El eterno Viktor Orbán – esto es en todo caso lo que indica el resultado final de las elecciones legislativas húngaras del 3 de abril, en las cuales el Fidesz obtuvo un 53,13 % de los votos. El partido nacional-populista del primer ministro saliente consiguió así su cuarta victoria consecutiva. Las votaciones tuvieron lugar bajo condiciones calificadas como «no equitativas» por los observadores de la OSCE. Entre las razones se encuentran «la superposición generalizada de los mensajes del gobierno y de la coalición al poder, que difuminó la línea de delimitación entre el Estado y el partido, así como la parcialidad de los medios de comunicación y la falta de transparencia del financiamiento de la campaña».
Orbán se enfrentó a una amplia e inédita coalición que comenzaba desde la izquierda y se extendía hasta la extrema derecha dirigida por Péter Márki-Zay, un alcalde conservador e inexperto. Se había predicho una batalla cabeza a cabeza, pero al final Orbán obtuvo una mayoría de dos tercios en el parlamento.
Esta nueva hazaña marca doce años de reinado durante los cuales el gobierno húngaro ha amordazado con firmeza a la prensa y ha tomado el control de todas las influencias políticas y económicas del país. Al final, ni los excesos autoritarios ni la complacencia de Viktor Orbán respecto a Vladímir Putin bastaron para socavar su posición en la opinión pública. Mientras la guerra causa estragos en Ucrania, Orbán logró presentarse como garante de paz y estabilidad en Hungría, sacando provecho de las medidas de aumento del salario mínimo y de la congelación de los precios para conservar una popularidad elevada