La Europa federal es una quimera

Cada vez hay más países, empezando por Alemania, que abandonan un proyecto federal para Europa, a instancias de sus líderes. Esto permite que alternativas originales puedan encontrar su hueco, como la de un club mediterráneo o una unión latina.

Publicado en 31 agosto 2012 a las 15:17

La partida que se juega en Europa es muy compleja. Alrededor de la mesa apenas si hay más que cuatro jugadores: Mario Monti, Mario Draghi, el Bundesbank y Angela Merkel. Cada uno tiene su estrategia y las alianzas pueden variar durante la partida. Si el resultado es positivo, las primas de riesgo (los diferenciales con la rentabilidad de la deuda alemana) de Italia y España se reducirán, sus deudas soberanas les resultarán menos caras y, sobre todo, de ahí saldrá un compromiso que el Gobierno Monti transmitirá a los Gobiernos que vengan tras las elecciones (se espera que se celebren entre noviembre y abril).Ese compromiso tendrá un valor muy alto a ojos de los mercados y reforzará las posiciones de Mario Draghi y de Angela Merkel frente a los halcones del Bundesbank y las fuerzas políticas que los sostienen.

El 6 de septiembre, el consejo de dirección del Banco Central Europeo tomará sus decisiones. Monti, por su parte, deberá anunciar las suyas en los días siguientes. Antes de finales de septiembre, pues, este problema deberá quedar definitivamente resuelto. Hay otro problema mayor aún, el del contexto político e institucional de esa intervención "no convencional" del Banco Central Europeo: se trata, en efecto, de la posible transformación de una confederación de Gobiernos europeos en una Europa federada. Esta consistiría, en otras palabras, en una "cesión de soberanía" de los Gobiernos nacionales a los órganos federales de la Unión Europea, tanto a los ya existentes, que deberán, de todas formas, reformarse, como a nuevos organismos que seguramente habría que crear para complementar las estructuras de la UE.

Los alemanes rechazan la hegemonía política

Hace unas semanas, se tenía la impresión de que Angela Merkel se jugaba todas sus bazas al nacimiento de la unión federal. La posición de François Hollande no estaba clara aún, pero se esperaba que también Francia reconociese por fin la necesidad de esa solución en un mundo en adelante globalizado.

Si volvemos a hablar hoy de ello, es porque desde entonces se ha producido algo nuevo: la idea de una Europa federal ha hecho mutis, la canciller ya no habla más de ella, la cesión de la soberanía se limita ahora al pacto fiscal y se espera la decisión inminente del Tribunal Constitucional alemán sobre los fondos del Mecanismo Europeo de Estabilidad. Se duda incluso de que sea factible una unión bancaria y una supervisión única confiada, ya no a los bancos centrales nacionales, sino al BCE.

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Para ser claros, se trata de la retirada manifiesta de un proyecto, muy difícil de llevar a cabo, qué duda cabe, en un continente dividido por una gran diversidad de lenguas, de etnias y de tradiciones, pero absolutamente necesario para que Europa no se precipite en una insignificancia política total. ¿Cómo se explica esa retractación? ¿Y qué hay que hacer para que el proyecto se ponga en marcha de nuevo?

Angela Merkel ha comprendido seguramente dos cosas que quizá pasaba por alto o subestimaba hace unos meses. La primera: una gran mayoría de su opinión pública no ve con buenos ojos una hegemonía política alemana sobre una Europa donde todos los Estados nacionales, Alemania incluida, cederían partes importantes de su soberanía. Los alemanes prefieren hacer buenos negocios y conservar una supremacía industrial y financiera sobre Europa, pero se niegan a ejercer una hegemonía política que supondría responsabilidades considerables y una renuncia parcial a la independencia nacional.

Espacios de negociación

La segunda es la resistencia de muchos otros países al proyecto federal, empezando por Francia y los países del Norte y del Este. Sobre todo los que están fuera de la zona euro, con el Reino Unido y Polonia a la cabeza.

El proyecto parece, pues, relegado a todos los efectos al cajón, dejando aparte algunas cesiones de soberanía en lo que se refiere al presupuesto europeo, la política fiscal y la defensa de la moneda común, la cual, si ese contexto político falta, no tendrá jamás la fuerza de una moneda de reserva.

El abandono de este proyecto abre, sin embargo, eventuales espacios de negociación y autoriza iniciativas que, si no, habrían sido impensables. Permitiría, por ejemplo, que los países interesados en una Europa federal se federasen entre ellos. La amenaza esgrimida en ocasiones por Alemania -"nosotros vamos adelante, y tanto peor para los demás"- cuando se hablaba de la moneda a dos velocidades, podría ahora volverse contra ella en la cuestión de la cesión de soberanía política.

Un club mediterráneo

Si Italia, España, Portugal, Irlanda y Austria, o simplemente las tres primeras, fundasen, o más bien relanzasen, un club del Mediterráneo que tuviese sus propias reglas e instituciones comunes, las cuales mantendrían la presencia de aquellas en la Unión Europea y en la zona euro no como Estados sueltos sino como club, el contragolpe sería fuerte, muy fuerte incluso. Prosigo con mi ejemplo: ¿y si los países del club estableciesen relaciones de amistad económico-política, de consulta mutua, con otros países mediterráneos --Argelia, Marruecos, Libia, Egipto, Israel, Turquia--, relaciones que existen ya, pero que entonces no se encarnarían más en los países que formasen el club, sino en el club mismo en cuanto interlocutor único?

¿Y si se pudiese llegar a acuerdos parecidos con toda la zona de habla latina de América central y Sudamérica, principalmente Argentina, Brasil, Uruguay, México? Argentina y Brasil ya han manifestado su disponibilidad a estudiar y establecer relaciones de ese tipo. Un club mediterráneo, ¿no podría tomar la iniciativa en este sentido? Si bien los intereses y la imaginación sugieren nuevos horizontes, no hay que excluir que la Europa federal se ponga en marcha de nuevo. Quizá haga falta saber soñar para afrontar las realidades más duras.

Modificaciones institucionales necesarias

Querría suscitar un último punto a propósito de la Europa federal. Si tarde o temprano hubiese que realizarla, sería necesario efectuar importantes modificaciones institucionales:

1. El Parlamento europeo debería elegirse por un electorado europeo, no a escala nacional.

2. Los referendos sobre las cuestiones relativas a Europa deberían estar sujetos también al voto del pueblo europeo y no al de los pueblos de cada Estado.

3. La estructura internacional de la Unión Federal debería ser presidencial, según el modelo de Estados Unidos, donde un presidente elegido nombra un Gobierno federal; donde el Parlamento controla la actuación del Gobierno, el nombramiento de funcionarios de importancia federal, las leyes relativas a los presupuestos, los gastos, los ingresos; donde hay un Tribunal Constitucional que garantiza el cumplimiento de la constitución federal.

Cuando el Estado tiene las dimensiones de un continente, y lo que es aún más importante, cuando se está en un mundo globalizado, la democracia debe asegurar al mismo tiempo la rapidez de las decisiones, la visibilidad del líder, como representante de ese continente, y la participación de los ciudadanos. Los cimientos de ese edificio se apoyan en la división de poderes.

Se trata, a todas luces, de objetivos lejanos, pero es preciso que la opinión pública los conozca y que debata sobre ellos para preparar su eventual realización.

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