En el corazón de Europa, algunos tonos, actitudes y gestos que creíamos ya extintos en el siglo XX, han vuelto a resurgir con una frecuencia e intensidad alarmantes en los últimos tiempos.
Desde hace varios meses, los responsables políticos húngaros y eslovacos recurren hasta la saciedad a argumentos típicos del repertorio nacionalista, con intención de inclinar la balanza de los sondeos a su favor. De este modo, la alusión a la “cuenca de los Cárpatos” que agrupa a todos los magiares, responde a la ley de “defensa de la lengua eslovaca”; el ascenso de Jobbik refleja el del Partido Nacional Eslovaco (SNS); y así sucesivamente, en un juego de demagogia, cuyo último episodio –el Primer Ministro de Bratislava, Robert Fico (que gobierna con el SNS), le prohibió la entrada al territorio eslovaco al Presidente húngaro Laszlo Solyom– raya en lo ridículo. “Cuando los ánimos se calientan, el más mínimo acontecimiento puede llegar a convertirse en una declaración de guerra política. Ahora bien, a los políticos les gusta jugar con fuego”, reitera Gábor Stier en el periódico húngaro Magyar Nemzet.
La adhesión a la UE traía consigo la esperanza de que sirviera como contribución a la erradicación de los impulsos nacionalistas reprimidos en el año 1918, y más adelante sofocados en nombre de la “amistad entre los pueblos”, hasta desaparecer tras la caída del muro de Berlín. Al parecer, no ha sido suficiente. Por tanto, ya va siendo hora de que la Unión Europea deje de “quedarse de brazos cruzados, mientras dos de sus Estados miembro se pelean” y tome cartas en el asunto. Gábor Stier cita a uno de los portavoces de la UE que afirma que “no hay medidas previstas para este tipo de conflicto”: pero esto no debería servir de excusa. gp.a.