intereses, sobre todo cuando no compartían estrategias, sino que los presidentes demócratas tampoco priorizan las relaciones con Europa, sobre todo visto el interés en Australasia. Estados Unidos se está convirtiendo en un país en el que las minorías son la mayoría y la proporción de americanos que tiene conexiones familiares o personales con otros países y regiones está aumentando. Es hora de que los políticos europeos tomen las riendas de un desarrollo estructural y un plan para conseguir una política exterior más independiente y diversa.

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