Llegando al aeropuerto de Tiflis, inmediatamente te das cuenta de que estás en un lugar particular. Georgia. El Cáucaso. Una oficial de aduanas con gafas modernas revisa mi pasaporte con indiferencia y me lo devuelve sellado. Un tranquilísimo taxista de mediana edad que habla ruso pasa por delante de edificios en ruinas de la era soviética en una carretera perfecta, enmarcada por montañas y colinas, que conduce a la ciudad de Rustavi, a media hora de la capital. El vacío y el abandono se perciben claramente. A veces vemos ovejas pastando y otras señales de vida, pero el taxista dice: "Todos viven en Tiflis. Ya no queda casi nadie en estos lugares; ya no se cultiva, no queda nada".
La dueña de la pensión donde me hospedo, Marika, es una maestra de escuela primaria que lleva enseñando desde los tiempos de la Unión Soviética; sus alumnos la adoran y siempre ha vivido aquí. Su marido, Avtandil, trabaja en el famoso Establecimiento Metalúrgico de Rustavi, en la Georgia oriental, uno de los mayores en tiempos de la URSS. Avtandil tiene 74 años y se levanta todas las mañanas a las seis para ir a la fábrica: es el cerebro de la laminadora para tubos, dicen sin ironía sus compañeros de trabajo. Sin él se iría al garete porque no hay continuidad generacional, tal como sucede en Rusia y otros países postsoviéticos en este tipo de producciones. Los salarios son bajos, más bien ridículos, por lo que nadie quiere ir a trabajar para aprender estas perlas de sabiduría industrial.
Marika y Avtandil vienen regularmente a visitarnos: traen vino casero, chacha (una especie de aguardiente de orujo o de frutas) que nunca había probado antes, otros licores excelentes... y tortas, que prepara Marika. Además de cantar, tocar el piano y saberse de memoria toda la poesía georgiana y rusa, Marika también es una excelente cocinera.
El grupito está formado por mí mismo, Igor de Moscú, Nastja de Mariúpol y Yumi y Yuda de Osaka, una pintoresca pareja japonesa que llegó antes que nosotros y que había decidido prolongar su estancia hasta finales del mes de abril. Marika los adora: son personas educadas y modestas, siempre sonrientes y ayudando a hacer la limpieza. Pero todos somos motivo de preocupación, a veces de problemas, para Marika porque mientras estamos aquí nos hacemos parte de su familia, como si fuéramos sus hijos, además de los dos que ya tiene y de sus nietos.
Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.
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