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Serbia, vivir en la escena del crimen

Tomislav Marković tenía 14 años cuando se disolvió Yugoslavia. Treinta años después del colapso del sistema socialista en el que había creído, el autor serbio, quien creció en un clima de odio, violencia y negación del crimen, sigue intentando entender cómo las gentes de su país natal se convirtieron en monstruos.

Publicado en 13 agosto 2021 a las 12:15
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El sangriento colapso de Yugoslavia ocurrió durante mi infancia y adolescencia. Mientras Slobodan Milošević, el jefe supremo de la malvada muchedumbre, intentaba destruir mi país, yo estaba desarrollando mi pensamiento crítico y mi individualismo.

Puedo afirmar, y no solo en mi nombre sino también en el de todos los nacidos en los 70, que nuestra vivencia del desplome de Yugoslavia nos dejó una huella imborrable, nos moldeó como personas y condicionó nuestro presente y nuestro futuro. Puede que la expresión "desintegración de la República Federal Socialista de Yugoslavia (RFSY)" sea la más utilizada, pero existen maneras más acertadas de definir este momento de la historia: fue más bien una masacre salvaje y violenta, cometida por uno de los motivos más viles.

En general el crimen se fecha en 1991, año en que Eslovenia y Croacia se separaron de Yugoslavia y empezaron los conflictos armados. Sin embargo, yo me decanto más por la opinión del abogado Srđa Popović, seguramente uno de los analistas más sabios del horror que vivimos. Este sitúa la muerte de Yugoslavia en el 28 de septiembre de 1990, día en que se adoptó la Constitución Serbia, que a todos los efectos supuso la secesión de la República de Milošević del Estado federal. Mediante este acto legal, Serbia se declaró de manera autónoma Estado soberano e independiente, y desde entonces dejó de respetar el orden jurídico de la RFSY.

Por lo tanto, fue Serbia la primera que se desvinculó de facto de Yugoslavia, pero el acontecimiento pasó desapercibido entre el caos generalizado de aquella época tan turbulenta. Además, Milošević se encargó de enmascararlo todo con su propaganda sobre el mantenimiento del estado federal y ocultó tras ella su plan de utilizar la guerra para crear una Serbia Suprema con él como líder absoluto.


"Archipelago Yugoslavia": treinta años de la antigua Yugoslavia

  1. The “Better life” that never was (Kosovo)
  2. The apocalyptic clock ticking inside me (Bosnia-Herzegovina)
  3. In Slovenia, we dreamed of democracy and woke up under capitalism (Eslovenia)
  4. I don’t write about war because I want to, but because I have no choice (Croacia)
  5. The ghost of “Brotherhood and unity” (Macedonia)

En aquella época tenía 14 años y estaba cursando octavo [equivalente a 2.º de la ESO]. Lo que sucedió a continuación fue el colapso total de un mundo que yo apenas estaba empezando a conocer, el mundo de un sistema socialista que parecía sólido y estable, como si fuese a durar para siempre. Todo lo que me habían enseñado durante mis ocho años de colegio de repente ya no valía. El fuego y la sangre arrasaron con todo, y ese fuego y esa sangre provocaron el nacimiento de algo nuevo y diferente, algo deforme y mucho más aterrador que el monstruo de Frankenstein. Y así, como Radomir Konstantinović solía decir, nuestra vida con el monstruo comenzó. En realidad, hemos convivido con él hasta ahora, pues el monstruo nacionalista sigue vivito y coleando; simplemente ha vuelto a su cueva a lamerse las heridas tras las múltiples derrotas de la guerra, y sigue aguardando otra oportunidad de seguir cobrándose vidas. 

"Si alguien puede explicarme qué tipo de persona se levanta un día de 1992, saca el rifle de su escondite, cuelga en la puerta la bandera tricolor con su cuádruple "S", va a casa del vecino, lo persigue hasta el barro, lo obliga a arrodillarse, saca la bayoneta y asesina a esta persona, su vecino, el padrino de su boda, su buen amigo. Si alguien es capaz de explicármelo racionalmente, de dividirlo en partes simples, entonces seguir viviendo se me hará más fácil. Creo que nadie sería capaz de hacerlo. Ni la ciencia moderna, la parapsicología, la religión o la reencarnación: nada ni nadie tiene la fórmula mágica para resolver este asunto, que cargaremos con nosotros a la tumba″.

Faruk Šehić

Odio, chovinismo, violencia, crímenes, campos de concentración, genocidio, destituciones, desintegración social, delincuencia, homogeneización nacional, rehabilitación de los Chetniks, milicias de voluntarios, incitación a la guerra, bombardeos, aislamiento, sanciones, teorías conspirativas, negación de crímenes, glorificación de asesinos en serie: este fue el ambiente en el que me crie. No obstante, no tengo tiempo para compadecerme ni para lamentar mi espantoso destino, dos rasgos muy comunes en esta región, pues salí bien parado. Estaba en la tierra del agresor, en cuyo territorio no se libró ninguna guerra. A diferencia de muchos de mis semejantes en Croacia, Bosnia o Kosovo, que sufrieron por no ser serbios, y cuyos compañeros de colegio, vecinos, padres y familiares fueron asesinados, yo tuve suerte.

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En busca de una explicación racional

Hacia el final de su vida, Srđa Popović escribió en su cuaderno: "Primero, el hombre vive; después, comprende lo que ha vivido". Me siento identificado con este inteligente aforismo, aunque haría un ligero cambio: primero, el chico vive; después, el hombre trata de entender lo que el chico tuvo que soportar. Décadas de práctica me han demostrado que la tarea es harto difícil. He leído miles de páginas sobre lo que nos ocurrió, cientos de textos y análisis excelentes, docenas de libros bien documentados que explican casi todo. Y, con todo, sigo sin tener las cosas claras. Peor aún, yo mismo he escrito varios miles de páginas sobre el asesinato de la RFSY, el nacionalismo de la Serbia Suprema, los crímenes de guerra, los papeles desempeñados por los intelectuales y la Iglesia en la contrarrevolución nacionalista, el revisionismo histórico y decenas de temas similares, pero me sigue persiguiendo el mismo sentimiento de incomprensión del horror en el que hemos existido desde aquel entonces.

No soy el único. Muchas personas que estudiaron nuestro apocalipsis de manera mucho más seria, detallada y concienzuda que yo también lo sienten. En el verano del 2000, tras numerosas entrevistas, artículos y muchos años en los que primero advirtió de lo que pasaría y después analizó minuciosamente la caída de la sociedad serbia en la maldad, Srđa Popović habló sobre amigos de hacía varias décadas que se habían cambiado de bando, sembraban el odio e incitaban deliberadamente a la guerra y a la violencia. "Cambiaron mi manera de entender la naturaleza humana. Se hizo patente que la gente es capaz de cambiar inesperada e impredeciblemente, que las amistades son frágiles y que bajo ciertas condiciones los humanos pueden convertirse en monstruos. Todavía estoy intentando comprender cómo puede llegar a suceder, aunque sin éxito. Tengo constancia de que algunos querían un ascenso rápido al poder, otros se dejaron llevar por el aplauso barato, y otros eran corruptos, pero todavía no puedo entender esta ausencia absoluta de razón, honor, decencia y compasión humana". 

El libro de Sonja Biserko, Kovanje antijugoslovenske zavere [La creación de la conspiración antiyugoslava], analiza exhaustivamente la élite intelectual y el programa nacionalista serbio, además de presentar una línea del tiempo con acontecimientos desde 1966 hasta 2006 con cientos de citas. Tras un informe erudito y detallado de casi 400 páginas sobre el génesis del nacionalismo de la Serbia Suprema, la autora concluye: "No existe una explicación racional para todo lo que ha ocurrido en Serbia, no solo en los últimos veinte años, sino en todo el siglo XX. No hay una respuesta racional a todas las víctimas evitables de las guerras que se libraron en los Balcanes durante el siglo XX ni a todos los años de arrogancia megalómana". No importa cuán minuciosamente se estudie este mal y sus macabras encarnaciones, y, aunque se puedan encontrar explicaciones racionales para cada acto de violencia política e ideológica, siempre queda un residuo de irracionalidad que se resiste a la categorización racional. Siempre queda una desazón que repiquetea en nuestra cabeza, repitiendo una y otra vez la misma pregunta: ¿cómo diantre pudo pasar esto?

De hecho, esto es precisamente de lo que habla el personaje del relato de Faruk Šehić, Pregaženi čovjek [El hombre atropellado], cuando dice: "Si alguien puede explicarme qué tipo de persona se levanta un día de 1992, saca el rifle de su escondite, cuelga en la puerta la bandera tricolor con su cuádruple "S", va a casa del vecino, lo persigue hasta el barro, lo obliga a arrodillarse, saca la bayoneta y asesina a esta persona, su vecino, el padrino de su boda, su buen amigo. Si alguien es capaz de explicármelo racionalmente, de dividirlo en partes simples, entonces seguir viviendo se me hará más fácil. Creo que nadie sería capaz de hacerlo. Ni la ciencia moderna, la parapsicología, la religión o la reencarnación: nada ni nadie tiene la fórmula mágica para resolver este asunto, que cargaremos con nosotros a la tumba″.

El encuentro con el Mal

Todos hemos experimentado lo que Joseph Brodsky describió en su discurso de graduación en el Williams College como "el encuentro con el Mal". Una frase simple y lacónica para algo que pasaremos el resto de nuestra vida intentando entender. En otra ocasión, Brodsky describió el sistema estalinista como una "catástrofe antropológica", un término que también se puede atribuir a nuestra situación. Además, sería la opción perfecta para designar nuestro orden social. No vivo ni en una democracia, ni en una dictadura, ni en una estabilocracia, sino en una catástrofe antropológica. De todos los términos para definir este orden sin nombre ni forma alguna, me parece que este sintagma es el más apropiado.

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