"Europa no se hará de una vez, ni a través de una construcción de conjunto: se hará a través de realizaciones concretas, creando, para empezar, una solidaridad de hecho". Esta frase de la declaración franco-alemana del 9 de mayo de 1950, que se considera el acto fundador de Europa, siempre ha estado en el corazón de la construcción europea. Las "realizaciones concretas" comenzaron siendo económicas: el mercado común, la política agrícola común. Después vino el tiempo de la "solidaridad de hecho" entre los ciudadanos: las becas Erasmus, la libertad de circulación y el espacio Schengen.
Pero queda un vínculo esencial para la forja de una identidad compartida: la cultura. Iniciativas como la Capital Europea de la Cultura o la conferencia "Promover una generación creativa", que tendrá lugar a finales de julio, tejen poco a poco un vínculo entre los pueblos de la Unión. Con redes como el Instituto Goethe-alemán- o el Instituto Cervantes-español-, algunos países han comprendido bien que su influencia cultural también puede contribuir a lograr este objetivo.
Resulta por tanto decepcionante que Suecia, que preside actualmente la Unión Europea con la ambición de acrecentar su influencia, esté programando el cierre de su único centro cultural en el extranjero. El ministerio de Asuntos Exteriores ha incluido la supresión del Instituto Sueco de París en los planes de ahorro que presentó a comienzos del verano. El equipo del Instituto acaba de lanzar una petición para su supervivencia. Sería una verdadera pena la desaparición de este lugar de intercambios entre Suecia y europeos de todos los rincones.