Un colega extranjero me planteó un día las preguntas siguientes: “Con todo el provecho que han sacado, ¿por qué se oponen tajantemente tantos austriacos a la Unión Europea? ¿Y por qué reciben tantísimos votos los partidos de ultraderecha?” Con toda probabilidad estas preguntas volverán a estar en boca de los enviados especiales en las próximas semanas, a medida que se acercan las elecciones europeas. Voy a intentar responderlas.
A lo largo de las últimas décadas, los austriacos han ido perdiendo el rumbo. Al final de la Segunda Guerra Mundial se encontraban más o menos al margen de la historia universal, cuyos recientes capítulos no les habían sido nada favorables. La Primera República no era sino fruto del desmembramiento de una nación multicultural, ocurrido durante la Primera Guerra Mundial. Mal que les pesara a algunos, Austria se incorporó entonces al Imperio alemán, una idea también condenada al fracaso. La consecuencia es evidente, los austriacos se encerraron en su bonito, pequeño y próspero país, una “isla” afortunada en la que se sentían a salvo de toda la injusticia imperante en el extranjero, escudados en la neutralidad.
Hasta que un día el tren de la historia universal volvió a buscarles. La incorporación a la Unión Europea supuso la apertura de las fronteras occidentales, con todas las consecuencias relacionadas con la globalización y la competencia que esto conlleva. Llegaron los inmigrantes, muchos. Austria dejó de ser una isla afortunada. Hoy como entonces, muchos no ven en la UE una patria grande sino más bien una fuerza de ocupación y consideran a los vecinos orientales de Europa —con Turquía a la cabeza— fieros enemigos. En el fondo echan de menos los viejos tiempos en los que Austria parecía un Schrebergarten, esto es, un huerto privado.
Los partidos de derechas tienen en cuenta este estado anímico. Dar respuestas fáciles a preguntas complejas produce siempre muy buena impresión. En el caso que nos ocupa, las respuestas fáciles vienen a decir que los responsables de todas las desgracias son los extranjeros o la Unión Europea, y que sin ellos todo volvería a funcionar estupendamente en nuestra isla afortunada. El fallo de los partidos que gobiernan en esta situación es que nunca han expresado una opinión consecuente y contraria a las palabras de estos canallas que todo lo simplifican. La coalición formada por los conservadores y la ultraderecha en el 2000 convirtió la xenofobia, el racismo y el regionalismo agresivo en temas admisibles. No queda mucho para las elecciones europeas, es el momento de decir las cosas claras. Que nadie se sorprenda luego si nuestros vecinos nos empiezan a considerar la Carintia (provincia que gobernó Jörg Haider) europea a partir del 7 de junio.