Si al menos aún tuvieran a sus dioses de la Antigüedad, los griegos quizás comprenderían mejor lo que están viviendo, la injusticia que sufren, la apatía y la ligereza de una Europa que, desde hace años, les vigila, les humilla y declara que no quiere expulsarles cuando, en el fondo, ya están excluidos.
En la Antigüedad todo el mundo asumía que los dioses eran caprichosos. Ananké, la diosa de la Necesidad o del Destino, reinaba sobre todos los demás. En Corinto, Ananké compartía un templo con Bía, la diosa de la Violencia. Para los atenienses, Europa se asemeja a esta Necesidad.
Si tuvieran a estos dioses, quizás los griegos comprenderían por qué en una cumbre celebrada el 14 de junio en Roma se reunieron los ministros de Economía y Trabajo de Italia, España, Francia y Alemania para debatir sobre el empleo, un asunto que se ha vuelto crucial, y por qué a ninguno se les ocurrió la idea de invitar al Estado miembro más desfavorecido, con un 27% de desempleo y más del 62 % entre los jóvenes. Las cifras más altas de Europa.
Grecia es un estigma que se extiende por Europa desde que se inició la cura de austeridad. Ha pagado por todos nosotros, pues nos ha servido a la vez de cobaya y de chivo expiatorio. Durante una conferencia de prensa celebrada el 6 de junio, Simon O’Connor, portavoz del comisario de Economía Olli Rehn, reconoció que, para los europeos, [la crisis griega] había sido un "proceso de aprendizaje". Quizás actuarán de un modo distinto con otros países, pero no por ello merma su satisfacción: "Mantener a Grecia en el euro no ha sido un asunto sencillo"; "contestaremos con contundencia a los que expongan que no hemos hecho lo suficiente para incentivar el crecimiento".
Salvar a los acreedores
Esa fue la reacción de Simon O'Connor y de Olli Rehn a un informe que acababa de publicar el Fondo Monetario Internacional: el mismo FMI que, junto al Banco Central y la Comisión Europea, compone la famosa troika que ideó la austeridad en los países deficitarios, a los que vigila desde sus altas esferas. En dicho informe se acusa con severidad las estrategias y los comportamientos de la Unión durante la crisis.
Grecia "podría salir mejor de la crisis" si se hubiera reestructurado y aligerado su deuda desde el principio. Si no se hubiera actuado con esa lentitud funesta que caracteriza al proceso de tomas de decisión por unanimidad. Si se hubiera llegado a un acuerdo a tiempo sobre la supervisión común de los bancos. Si el crecimiento y el consenso social no se hubieran estimado como una cantidad insignificante. Lo único que importaba era impedir el contagio y salvar el dinero de los acreedores. Por eso se castigó a Grecia. Hoy se le trata como a un país paria en la Unión y todos se enorgullecen de ello porque, técnicamente hablando, sigue en el euro, si bien se le margina en todos los demás aspectos.
Entonces ¿podemos decir adiós a la troika? Es poco probable, dado que los ciudadanos no tienen posibilidad ninguna de sancionarla por sus fechorías y a juzgar por la suficiencia con la que ha acogido el informe del FMI. Lo ideal sería despedirla en el Consejo Europeo de los días 27 y 28 de junio, dedicado al desempleo que las tres "Moiras" de la troika han dejado que aumente con total indiferencia.
Un estigma profundo
El Parlamento Europeo no se atreverá a expresar su opinión y, por parte del BCE, las reacciones de Mario Draghi han sido evasivas e incluso teñidas de una cierta satisfacción: "El aspecto positivo que se deduce del informe del FMI es que no se critica al Banco Central Europeo". El propio FMI se muestra ambivalente: todas sus declaraciones están repletas de oxímorones (aserciones "sutiles" y "estúpidas", según la etimología del término). Ha sido un fracaso, pero se considera "necesario". La recesión griega "supera todas las previsiones", pero es "ineluctable". El destino y su falta de lógica siguen siendo soberanos, pero hoy son los humanos los que deben gestionarlos.
En realidad, hay pocos motivos de satisfacción. La Unión no comprendió el carácter político de la crisis: la ausencia de unidad y de solidaridad europeas. Tan sólo queda un entramado perverso de lecciones de ética y de cálculos contables, y el pánico al contagio y el riesgo moral. Borrar la deuda pendiente, como reclamaban tantos expertos, equivalía a recompensar la falta. Y luego Europa prefería proteger a los acreedores, según el informe del FMI, que luchar contra el contagio: con el aplazamiento de las decisiones "los bancos tenían tiempo de retirar su dinero de las periferias de la eurozona". El Banco de Pagos Internacionales cita el caso de Alemania, cuyos bancos habrían repatriado un total de 270.000 millones de euros de cinco países con dificultades (Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia) entre 2010 y 2011.
Pero el verdadero estigma es más profundo. La cuchilla se abalanzó sobre la propia concepción del sector público, siempre sospechoso. Ahí es donde se hundieron los sueldos y el empleo. Y la democracia lo sufrió, empezando por los servicios informativos. La noche del 11 de junio se vivió el punto más álgido, cuando el Gobierno cortó súbitamente la radio y la televisión pública, la ERT, con la complicidad tácita de la troika, que exigía despidos masivos de funcionarios.
Por una Comisión revocable
Al seguir dejando que ronde la hipótesis de una expulsión de Grecia, Europa ha roto el vínculo de confianza que unía a los miembros de la Unión, engendrando una especie de guerra. Ya no hay cabida para ciertos países poco dignos de confianza y poco poderosos: es como si viviéramos los Desastres de la guerra de Goya. A Atenas no la invitaron a la cumbre de Roma, pero a Lisboa tampoco: su Tribunal Constitucional estimó que son contrarios a su Constitución dos párrafos del proyecto de la troika. Desde entonces, a Portugal también se le trata como un paria. "Nos alegra que Lisboa continúe con la terapia convenida: es fundamental que las instituciones clave se unan para apoyar al país", declaró la Comisión dos días después del veredicto, rechazando así cualquier idea de renegociación. Un comunicado que jamás haría ante los veredictos del Tribunal alemán, que se consideran irrevocables.
Unos estigmas así son imborrables, a menos que se vuelva a descubrir lo que era la Europa de los primeros años. No lo olvidemos: el objetivo era poner fin a las guerras entre las potencias disminuidas tras dos conflictos, pero también a la pobreza, que había empujado a los pueblos a los brazos de las dictaduras. No es casualidad que fuera un eurófilo, William Beveridge, quien concibiera el Estado del bienestar en mitad de la última guerra.
Las instituciones europeas no están a la altura de la tarea que supuestamente deben realizar hoy. Ahora es más necesario que nunca que los ciudadanos se expresen a través del Parlamento que elegirán en mayo de 2014 y de una Constitución digna de tal nombre. La Comisión debe adoptar la forma de un Gobierno elegido por los pueblos y rendir cuentas ante los eurodiputados. Una Comisión como la que opera actualmente dentro de la troika debe poder ser despedida después de los estragos que ha cometido.
Ha perdido su dinero, su honor y su tiempo. Ha sembrado cizaña entre los Estados miembros. Ha precipitado al pueblo griego a su decadencia. El FMI la ha criticado y la ha acusado de sufrir duplicidad. Padece lo que Einstein consideraba como el peor defecto del político y del sabio: "Esa locura que consiste en comportarse del mismo modo y esperar resultados diferentes".
Opinión
Las culpas recaen en el árbitro
Comparando a José Manuel Durao Barroso con un antipático árbitro de fútbol, The Economist indica que un número cada vez más grande de Gobiernos nacionales se está volviendo en contra del presidente de la Comisión Europea.
Los franceses están enfadados porque él tacha de “reaccionarios” a quienes defienden los subsidios para los directores de cine. Los alemanes acusan a Barroso de no dar respuesta a un desempleo juvenil en aumento. Los británicos dicen que ha pasado de ser un sirviente de los Gobiernos europeos a ser un esclavo del Parlamento Europeo.
Parte de la razón de la situación actual reside en el hecho de que los líderes nacionales de Europa “apenas gozan de gran estima en casa”, y la Comisión siempre ha sido “una práctica víctima propiciatoria”. Sin embargo, ahora se ha unido el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha asestado uno de “los golpes más despiadados”. El semanario liberal con sede en Londres explica que:
El informe del FMI sobre las lecciones del primer rescate a Grecia en 2010 concluyó que la Comisión carecía de experiencia en la gestión de crisis financieras y en programas de ajustes fiscales; que su obsesión por las normas fiscales cegó el efecto que tiene la austeridad generando recesión.
Con relación al futuro del presidente de la Comisión, The Economist añade que:
A juzgar por el mal humor de los dirigentes, Barroso no puede esperar el tercer mandato al que a veces hace alusiones. Se convocará a un nuevo árbitro para el segundo tiempo del partido.
Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.
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