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Los desafíos democráticos de la Europa pospandemia

La invasión de Ucrania ha marcado el fin de facto de la pandemia de covid-19 en Europa y el inicio de una nueva crisis, posiblemente más seria. A diferencia de las anteriores, esta coincide con la derrota electoral de los partidos populistas en la mayoría de los países y con una aceleración repentina de otros cambios (transición energética, relaciones con Rusia, defensa, ampliación, etc.). Según el politólogo Cas Mudde, las repercusiones de todo ello aún se desconocen.

Publicado en 12 mayo 2022 a las 09:07
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Ni siquiera hemos llegado al ecuador de 2022 y ya puedo afirmar que este año no está siendo lo que pensaba ni lo que esperaba. Sí, al final la covid-19 no ha sido ese "gran disruptor". De hecho, la mayoría de los gobiernos han eliminado casi todas las restricciones para frenar la covid-19 y todos nos hemos obligado a creer que la era poscovid ha llegado. También habría ocurrido sin la (re)invasión rusa de Ucrania, pero esta ha contribuido claramente a cambiar la mentalidad y las prioridades de la mayoría de los europeos.

Y aunque también es cierto que el iliberalismo ha remplazado al Brexit como el principal objetivo de la UE, ha acabado siendo más de cara al exterior que al interior, es decir, que tiene más que ver con la Rusia de Vladímir Putin que con la Hungría de Viktor Orbán, o incluso con la Polonia de Jaroslaw Kaczynski.  

La (re)invasión de Ucrania por parte de Rusia es la quinta crisis política del siglo XXI, tras el 11S, la Gran Recesión, la denominada crisis de refugiados y la pandemia de covid-19. ¡Tocamos a una crisis cada cinco años más o menos! Cuando menos, la Guerra de Ucrania ha pospuesto la evaluación política de la pandemia. Probablemente la guerra se convierta en la crisis política más importante de todas, incluso llegando a los niveles del 11S. Ya ha repercutido en algunas elecciones nacionales clave en Europa, y paradójicamente, tanto Viktor Orbán en Hungría como Emmanuel Macron en Francia han salido beneficiados. Así y todo, mientras que el primero obtuvo mejores resultados a escala nacional (aunque en unas elecciones libres pero injustas), es el segundo el que salió mejor parado a escala europea. 

Orbán sorprendió tanto a amigos como a enemigos con su victoria electoral masiva. Aprovechando al máximo su control de los medios de comunicación estatales (la oposición solo dispuso de cinco minutos de tiempo de emisión en la televisión pública) convirtió la Guerra de Ucrania en una baza en lugar de en una responsabilidad y se presentó a sí mismo como el líder estable y digno de confianza que mantendría a Hungría fuera de la guerra y los precios energéticos bajos.


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Si bien su posición "neutral" funcionó en casa, donde los medios de comunicación públicos y privados controlados por el Fidesz siguen teniendo una cobertura claramente prorrusa, en el extranjero esta posición lo aísla cada vez más. Después de perder al líder checo Andrej Babis en las elecciones del año pasado y al canciller austriaco Sebastian Kurz por un escándalo político, Orbán perderá pronto a otro aliado, el primer ministro Janez Jansa, quien el mes pasado perdió las elecciones eslovenas.  

Más importante aún, la Guerra de Ucrania ha agrietado aún más la alianza entre Budapest y Varsovia, el núcleo del frente iliberal dentro de la UE. Aunque a muchos comentaristas les gusta hacer hincapié en el apoyo que Putin recibe de la extrema derecha – que de todos modos no es tan fuerte como el que recibe por parte de la extrema izquierda – la guerra no es una división entre "lo general" y los "populistas". De hecho, dentro del Consejo de la UE, los mayores opositores y simpatizantes de Putin son, respectivamente, los populistas (de derecha radical) del partido polaco Ley y Justicia (PiS), y el húngaro Fidesz. En los últimos meses, Orbán no ha acudido a varios eventos a favor de Ucrania. Mientras tanto, el grupo de Visegrado, o V4, se está convirtiendo rápidamente en el V3, después de que la República Checa, Polonia y Eslovaquia se negasen a asistir a una reunión del V4 entre los ministros de defensa en protesta por la posición prorrusa de Hungría. 

Macron aprovechó la Guerra de Ucrania para presentarse a sí mismo como un líder mundial, pues tuvo más reuniones con Putin que sus homólogos estadounidense, británico o alemán, pero se vio forzado a volver a la política doméstica para derrotar a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Como acaba de ser reelegido y es además el actual Presidente del Consejo de la UE, se esperaba que fuese a usar el Día de Europa para perfilar su ambición de una Europa democrática y liberal en Bruselas; irónicamente, el mismo día que Putin usó el Día de la Victoria para describir su visión de una Europa iliberal. Con los alemanes teniendo que afrontar décadas de dependencia económica y apaciguamiento político de Rusia, Europa está mirando a Francia para que coja el relevo. Macron, por su parte, está encantado de hacerlo, aunque solo sea porque se enfrenta a unas elecciones parlamentarias cruciales en junio, que podrían respaldar o arruinar su presidencia. Si se ve forzado a una cohabitation, es decir, a gobernar con un primer ministro de otro partido, su segundo mandato tendrá que ser mucho menos ambicioso y podría acabar estancándose. 

Sea cual sea el resultado de las elecciones parlamentarias en Francia, la UE y sus Estados miembros tienen que tomar decisiones importantes. A corto plazo, las políticas energéticas y de defensa se convertirán en una prioridad, y ambas tendrán que someterse a cambios fundamentales tras décadas de complacencia y negligencia. Al mismo tiempo, la ampliación de la UE (y de la OTAN) vuelve a estar a la orden del día, especialmente en Ucrania y los Balcanes Occidentales. Todas estas cuestiones se van a respaldar mediante los conocidos argumentos de proteger la Europa liberal y democrática de la Rusia iliberal. La gran pregunta es, ¿cómo afectará esta lucha externa contra el iliberalismo a la lucha interna? 

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