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Vladimir y Cătălina | © Arquivo personal.

La generación rumana del coronavirus sin principio ni fin

Ausencia de interacciones sociales, falta de apoyo por parte de la administración y de los profesores y, en algunos casos, hasta abuso... Al igual que muchos otros estudiantes rumanos, Vladimir y Cătălina han vivido un primer año en la universidad desconcertante, además de tener una sensación intensa de pérdida que posiblemente se prolongue.

Publicado en 10 junio 2021 a las 12:43
Vladimir y Cătălina | © Arquivo personal.

En enero de este año, Vladimir Ciobanu, casi cuatro meses después de empezar a estudiar Comunicación y Relaciones Públicas en la Universidad “Babeș Bolyai” en Cluj-Napoca, por fin pudo conocer a sus compañeros de clase. Fue después de que su amiga Cătălina Perju fuera a su casa a teñirle el pelo de color rubio, un cambio de imagen radical, y publicara algunas fotos en InstaStories. La gente le respondió y Vladi siguió manteniendo algunas conversaciones. Fue entonces cuando descubrió que una chica vivía justo frente a su casa.  


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Vladi y Cătălina se conocen desde el instituto, ya que eran compañeros de clase en Bucarest, se hicieron muy amigos y, el año pasado, decidieron ir a la universidad de Cluj-Napoca. Cătălina estudia Periodismo en “Babeș”. Pero dos semanas antes del inicio de las clases, se enteraron de que el primer semestre se impartiría online, debido a la pandemia (el segundo acabó siendo así también). Vladi ya había alquilado un apartamento en Cluj-Napoca, así que, decidió quedarse. En cambio, Catalina, que tenía pensado alojarse en el campus de la universidad, regresó a Bucarest.  “Teníamos pensado estar juntos en Clug desde el principio y fue extraño [estar separados]”, comenta. 

“Era como si me hubiera comprado un par de cursos online y los dejara reproduciéndose de fondo. O como escuchar un podcast. Así fue mi primer año de universidad”.

VLADI

En Rumanía, cada universidad tenía libertad para decidir si iba a impartir clases presenciales u online. La mayoría eligió la segunda opción. Esto aportó un poco de coherencia en comparación con la situación en los colegios, que no dejaban de pasar de clases presenciales a online y viceversa, según el cambiante contexto epidemiológico. Pero también puso de manifiesto problemas subyacentes en el sistema. 

Uno de los problemas en concreto fue la disponibilidad de habitaciones en los campus universitarios. Cada año, alrededor de 100 000 estudiantes eligen el campus para vivir, ya que se trata de una alternativa más barata al alquiler de apartamentos y ofrece más interacción social. Sin embargo, debido a la Covid-19, la disponibilidad se redujo drásticamente para poder cumplir las medidas de distanciamiento social. En “Babeș Bolyai”, por ejemplo, solo 1800 de 6700 habitaciones estaban disponibles y la mayoría se destinaron a estudiantes de posgrado, doctorado y estudiantes de intercambio. Los estudiantes que habían alquilado apartamentos antes de que se tomara la decisión de impartir clases online perdieron el dinero del alquiler de dos meses que habían pagado por adelantado. Muchos optaron por regresar a casa con sus padres.  

Cătălina | © Archivo personal.

Cătălina consiguió una habitación en el campus por fin en febrero de este año. Al principio no quería decorarla, ni colgar pósteres, ni mover los muebles. Sentía que era un lugar de tránsito donde poder dormir antes de regresar a la casa de sus padres en Bucarest, lo que a veces implicaba un viaje en coche de 6 horas o, peor aún, un viaje en tren de 12 horas.     “No estaba instalada por completo ni aquí, ni allí”, explica Cătălina. Además, se sentía sola y que el espacio no era suyo en absoluto. Había oído historias de la verdadera “vida estudiantil” de estudiantes de otros años. 

“Todo el mundo te cuenta que es la mejor época de tu vida, en la que vives más aventuras. Y, cuando no puedes experimentarlo, es decepcionante. Sobre todo, porque no es culpa nuestra”, afirma Cătălina. En el caso de Vladi, ante todo sintió soledad y que la experiencia se limitó a mirar una pantalla. “Era como si me hubiera comprado un par de cursos online y los dejara reproduciéndose de fondo. O como escuchar un podcast. Así fue mi primer año de universidad”.

Por un lado, algunos profesores no adaptaron sus métodos al aprendizaje online. Vladi no deja de escuchar a estudiantes de años anteriores que hablan sobre una profesora estupenda que solía llevar dulces y lo interactivas que eran sus clases, pero lo único que ha visto de ella son algunas diapositivas que lee en Zoom. El seminario acaba en 20 minutos, añade. Cătălina esperaba realizar algunos reportajes de verdad, pero se tuvo que conformar con la redacción de noticias basadas en vídeos de YouTube o viendo la televisión. “Lo único que pude hacer fue entrevistar a gente en el centro comercial y escribir una noticia sobre la inundación de nuestras habitaciones después de unas lluvias intensas”, explica. 

“Todo el mundo te cuenta que es la mejor época de tu vida, en la que vives más aventuras. Y, cuando no puedes experimentarlo, es decepcionante. Sobre todo, porque no es culpa nuestra”

Cătălina

Un estudio realizado al inicio de la pandemia determinó que el 59 % de los estudiantes pensaba que las clases online eran “peores” o “mucho peores” que las presenciales. El motivo era la falta de interacción con otras personas y el hecho de que los estudiantes no tuvieran acceso a las bibliotecas y tuvieran que hacer más trabajos de forma individual. Al 49 % les costó ponerse en contacto con el personal de la universidad por problemas administrativos y el 46 % afirmó que la comunicación con los profesores les resultó más difícil.

Pero las clases online además pusieron de manifiesto abusos cometidos por los profesores y suscitaron un debate público sobre su responsabilidad en el sistema educativo rumano. Se despidió a una profesora de la Universidad de Bucarest después de que salieran a la luz vídeos en los que insultaba, humillaba y acosaba a sus alumnos. En la Universidad de Medicina y Farmacia de Bucarest se inició una investigación después de que se descubriera a una profesora gritando y menospreciando a sus alumnos durante unas clases online. Antiguos alumnos de las dos profesoras comenzaron a denunciar los abusos que se habían estado produciendo durante años.

Esto fue una prueba más de que los estudiantes en Rumanía tienen poca voz tanto a nivel universitario como en instancias inferiores. Otro estudio realizado por el Ministerio de Deporte y Juventud de 2018 a 2020 demostró el bajo nivel de confianza que tenían los jóvenes en las instituciones estatales, así como en las demás personas. Según el estudio, “la mitad de los estudiantes jóvenes opinan que es mejor no confiar en nadie y creen que nadie se preocupa mucho por las personas de su alrededor”. Este círculo vicioso significa que hay menos posibilidades de que las personas se impliquen en el ámbito cívico o que intenten generar cambios.

Vladi | © Archivo personal.

Desde el año pasado, Cătălina se ha sentido frustrada por las cosas que no puede controlar y sobre las que ni siquiera le han preguntado. Entonces estaba acabando la educación secundaria, pero no tenía ni voz ni voto sobre la forma en la que las autoridades gestionaban los exámenes nacionales. Tanto ella como Vladi pertenecen a la generación que no acabó la educación secundaria como es debido y luego tuvo que enfrentarse a este “año raro”, como lo define Vladimir. “No tuvimos un final para poder tener un comienzo”, explica. 

Esta generación ha sufrido una pérdida que no comparte con ninguna otra generación. “En primer lugar, esa sensación cambia toda nuestra realidad. En segundo lugar, nos sigue recordando lo que hemos perdido”, explica la psicóloga Diana Lupu. La generación de Vladi y Cătălina no tuvo una transición a la vida estudiantil. “¿Dónde están los momentos que te aportan un cierre y te dejan iniciar un nuevo capítulo?”.

A Vladi le hubiera gustado asistir a las aulas, tener que escuchar a un profesor pesado a las 8 de la mañana, entre todas esas cosas de las que se quejaban las generaciones anteriores. “Nos imaginábamos ir a fiestas, conocer a gente. Pero no ha sucedido nada de eso. Ha sido un año incompleto”.

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