Rompiendo todas las reglas

Quien cometa errores debe pagar por ellos. Desde el principio de la crisis, hace ya cinco años, se ha pisoteado esta regla elemental de la economía de mercado, critica Die Zeit. Los líderes políticos deben elegir entre bienestar y moral.

Publicado en 6 enero 2012 a las 17:19

Quienes se tomen la molestia de visitar durante estos días los foros de Internet dedicados a la crisis económica se darán cuenta de un hallazgo interesante. Lo que más indignación despierta no son las sumas faraónicas inyectadas en el mercado, ni los diversos fondos de rescate que se han articulado, sino la identidad de los destinatarios de dicho dinero. Es decir, los banqueros que se han llenado durante mucho tiempo los bolsillos y hoy están casi en la quiebra; los Estados que han vivido por encima de sus posibilidades y que no consiguen liquidez; o los propietarios que han contraído un número excesivo de créditos y que ya no pueden pagar los intereses de sus deudas.

En lugar de ser sancionadas, estas desviaciones de conducta se han visto recompensadas. Y las sociedades occidentales están siendo testigo de ello desde hace cinco años. Para comprender por qué este hastío hacia los planes de rescate aumenta, además de la dimensión financiera hay que tener en cuenta la dimensión moral de la crisis.

Un concepto de psicología puede ayudarnos, el fenómeno de disonancia cognitiva. Hace referencia a la desarmonía entre nuestra manera de ver el mundo y el desarrollo real de los acontecimientos. Como en una fábula en la que hay una zorra hambrienta y parras que sobresalen de un muro. La zorra no para de saltar para tratar de alcanzar las uvas, pero sin llegar a lograrlo, y este fracaso no cuadra con la imagen que el animal tiene de sí mismo, acostumbrado a conseguir todo lo que desea. Los países industrializados se comportan de manera similar.

La zanahoria y el palo

Con esta forma de pensar occidental profundamente enraizada, el principio de la responsabilidad propia es el quid de la noción de justicia en el conjunto de las sociedades individualistas de Occidente. Cada uno es responsable de sus actos. El riesgo y la responsabilidad son indisociables y ése es el fundamento del capitalismo. Es lo que permite al mercado transformar la búsqueda de beneficio individual en interés general. "Las inversiones son más cuidadosas conforme mayor responsabilidad recae sobre el inversor. Los excesos o las desviaciones de conducta están provocadas únicamente por la ausencia de dicha responsabilidad", escribía en los años 40 el economista de Friburgo Walter Eucken, uno de los maestros del pensamiento de la economía de mercado. Todavía hoy en día, la mayor parte de los expertos suscriben ese análisis.

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El principio de responsabilidad personal es la zanahoria y el palo de una economía abierta. Una solidaridad incondicional de todos contra todos llevaría pareja la ruina de los mecanismos que propician el capitalismo y, por tanto, del capitalismo mismo. Con este imperativo, la economía de mercado y la noción de justicia que predomina en la sociedad van de la mano. El llamamiento a una mayor responsabilidad propia se ha convertido en el tema principal de la banda sonora de las reformas liberales acometidas a partir de los años 80. Cualquiera puede tener éxito, pero también cualquiera puede también fracasar.

Como es habitual, los norteamericanos han llevado aún más lejos este razonamiento. En un reciente debate público, el presentador Wolf Blitzer preguntó a Ron Paul, candidato republicano a la presidencia, cómo debía abordar la sociedad el caso de un joven que no había considerado necesario contratar un seguro médico y que hoy en día estaba en coma. Cada uno tiene que asumir su responsabilidad, contestó Ron Paul. Wolf Blitzer le preguntó entonces si lo que quería decir es que la sociedad tenía que dejar morir al joven. "Sí", gritó el público.

Socavando los cimientos de la economía de mercado

Puede que una postura tan radical provoque rechazo, pero se trata también de una cuestión de vida o muerte que puede aplicarse a Europa. Quienes se meten en problemas bajo su responsabilidad, únicamente pueden contar con una ayuda parcial por parte de la comunidad. Partiendo de esa base, el rescate de los Estados o de los bancos se percibe necesariamente como una grave violación de esta regla.

Ante los llamamientos cada vez más acuciantes de mayor justicia, los "rescatadores" oponen el imperativo de eficacia. Cuando un banco se hunde, arrastra al resto en su caída, y los pequeños ahorradores por su parte pierden sus ahorros. Cuando un Estado vacila, todos vacilan y el orden público se rompe. Y son los más desfavorecidos los primeros en sufrir las consecuencias. En una palabra: rescatar sale más barato que declarar la quiebra.

Difundir estas ideas no está exento de riesgos. Si el Banco Central Europeo (BCE) inyecta 500 millones de euros en los bancos, existe un riesgo real de inflación en el caso de que las autoridades monetarias no recuperen sus fondos a su debido tiempo. Pero lo que es más importante, es que si dicha operación tiene éxito no les habrá costado un céntimo a los contribuyentes y a la vez habrá evitado grandes estragos. Y ése es el motivo por el que en su momento se crearon los bancos centrales.

Si se constata que los rescates se justifican en un plano financiero pero socavan el fundamento moral de la economía de mercado, incluso de la sociedad, Occidente se verá en la penosa situación de tener que escoger entre la prosperidad y la justicia. Dicho de otro modo, o bien corremos el riesgo de una explosión, o bien nos acomodamos, en una óptica global, para ser testigos de injusticias en tiempos de crisis.

Una decisión de este tipo no se puede tomar a la ligera. Durante la Gran Depresión de los años 30, los Estados pusieron los valores morales por encima de todo. Rechazaron las ayudas y así echaron a perder la economía. Hoy en día, colocan la economía por encima de todo, aún a riesgo de arruinar los valores morales. A fin de cuentas, únicamente queda el camino por el que se decantó la zorra de la fábula. Se dio cuenta de que era incapaz de escalar el muro y murmuró para sí misma mientras se alejaba: "En cualquier caso, las uvas estaban demasiado verdes".

Opinión

Prestar más barato a los Estados

“¿Es justo que los pueblos paguen 600 veces más que los bancos?”. La pregunta la plantean en las páginas de Le Monde [y en las de El País] el antiguo primer ministro francés Michel Rocard y el economista Pierre Larrouturou y ha levantado mucha polémica en Internet.

Los dos autores recuerdan que en 2008, cuando la administración Bush desbloqueó 700.000 millones de dólares (540.000 millones de euros) para rescatar a los bancos americanos,

la Reserva Federal le había prestado secretamente a los bancos en dificultad la gigantesca cantidad de 1.200.000 millones a un tipo increíblemente bajo de 0,01%. Al mismo tiempo, en numerosos países, los pueblos están sufriendo los planes de austeridad impuestos por Gobiernos a quienes los mercados financieros ya no prestan millones a tipos inferiores al 6,7% o al 9%.

Rocard y Larrouturou citan al presidente Roossevelt - "Estar gobernados por el dinero organizado es tan peligroso como estarlo por el crimen organizado" – y proponen que “la ‘deuda vieja’ de nuestros Estados pueda ser refinanciada a un tipo de interés cercano al 0%”.

No es necesario modificar los tratados europeos para poner en práctica esta idea. Si bien es cierto que el Banco Central Europeo (BCE) no está autorizado a prestar a los Estados miembros, pero puede prestar sin límite a los organismos públicos de créditos (artículo 21.3 del estatuto del sistema europeo de bancos centrales) y a las organizaciones internacionales (artículo 23 del mismo estatuto). Por tanto, puede prestar al 0,01% al Banco Europeo de Inversiones (BEI) o a la [francesa] Caisse des dépôts, que a su vez pueden prestar al 0,02 % a los Estados que se endeudan para pagar sus deudas viejas.

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