La Unión Europea se esforzó en alcanzar un compromiso diplomático con Teherán entre 2005 y 2008, con motivo de la vigilancia y control del programa nuclear iraní. Se demostró en esta ocasión que la vía del diálogo funcionaba. "Fue un trabajo de gran diplomacia", en opinión de Darío Valcárcel, que escribe en su columna de política internacional en el diario ABC.
Pero en el curso de la crisis iraní en curso se ha demostrado que Teherán y su presidente Mahmud Ahmadineyad al frente han optado por posiciones duras. La reacción europea no se ha hecho esperar: " los líderes francés, británico y alemán han denunciado frontalmente las irregularidades de la elección iraní del 12 de junio". El régimen iraní ha reaccionado denunciado a los países europeos de injerencia en sus asuntos internos.
¿Cuál es la raíz de la falta de entendimiento entre Europa e Irán? La cuestión es que en Europa, y el razonamiento se puede extender a los Estados Unidos de Barack Obama, la costumbre del debate, de la negociación, del acercamiento de posiciones, forma parte del corazón mismo de la construcción continental, un proceso largo y meditado en el que han intervenido muchos estados, que serán aún más en futuras ampliaciones.
No es el caso de Irán: "La distancia física entre Bruselas y Teherán es larga, más de 4.000 kilómetros: la distancia mental es mayor. Los europeos y americanos tratan de plantar cara a una situación límite (...) por procedimientos previamente pactados. El debate con luz y taquígrafos es el método para superar diferencias entre estados y grupos de interés. El mensaje iraní es otro: es el de los disparos de los basiyís contra los manifestantes"
Se tratan por tanto de culturas políticas con diferencias fundamentales en los métodos y en los fines: "Irán no forman parte del grupo de las despectivamente llamadas democracias convencionales. Estados Unidos, Francia, Reino Unido (...), sí forman parte de él. Es una diferencia".
OPINIÓN
Los fantasmas de Occidente y la revuelta iraní
La prensa está dividida respecto a cuál es la mejor forma de responder a los acontecimientos que se están produciendo en Irán. En Times, David Charter prefiere la firmeza europea a la débil reacción del gobierno de Obama. “A los embajadores iraníes —escribe el periodista— les han cantado las cuarenta en los ministerios de asuntos exteriores de París, Praga, Helsinki, La Haya y Estocolmo”, algo que, en su opinión, puede entenderse a la luz de la historia reciente. El recuerdo de la revolución de terciopelo, de la eclosión del movimiento sindical polaco y de la revolución naranja ucraniana “explica la prontitud y la unanimidad de la condena expresada por la Unión Europea”.
Lionel Beehner critica en las páginas de The Guardian a los “soñadores de la prensa occidental” que vaticinan la caída inminente del régimen iraní. En su opinión, los occidentales “tendemos a considerar cualquier piquete que ocurre en el extranjero como el principio de una nueva toma de la Bastilla”. Sin embargo, los regímenes políticos no se derrumban tan fácilmente. Los que auguraron el fin de la Junta birmana cuando los monjes tomaron las calles en el 2007 se equivocaron. La llamada revolución naranja no fue más que un “cambio de asientos”. Occidente no debe inmiscuirse, concluye, “cada vez que la Casa Blanca da el visto bueno a un cambio político o a un golpe de estado, lo condena a muerte”.