Análisis Guerra en Ucrania

En Estonia el sentimiento antirruso pone la democracia en entredicho

Como consecuencia de la guerra de Ucrania, en Estonia se ha forjado un movimiento de índole nacionalista conservador. Este se basa en una rusofobia latente, alimentada por el conflicto que además oprime el debate público y va en contra de los valores de la democracia liberal, lamenta el historiador estonio Aro Velmet.

Publicado en 15 septiembre 2022 a las 09:41

Tras lo sucedido en la Noche de Bronce, el politólogo Tõnis Saarts escribió que un nuevo modelo de sociedad, más cerrado y menos dinámico, había surgido en Estonia, al que se denominó "democracia de la defensa nacional", caracterizado por un firme conservadurismo nacional. Este movimiento también se apoya en el sentimiento antirruso, los debates políticos centrados en la cuestión de la memoria, el pasado histórico y los monumentos, así como la interpretación de hechos históricos.

Otro elemento importante de este régimen es la "titulización" de la política, es decir, excluir ciertas cuestiones del debate público para que, en lugar de una pluralidad de opiniones, solo haya una opinión correcta o una en contra del Estado.

Lo ocurrido durante estos últimos meses ha dejado patente que la democracia de la defensa nacional todavía perdura en Estonia. El porvenir de los monumentos de la época comunista se ha convertido en un asunto de importancia nacional, que está siendo investigado por una comisión ad hoc dentro del gobierno. Las universidades más grandes del país han decidido no admitir a estudiantes rusos o bielorrusos, y Estonia ha solicitado que se prohíban los visados a ciudadanos rusos a nivel europeo.

Debido a la guerra de Ucrania, el museo Kumu ha decidido dejar de exponer varias obras críticas con el régimen soviético porque mostraban a Lenin y Stalin (una decisión curiosa, porque el régimen de Putin se describe a sí mismo como sucesor del imperialismo ruso y no del proyecto soviético). 

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Los intentos de debatir estas decisiones, de sopesar las pruebas, de poner las cosas en contexto o de escuchar a la otra parte suelen terminar con las declaraciones de algún alto mando diciendo que "ahora no es el momento", que "ahora hay una guerra" y que "se tienen que tomar medidas decisivas". 


Si empezamos a considerar como peligrosas las opiniones desagradables porque tememos a Rusia, quizás hemos estado al borde del abismo demasiado tiempo


Por supuesto que hay una guerra. Tanto desde un punto de vista ético como pragmático, la solidaridad con los ucranianos es la única postura correcta. Por supuesto que el régimen de Putin justifica su agresión aludiendo a la Segunda Guerra Mundial como el triunfo desconocido de Rusia. Contraargumentar la propaganda de otro Estado es sin duda necesario, e incitar a la violencia no tiene cabida en una sociedad libre.

Sin embargo, incluso bajo la ley marcial, hay que preguntarse qué condiciones habría que reunir para justificar el sacrificio de los valores fundamentales de la democracia liberal. Del mismo modo, también hay que sopesar si estos sacrificios tendrán el efecto deseado o si simplemente serán una victoria insustancial. 

Recordemos también que nosotros no estamos en guerra.

En los últimos meses hemos sufrido dos pérdidas principales, sacrificadas en nombre de la seguridad: el estatus de la minoría rusoparlante como una comunidad al mismo nivel que los estonios, y la cultura democrática y participativa de la memoria. 

Los políticos de los partidos de gobierno quieren impedir el voto a nivel local de los rusos con residencia permanente. Esta medida supondría que más de 80 000 estonios se verían privados de representación. Prohibir los visados a ciudadanos rusos a nivel europeo parece algo más justificable, si bien requeriría un debate más exhaustivo que el discurso actual, que solo se limita a afirmar que "estamos en guerra". 

En todos estos ejemplos, se está tratando a todo un grupo de personas como una amenaza a la seguridad, sin importar sus verdaderas opiniones o acciones. La razón que se ha dado una y otra vez para esta discriminación grupal es la falta de recursos: "no tenemos los medios para controlar a todo el mundo".

Un lector podría preguntarse si consideraría razonable que le tirasen a una celda de aislamiento para desembriagarse por el mero hecho de ser hombre (y, por ello, más propenso a beber y conducir), solo porque no hay medios para hacer controles más exhaustivos. El castigo colectivo es un fenómeno que pertenece al siglo pasado. 


En Estonia da igual que seas conservador, liberal o socialista; siempre y cuando fastidies a los rusos, tienes las de ganar


Asimismo, la cantidad de temas que se consideran una amenaza a la seguridad han aumentado considerablemente. Podemos no estar de acuerdo con la opinión de algunas personas sobre historia o urbanismo, pero estas opiniones deben poder debatirse.

En una situación en la que los periódicos serios publican artículos titulados "No tenemos que tener en cuenta los sentimientos de los rusos", y "Estamos hartos de los trols de pago", no puede haber un debate significativo (Eesti Ekspress ha sido la única excepción). Si empezamos a considerar como peligrosas las opiniones desagradables porque tememos a Rusia, quizás hemos estado al borde del abismo demasiado tiempo.

Si no hay debates, también es más complicado evaluar si las restricciones impuestas en favor de la seguridad funcionan de verdad. Me resulta imposible entender cómo burlarse de los ruso-estonios ayudaría con su integración o con la desescalada de tensiones. Una organización disidente en Rusia planeó trasladar parte de sus actividades a Estonia, pero desistió en cuanto se enteró de que estaban planeando prohibir los visados. Y, como propuso un buen amigo, en vez de cambiar de sitio las polvorientas estatuas, simplemente se podría donar el dinero a Ucrania; los beneficios serían mucho mayores. 

Por otro lado, la democracia de la defensa nacional es un caballo ganador políticamente hablando. Incluso los socialdemócratas han mejorado su posición en las encuestas gracias al discurso de su ministro de interior. Resulta que en Estonia da igual que seas conservador, liberal o socialista; siempre y cuando fastidies a los rusos, tienes las de ganar. 

👉 Artículo original en Sirp
En asociación con European Cultural Foundation

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