En Alemania, la introducción de un permiso de paternidad basado en el modelo sueco no ha bastado para modificar la tendencia [el padre o la madre pueden disfrutar de un permiso de 12 meses con el 67% de su sueldo y con un límite de 1.800 euros al mes]. El índice de fecundidad, de 1,36 hijos por mujer, sigue siendo en este país uno de los más bajos de Europa.
A lo largo de la historia, es cierto que el retroceso en el índice de fecundidad resulta positivo en muchos países, sobre todo en Europa. Pero si la cifra se aleja demasiado de los 2,1 hijos por mujer necesarios para la regeneración de una sociedad, es necesario encontrar las causas subyacentes.
La natalidad es un fenómeno complejo. Depende de una multitud de decisiones individuales en las que influyen numerosos factores, sobre todo la tradición. Pero difícilmente se puede contradecir la hipótesis que sostiene que la poca inclinación de las alemanas hacia la maternidad es consecuencia de la falta de igualdad entre sexos.
La política familiar que imperaba en la antigua Alemania Occidental era muy conservadora. La función de proveedor del padre se inscribía en la ley y desde el momento en el que las mujeres tenían hijos, se veían obligadas a dejar el mercado laboral.
Las malas madres alemanas
Aunque la ayuda a la infancia se ha ido desarrollando, las mujeres que desean conciliar vida profesional y maternidad aún se tropiezan con grandes dificultades debidas a las mentalidades y a la falta de infraestructuras. El término "Rabenmutter" (mala madre) se ha usado siempre para designar a las mujeres que dejan a sus hijos con otras personas para ir a trabajar.
Este fenómeno aún es más visible en el resto de Europa Occidental. Por una parte, tenemos en la misma categoría que Alemania a países con un índice de fecundidad bajo como España, Portugal e Italia, donde el esquema tradicional de la madre en el hogar impide a las mujeres conjugar una actividad profesional con la vida familiar. Y cuando se trata de elegir entre el hijo y el trabajo, es éste último el que gana.
Por otro lado, tenemos Estados que registran índices de fecundidad relativamente elevados, como Francia y los países nórdicos. Aunque se observan variaciones regionales, estos países se caracterizan por la presencia de infraestructuras públicas que animan a las mujeres a dar el paso de la maternidad, sobre todo gracias a las redes extendidas de guarderías.
También se puede poner en duda la idea de que son necesarias medidas políticas que favorezcan la igualdad para que aumente el índice de fecundidad en los países ricos y desarrollados. Estados Unidos, por ejemplo, registra un índice de fecundidad por lo general más elevado que cualquier país europeo. Y muchos países del antiguo bloque del Este presentan cifras muy bajas, aunque existe una sólida tradición de empleo entre las mujeres y la ayuda pública a la infancia.
La economía depende de la tasa de natalidad
A pesar de todos estos ejemplos contradictorios, todo parece indicar que un refuerzo de la igualdad de sexos y unos sistemas de protección social que permitan conciliar la vida familiar y la profesional son beneficiosos para Europa. La mayoría de la gente quiere tener hijos y una sociedad que no se ajuste a esta necesidad corre el riesgo de perder su confianza en el futuro y de poner en peligro sus perspectivas de desarrollo económico.
Aunque Estados Unidos haya logrado un índice elevado de actividad entre las mujeres y una alta natalidad sin una amplia red de infraestructuras públicas, el esquema estadounidense apenas puede aplicarse a Europa, donde la tradición requiere que las cuestiones sociales se resuelvan colectivamente.
A comienzos de este mes, el Parlamento Europeo presentó un proyectoinoportuno cuyo objeto era una costosa prolongación de la baja por maternidad, regulada casi al detalle, y que fue rechazado por la mayoría de los Estados miembros. No es realista que en lo más profundo de la crisis del euro se preconice una ampliación del poder europeo en materia de política familiar y de igualdad. Y el permiso de paternidad por sí solo ya no hace que la sociedad sea favorable a las familias. Pero está claro que la economía del futuro no sólo depende de nuestro índice de producción, sino también del índice de reproducción.